miércoles, julio 21, 2010

De los bárbaros analógicos a los catrines digitales

"Twitter es para activistas; Facebook, para los ideólogos”, se cita a Manuel Castells en un tweet de Sala de Prensa.
Soy un nativo de un mundo en fuga, un bárbaro analógico. No me imagino a Gramsci en el Facebook. Ni creo que Rosa de Luxemburgo haya tenido twitter. Twiteros del mundo uníos, sería el slogan, porque sí cabe en menos de 128 caracteres, de una revolución patrocinada por Microsoft.
Pertenezco a un mundo en extinción: mi primer radio de onda corta era de bulbos. Y con un poco de suerte atrapaba entre el gis y la impaciencia un poco de la Deutsche Welle.
De la pluma fuente a la máquina de escribir Remington; del papel revolución al cartoncillo donde fijar algún aforismo, ahora el grafitti del twitter es mucho más evanescente.
Sucumbo al tweetdeck y en mi desesperada carrera por salvar al mundo del imperio de Microsoft instalé en mi minilap el sistema operativo Ubuntu pero aún no puedo configurar la red inalámbrica.
Extraño el sonido rítmico de la máquina de escribir. Pero esta colaboración para Barbarie la mandaré, muy a pesar, por correo electrónico.
El blog es la única forma de escritura a la que sobrevivo. Soy un pastiche de mi propio blog. Escritores, ensayistas, periodistas, fotógrafos, cineastas, historiadores y poetas recurren al blog como si colgaran la ropa en un tendedero, con ese espíritu fraterno y colectivo con el que las señoras lavaban la ropa en los lavaderos públicos y no en los patiecitos de las casas de interés social.
Porque aún hay espacio para la escritura, para refrescar todos los días la mirada del mundo, para que nosotros, los nativos analógicos podamos volvernos ciudadanos de la metrópoli digital y recuperar el diálogo al que hemos sido arrojados

El credo de la emancipación por la vía mediática
La imagen del mundo en la que prevalecía un punto de vista supremo, necesario y global; la imagen del mundo en que se impone un relato hegemónico, referencial y unitario, ha dejado el sitio supuestamente a la emergencia de numerosas imágenes del mundo.
Arrojados al mundo, somos los espectadores de diversos videoclips. Recibimos múltiples puntos de vista y perspectivas en hipermedia, vivimos inmersos en un conjunto cambiante de relatos y de juegos del lenguaje donde las subculturas y las minorías pueden hacerse visibles a través de las tecnologías de la información en tiempo real.
Somos arrojados al mundo con un joystick en la mano y nos adentramos en la vorágine de ficciones digitales.
El sueño del progreso se corona con un gran “Ojo instantáneo del mundo” distribuido en múltiples servidores y nodos por todo el mundo.
Es así, creen confiadamente autores como Gianni Vattimo en su libro Nihilismo y Emancipación, que la Historia ha dejado su lugar a los mass media. Además, plantea el filósofo que las nuevas tecnologías de la información democratizan a las sociedades y que estos mass media son la condición necesaria para la aparición de relatos emergentes alternativos.
A su vez Vattimo defiende en su libro Nihilismo y Emancipación a los mass media de las críticas que le hace Adorno sobre cómo uniformizan a la cultura colectiva:
“La tecnología de la información desmiente las simplistas y apocalípticas previsiones de Adorno: es verdad que, por un lado, los mass media tienden a crear homologación y uniformidad en la cultura colectiva, pero es claramente visible también el fenómeno opuesto: precisamente en la sociedad en la que es más alto y está más extendido el poder de penetración de los medios de comunicación, minorías y subculturas de todo tipo adquieren visibilidades, aunque sólo sea para responder a las exigencias del mercado, que continuamente necesita contenidos inéditos, novedades”.
En la parte final de su cita el filósofo intenta matizar su postura aceptando que la visibilidad de las minorías y de las subculturas en sociedades surge gracias al mercado.
El optimista Vattimo afirma que una vez establecido lo anterior estos mass media también multiplican los mecanismos de interpretación.
Bastante alejados están de esta conciencia porque cómo podrían presentar sus contenidos inéditos y novedosos si solamente los presentan como “interpretaciones” de la realidad.
Podríamos decir que a pesar de que ese "punto de vista supremo" justificado por la racionalidad del mundo, por la idea de progreso o por algún tipo de historicismo, ha sido devaluado por la pluralidad de puntos de vista narrativos, esto, quizás en algún momento generó un espacio democrático pero eso sólo duró un instante, ese vacío de la razón y de la historia ha sido llenado por los media. Pero no por cualquier tipo de media sino por unos media sujetos a la lógica del mercado y del rating.
En la fase más elaborada del capitalismo los medios de producción de significados producen una heroína mediática. Los televidentes son junkees de una adicción que empezó con una droga de lujo: las novelas de caballería pero degradó siglos después cuando los significantes de las grandes cadenas electrónicas reemplazan el fluir pausado del verbo interior.
José Luis Orihuela de la Universidad de Navarra, predica en sus talleres sobre blogs de la escritura en este formato como si hablara de las reglas para escribir un soneto. Orihuela sostiene que sólo hay que escribir párrafos breves, claros, de sintaxis simple para que los motores de búsqueda de la world wide web puedan encontrar rápidamente la información e incluirte en sus diccionarios. Es decir, si nos adherimos al pie de la letra a las necesidades del motor de búsqueda de google, ya no escribimos para un lector, ni para establecer un diálogo con alguna comunidad real, imaginaria, presente o venidera de lectores sino para un algoritmo de búsqueda. Sin duda, la revelación de Orihuela es clara: la escritura siempre está sometida a la técnica y una técnica de la escritura es la escritura misma. Pero pese a la recomendación del gurú tecnológico, la escritura se desdobla, posee una vida propia, se rebela aún al autor, se impone, muestra su autonomía, su poder, su indulgencia, en el mercado negro de los significados el verbo aflora, indaga por sí misma, choca, se contrae, se devalúa, vuelve a surgir obedeciendo a una dinámica interna que pensadores como Hans-George Gadamer identifican como el diálogo, diálogo que nos recuerda el diálogo del alma consigo misma al que llamaron los antiguos pensamiento y que hoy quieren algunos reducir a la tiranía tecnológica del mercado.

La infancia del acontecimiento
Jean-François Lyotard nos advierte cómo en la novlengua no hay cabida para la cultura: “La Novlengua no guarda lugar para los idiomas, como la prensa y los medios no guardan sitio para la escritura. A medida que se extiende la Novlengua, la cultura declina. El basic language es la lengua de la rendición y del olvido”.
Lyotard le da cuerpo a esta intuición conservadora al final de su libro La Postmodernidad Ilustrada a los Niños sobre la escritura como un acto de resistencia en una sociedad totalitaria.
Para el filósofo francés el hecho de que el novelista británico George Orwell haya escrito una novela como 1984 demuestra cómo la escritura literaria escapa a los mecanismos de dominación. Es así, plantea Lyotard, que Orwell no quiso escribir un tratado de teoría política sino una apología de la resistencia del relato frente a la influencia burocrática.
La defensa de Lyotard es sin duda apasionada. “Decir lo que ella ya sabe decir, eso no es escribir”, afirma Lyotard. Si aceptamos la máxima lyotardiana nos encontramos con un freno al optimismo de Vattimo con respecto a los media. “Decir lo que ella ya sabe decir”, es lo que realizan los media y sin duda alguna toda aquella escritura mediática o NovLengua que Lyotard define como la desaparición del deseo de poder decir algo distinto a lo que sabe decir, “cuando la lengua es sentida como impenetrable e inerte”, es por eso, que la escritura es aquel momento para que surja la singularidad, el instante, la iniciación, aquello que no puede ser cicatrizado, como dice Lyotard la singularidad que capta la “infancia del acontecimiento”.
Lyotard termina su argumentación explicando la relación que guardan los nuevos medios de expresión con su énfasis en la “infancia del acontecimiento”.
“Con ellos y por ellos, uno procura testimoniar lo único que cuenta, la infancia del encuentro, la acogida, que se hace a la maravilla que sucede (algo), el respeto por el acontecimiento. No olvides que tú has sido y eres eso mismo, la maravilla acogida, el acontecimiento respetado, las infancias unidas de tus padres”.
Es sin duda, esta “infancia del acontecimiento” una hipótesis estética, una recomendación pero no un imperativo o una descripción de un estado de cosas. Posee un carácter más bien sugerente más no reduccionista de lo que puede ser la escritura cuando escapa en su “contingencia incontrolable” de la “lengua de la rendición y del olvido” para decir lo que ella no sabe.

El fragmento
Lo que está en juego en el momento de la escritura es más que la identidad de un supuesto autor y mucho menos productivo que el “mimetismo mediático” de los mass media. Volviendo a las ideas anteriores, la escritura se encuentra en un callejón sin salida. Si aspira a la “infancia del acontecimiento” de Lyotard entonces la escritura es vieja, es decir, sólo es moderna porque el respeto del acontecimiento es un respeto por el pasado y la tradición, por lo que asume parcialmente los valores de la posmodernidad, especialmente, la novela y la poesía, géneros ligados a sus tradiciones por su enraizamiento en el lenguaje en su forma más plástica y como materia prima. Es sin duda, en la narrativa y en la poesía donde la palabra se presta a un manejo plástico y moldeable, donde se difumina la distinción forma y contenido, donde el ritmo narrativo emerge de la violencia incontenible de la escritura. Veáse por ejemplo lo que Roland Barthes dice en El Grado Cero de la Escritura cuándo se pregunta sobre la existencia de una escritura poética.
Pero si la escritura aspira a representar los valores de la posmodernidad entonces poco tiene qué hacer porque siguiendo el dictum de Vattimo son los mass media los que conforman esta muerte de la Historia y la irrupción de relatos de las subculturas y las minorías, pero no la poesía ni la narrativa, sino más bien de un modo genérico, la narrativa se expande, se infla, engorda al aceptar entre sus filas cosas tan disímbolas como las ideologías en desuso, los argumentos filosóficos de la Ilustración y hasta los eventos mediáticos que se han vuelto episodios de la Telebasura.
Aunque pudiera parecer que esto no conlleva a un desenlace trágico una reciente conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM del crítico brasileño Antonio Candido (Río de Janeiro, 1918) reseñada por el periódico Reforma puede ayudarnos a superar este dilema:
“El fragmento no es un trozo de texto, es aquel texto corto que quiere intencionalmente no tener ni comienzo ni final y pretende con esa especie de momento único e intermedio sugerir lo que el poeta quiere decir.”
Sin duda, no es que el crítico brasileño crea que el fragmento es mejor que otras formas de escritura. Es simplemente que este carácter inconcluso del fragmento permite, quizás, lo que Lyotard le adjudica a la escritura literaria y encuentra en Orwell, a saber, una naturaleza capaz de escapar a los mecanismos de dominación, de resistir la uniformidad y la homologación que vislumbra Adorno en los mass media pero al mismo tiempo permita como quiere Vattimo que se multipliquen los “agentes de la interpretación” para que emerjan relatos alternativos de las minorías y subculturas no obligadas por la lógica del mercado en su búsqueda de lo inédito y novedoso para elevar el rating sino como señala Lyotard para evitar que se cicatrice ese instante maravilloso que es la infancia del acontecimiento.
Es así que el fragmento se ofrece como un puente entre una pluralidad de escrituras. Lo que se presenta como otro género más de las escrituras se vuelve así una conjunción entre éstas para que deje de pensar a lo híbrido como la única categoría posible de convivencia de los opuestos o por lo menos de los presuntos géneros literarios opuestos. El rostro del prójimo se devalúa en una serie de ciberidentidades

La ética del lenguaje
Ahora que se ha decretado la muerte de los medios impresos y su inminente reemplazo por parte de las redes sociales o los medios electrónicos, hay que recordar que la tradición que les dio origen a los periódicos y revistas fue el debate para la construcción de nuevas formas políticas.
En el caso de México, el siglo XIX fue rico en debates que se suscitaron desde los periódicos impresos. El Pensador Mexicano de Joaquín Fernández de Lizardi inauguró la función social de la literatura en la construcción del proyecto de Nación. Un periodismo instrumental anclado a una noción democrática: sólo en el debate se puede construir a la nación emancipada de la Metrópoli española.
Así como hace unos sesenta años se habló de la muerte de la novela, hoy se habla de la muerte del periódico impreso, añejo artefacto, al que hay que reemplazar, dicen sus detractores, por dispositivos en línea y tiempo real. Pero aún hay nostálgicos del viejo elitismo de los diarios como el escritor Gustavo Martín Garzo que en un artículo en El País valora la mirada de los periodistas, otra especie en peligro de extinción: “Nos enseñan a mirar el mundo, pero también a sentirnos mirados por él. Nos bastará así, por ejemplo, con leer uno de sus reportajes sobre esos cayucos que surcan el océano, para ver los rostros de los senegaleses que los ocupan. Y ver esos rostros, y sentir sus miradas, es tener que preguntarnos quiénes son, y por qué se ven obligados a emprender unos viajes en los que muchos llegan a morir. Es preguntarnos por ellos, pero también por lo que podemos hacer nosotros para que algo así no siga sucediendo. Pues un periódico es antes que nada un espacio moral, un espacio de responsabilidad y compromiso. Y, para lograrlo, el periodista se sirve del más delicado de los instrumentos, las palabras; que no deja de ser curioso que el que acaba de ver un partido de fútbol necesite, a la mañana siguiente, acudir al periódico para ver lo que se dice de él, como si no hubiera estado allí o como si dudara de lo que ha visto.”
El vetusto periodista de museo concebía el lenguaje con el respeto del poeta Ezra Pound quien creyó que el objetivo de la poesía es “to keep the language efficient” que no es sino otro modo de decir que la poesía debe ser la que funda al ser mediante la palabra, en cliché heideggereano, o el que le da sentido a las palabras de la tribu, como diría Mallarmé.
Si el lenguaje es un conjunto de metáforas en constante movimiento, recordando a los poetas concretistas como Augusto de Campos, la poesía es la rebelión contra la infuncionalidad y la formulización del lenguaje. La tarea estética del poeta es un faena terapéutica: evita que el lenguaje deje su estado salvaje para volverse ese lenguaje de novedades como el de los mass media.
Pero este propósito de evitar la fosilización del lenguaje, su purulencia, es el aire de familia entre poetas herméticos, novelistas balzacianos y periodistas de medios impresos: desde Charles Dickens hasta Gabriel García Márquez. Dice el periodista colombiano Tomas Eloy Martínez en su conferencia “Periodismo y Narración” -pronunciada a asamblea de la SIP el 26 de octubre de 1997, en Guadalajara- que al periodista le resulta inconcebible traicionar a la palabra, abaratándola:
“Para los escritores verdaderos, el periodismo nunca es un mero modo de ganarse la vida sino un recurso providencial para ganar la vida. En cada una de sus crónicas, aun en aquellas que nacieron bajo el apremio de las horas de cierre, los maestros de la literatura latinoamericana comprometieron el propio ser tan a fondo como en sus libros decisivos. Sabían que si traicionaban a la palabra hasta en la más anónima de las gacetillas de prensa, estaban traicionando lo mejor de sí mismos”.
Tomas Eloy Martínez rechaza que el periodista-escritor pueda dividirse entre el gacetillero y el poeta de medianoche, a costa de una traición a lo más valioso de sí mismo, el respeto a la palabra, es decir, a la “infancia del acontecimiento”.
“Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueve a doce de la noche y el reportero indolente que deja caer las palabras sobre las mesas de redacción como si fueran granos de maíz. El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa. Puede que un periodista convencional no lo piense así. Pero un periodista de raza no tiene otra salida que pensar así.”
Y si esto es así, podríamos entonces reformular la máxima lyotardiana aceptando que por lo menos, en la prensa, en las revistas y en algún tipo de media (pienso en los weblogs) aún hay lugar para la escritura.
Cuánta razón tiene Tomas Eloy Martínez cuando nos advierte en contra de la visión empresarial de los dueños de los medios impresos que creen que la prensa tiene que competir con la televisión o los medios electrónicos haciendo “notas digeribles”, de fácil acceso exegético, al estilo de pildoritas informativas:
“¿Qué hizo suponer a muchos empresarios inteligentes que, para enfrentar el avance de la televisión y del internet, era preciso dar noticias en forma de píldoras porque la gente no tenía tiempo para leerlas? ¿Por qué se mutilan noticias que, según los jefes de redacción, interesan sólo a una minoría, olvidando que esas minorías son, con frecuencia, las mejores difusoras de la calidad de un periódico? Que un diario entero está concebido en forma de píldoras informativas es no sólo aceptable sino también admirable, porque pone en juego, desde el principio al fin, un valor muy claro: es un diario hecho para lectores de paso, para gente que no tiene tiempo de ver siquiera la televisión.”
Para lo que Eloy Martínez propone una reformulación de este tipo de escritura: “El lenguaje del periodismo futuro no es una simple cuestión de oficio o un desafío estético. Es, ante todo, una solución ética.”
Al cerrar este apartado, sólo me basta decir un par de cosas que pueden resultar harto cuestionables a estas alturas. Como diría Milán Kundera la novela debe ajustarse a aquello que puede decir, y si la poesía quiere mantenerse a la altura de los tiempos esto es contradictorio consigo misma porque lejos de ser una búsqueda de novedades necesita mantenerse como una crítica radical del lenguaje. Es como dirían algunos versos, de ese poeta beatnik avecindado en Xalapa, Veracruz, Ramón Rodríguez, en su libro Cuartel de Invierno (1987) “palabras de barro, afiladas sílabas de obsidiana, la soledad no es mala compañía, sigue danzando”. Esa quizás es una de las misiones de la poesía en un mundo poblado de relatos donde Hercules, Dionisio y Cristo —diría Hölderlin— abandonaron el mundo, y este vacío ha sido ocupado por los nuevos dispositivos tecnológicos de comunicación que nos acercan y nos en contacto instantáneo con personas en cualquier parte del mundo pero que también nos impiden comunicarnos con las viejas tradiciones de la Modernidad, con el Otro descubierto con los viajes de los conquistadores europeos al Nuevo Mundo y con lo más lejano de nuestro mundo interconectado en tiempo real por mensajitos de Twitter: nosotros mismos.

No soy un nativo digital
Yo no soy un nativo digital. Soy más bien un adoptado digital. No nací con un teléfono celular bajo el brazo, ni mi primer regalo de reyes fue un PSP, un DS, o un ipod; mucho menos a mis seis años jugaba Dofus ni la saga de La Edad de los Imperios con sus dioses mitológicos y su sincronicidad donde luchan los hunos contra los aztecas o los mayas contra los ejércitos ingleses.
Los relojes digitales tenían unos números grandotes en color rojo. Los jugadores de futbol americano en mi juego electrónico de Mattel eran unos puntitos rojos recorriendo el emparrillado.
A los 15 años, conocí mi primera computadora de 16 bits, una TSR-80 de Radio Shack cuando todo mundo hablaba Basic mientras mis trabajos de la escuela los escribía a máquina.
Teclear en una máquina de escribir no es una actividad sexy, es más bien, una actividad industrial, es como el pedaleo en bicicleta en una cuesta empedrada o como hacer aerobics o la manera en que las señoras echan tortillas en los comales.
La palabra es el logos (razón y concepto) que viene al mundo. Pero ahora, la palabra no viene ya como un sentido al cual hay que abrirse sino como un código binario articulado bajo distintas tecnologías propietarias, campañas de marketing y aceptaciones acríticas del nuevo mundo digital donde los salvajes requieren ser alfabetizados tecnológicamente.
En los nuevos modelos curriculares las competencias para manejar computadoras y hablar inglés, han reemplazado a las materias como filosofía y etimologías. Las nuevas tecnologías de la información se han vuelto –bajo el discurso de los políticos- los fetiches de la era del progreso.
El discurso hegemónico nos presume que la tecnocultura, la sociedad del conocimiento, las Tecnologías de la Información y la Comunicación son deseables por sí mismas. Como si fueran por ellas mismas democráticas, espacios de libre expresión y síntomas de la modernidad.
Pero ante las tecnoculturas hay que mantenerse en guardia cuando no se comprende cómo amplían las libertades democráticas, cómo generan tendencias de emancipación o cómo extienden nuestras capacidades de diálogo y hermenéuticas.
Porque los nativos digitales pueden ser al mismo tiempo —con sus mensajes instantáneos— quienes entierren nuestra tradición racionalista de reflexión y análisis.
Una tradición a la que no habría que desdeñar ni reemplazar sino se cuenta con algo mejor, mucho más amplio y generoso, otro entorno que nos permita mejorar la comprensión del otro, y que nos conduzca a pensar en términos de mayor empatía. Las nuevas tecnologías despersonalizan la comunicación:
El filósofo Iván Ilich en su postfacio a su ensayo sobre la convivencialidad nos advierte del peligro de una sociedad de mensajes desteritorializdos: “Cincuenta años atrás, nueve de cada 10 palabras que oía un hombre civilizado le eran dichas como a un individuo. Sólo una de cada 10 le llegaba como el miembro indiferenciado de una multitud —en el salón de clases, en la iglesia, en mítines o espectáculos—. Las palabras eran entonces como cartas selladas, escritas a mano, bien diferente de la chatarra que contamina hoy nuestros correos. Actualmente son escasas las palabras que intentan llamar la atención de una persona.”

Los límites del mundo digital
La modernidad es ante todo una toma de conciencia. Es la condición para dialogar con nuestras tradiciones y con nuestra historia. La modernidad es una narrativa que nos permite dialogar con otras narrativas. Por eso necesitamos una narrativa de la tecnocultura donde los nativos digitales se vuelvan también hijos de Gutemberg, de Lutero y de Erasmo de Rotterdam; donde los nativos digitales dejen de mirar por un momento sus líneas intermitentes del Twitter para recordar la ardua labor que es comprender al otro.
Ni el twitter ni los SMS sustituyen la gran experiencia occidental de la novela. Una experiencia radical de comunicación, de imaginación y de puesta en marcha de mundos posibles que inicia con el Quijote y de la que se ha anunciado su muerte desde mediados del siglo pasado con los autores de la Nouveau Roman. Tampoco se trata de creer que el Facebook es el gran relato de relatos donde cientos de voces se leen de manera simultánea —en una suerte de Babel asíncrono y de hipermedia— como lo describen sus ingenuos promotores. No nos debe dar pena reconocer las limitaciones de las nuevas tecnologías de la información para la comunicación. Claro que si reducimos la comunicación a la transmisión de una cadena de bytes podemos estar maravillados de cuán rápido transmitimos cadenas de terabytes de manera inalámbrica por todo el mundo.
Pero si le entramos al terreno de las comparaciones odiosas, yo prefiero a San Agustín dictando sus sermones y sus tratados de teología; o a Fray Bartolomé de las Casas escribiendo sus Tratados (aunque jamás sea instantáneo) que miles de blogs o mensajes de Twitter que jamás podré leer.
Donde sí creo que se está dando la batalla es en la distribución de la información: uno puede hallar el último recital de poesía del extinto poeta brasileño Haroldo de Campos, o la novela del realismo mexicano “La Calandria” de Rafael Delgado; o algún concierto de Ellis Regina o Sinnead O´Connor, ya imposible de hallar en el circuito de los medios masivos electrónicos. Pero esta distribución no está asegurada. Cada vez los contenidos de la red se trivializan y la semántica del Internet hace que hallemos contenidos irrelevantes. O que poco a poco las posturas sobre propiedad intelectual y posturas de tipo conservador eliminen contenidos en la red.
No hay nada ganado. Pero aún si lo hubiera la red y sus aditamentos tecnológicos sólo son útiles si se sabe con cierta precisión qué es lo que se busca. Es decir, se requiere un contexto o universo cognitivo y cultural previo que no se adquiere ni con el Facebook, ni con el Twitter, ni en los blogs sino que proviene de la educación y de una formación cultural. Este sector, no cabe duda, se ha visto beneficiado del uso de las nuevas tecnologías de la información. Pero insisto, se trata del sector letrado, de esta ciudad letrada que se ha alfabetizado tecnológicamente sin renunciar a la tradición de los libros. Y es gracias a esta tradición, la vieja tradición de los libros, por lo que ha ocupado estratégicamente las tecnologías de la información. Ellas por sí solas, sin una formación cultural previa sirven de nada.
Internet no es ni por mucho una Enciclopedia virtual y en línea que lleve a cabo el sueño de la Ilustración, tampoco salva las barreras idiomáticas y culturales. El universo de un usuario de internet está limitado a unas cuantas páginas y a miles de búsquedas estériles a través de Google, Yahoo o Bing.
De algún modo internet expande cuantitativamente nuestra experiencia del mundo pero nuestra experiencia del mundo es fundamentalmente una experiencia cultural cifrada en los viejos artefactos del mundo de Gutemberg, Lutero y compañía. Y si queremos ser más contundentes podemos remontarnos al mundo griego que inició un diálogo con su asombro del mundo que aún no culmina. Somos arrojados, dice Hans- George Gadamer en el tomo II de Verdad y Método, a una conversación que ya ha sido iniciada desde hace varios siglos atrás y que nos conduce: “El modelo básico de cualquier consenso es el diálogo, la conversación. La conversación no es posible si uno de los interlocutores cree absolutamente en una tesis superior a las otras, hasta afirmar que posee un saber previo sobre los prejuicios que atenazan al otro.”
No somos dueños de la conversación, nuestras subjetividades se forman en el fluir de estas tradiciones.
Durante varios siglos hemos construido formatos para comunicarnos: desde las epopeyas verbales del mito, pasando por el género epistolar hasta ese dispositivo maravilloso que nos contempla y registra cómo nos contemplamos a nosotros mismos denominado novela. Las obras de ficción nos abren a un mundo de la experiencia al que difícilmente tendríamos acceso con los instrumentos de comunicación en tiempo real. Si en el diálogo del que nos habla Gadamer se abre siempre la posibilidad de que el otro tenga razón, también la novela es una forma de diálogo, posee una forma dialógica ya que también nos sitúa en un mundo de la experiencia donde el otro también tenga razón: pero a diferencia del diálogo donde priva siempre una racionalidad y una contención de los sentimientos, en la novela esta apelación al otro es un proceso emocional. A mí me parece que el mundo creado por Cervantes y por Platón, por Hesíodo y por Rabelais, contrastan el mundo creado por Tim Berners Lee.
Si de algún modo en Internet —con las herramientas de facebook o los blogs— se suscitan algunos debates se trata de discusiones y foros que reflejan las costumbres democráticas de algunos sectores de la población; y estas discusiones y tomas de postura se darían con o sin blogs o facebook porque no se le puede adjudicar a una herramienta tecnológica, por sí sola, atributos democráticos o conversacionales puesto que estos son el producto de prácticas previas de conversación, de discusión y de reflexión. A diferencia del libro, a quien estos profetas del catastrofismo de la Galaxia de Gutemberg, le han anunciado su muerte, el libro sí es una herramienta de reflexión. Escribir un libro, o escribir para un libro sí es una tarea profundamente intelectual y moderna porque nos permite intervenir en la larga conversación iniciada por otros ciudadanos del ágora pre-analógica: los filósofos griegos.
Las comunidades de usuarios no pueden comportarse sólo como ghettos de nativos digitales, ajenos a la calle, al sol; no pueden comportarse como consumidores de las mercancías tecnológicas sin cuestionar que estas tecnologías escapan a su propio control y no son herramientas a la mano, sino tecnología reservada por los grandes consorcios trasnacionales que protegen la “propiedad intelectual” del software e impiden la intervención directa de los usuarios para ejercer la libertad de estudiar cómo trabaja el programa, y cambiarlo para que haga lo que el usuario quiera y no lo que la transnacional decida. O la libertad para redistribuir las copias del programa para ayudar a otros usuarios. O la libertad para mejorar el programa y publicar sus mejoras, y versiones modificadas en general, para que se beneficie toda la comunidad, todas estas libertades, que sólo son posibles cuando se tiene el acceso pleno al código fuente del software.

La herramienta del ciudadano analógico
A pesar de las categorías y los clichés, la primera provocación, es la de volverse ciudadanos analógicos que interactúan con ambientes digitales para construir un mundo más democrático, participativo y con una mejor distribución de la riqueza.
Más bien a los nativos digitales hay que volverlos ciudadanos analógicos de una aldea global o de los micromundos posibles para hacernos audibles, unos a otros. En esta era digital el gran reto no es estar conectados inmediatamente sino el poder escuchar, cuando los entornos de la mediosfera generan polución con sus sobrecargas informativas, mediáticas y de infoentretenimiento.
No vivimos, ya en una sociedad del espectáculo, ni en una pesadilla orwelliana, sino en una vecindad que segrega a todos aquellos que no tienen acceso al capital social de la tecnología. La lucha de clases ya no es un cliché sino la descripción de la modernidad utópica para nuestros entornos digitales.

El retorno de la palabra
Pero la red también ha tenido un lado positivo, muy a pesar de los entornos controlados de las trasnacionales de la información como Microsoft ya que ha surgido un retorno a la palabra.
El escritor Juan Villoro —en una conferencia hace tres semanas en la Biblioteca Palafoxiana de Puebla— hablaba de cómo estos ambientes han permitido el regreso de la palabra porque la imagen es insuficiente para comunicarse.
A pesar de que los celulares traigan sus cámaras integradas siempre se requiere una explicación, una descripción, una interpretación de lo grabado —ya sea audio o video— y esto sólo se da por el concepto.
El blog es la única forma de escritura que soporto. Me duele el brazo Sianya se quedó dormida sobre mi brazo. Es una "forma de escritura" moderna.
Es la máquina de escribir que a mis quince años me permitía vivir encerrado en mi cuarto todas las tardes. Ahora, que lo veo así. Eso era vida. Encerrarse todas las tardes a emborronar cuartillas. Como la novela de los Wasi Chu que nunca escribí o los poemas totalmente treinta y siete diecisiete con el Cochabamba como su actor principal. Esos fueron los primeros capítulos inéditos de Friends. Luis siempre se queja: la prepa ya pasó, insiste con su veriginiesca voz, él es el de la voz. Yo sólo lo escucho y le doy el clásico avionazo.
Pero insisto, luego de esa digresión: el blog es la única forma de escritura a la que sobrevivo. Soy un pastiche de mi propio blog. Escritores, ensayistas, periodistas, fotógrafos, cineastas, historiadores y poetas recurren al blog como si colgaran la ropa en un tendedero, con ese espíritu fraterno y colectivo con el que las señoras lavaban la ropa en los lavaderos públicos y no en los patiecitos de las casas de interés social.
Hay un error. El mundo no se divide entre narradores y poetas, entre filósofos y políticos. Estas divisiones son artificiales. Más bien se divide entre fanáticos de Levis y de Calvin Klein. Entre fanáticos del blog, del twitter, del correo electrónico y del facebook; y entre fanáticos de Proust, Cervantes, Platón y Schopenhauer.


*Esta es una versión reconstruida del original: http://biowriting.blogspot.com/2009_12_01_archive.html#2797472225592647966

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.