miércoles, diciembre 02, 2009

Nativos digitales y ciudadanos analógicos

Hay un error. El mundo no se divide en poetas y prosos. Esa división es artificial. Más bien se divide entre fanáticos de Levis y de Calvin Klein. Entre fanáticos del blog, del twitter; del correo electrónico y del facebook.
Blogs, twitter, mensajería instantánea, youtube y facebook inundan la mediosfera. Al instante podemos —en teoría— conocer todo lo que sucede en el mundo pero esta nueva Torre de Babel edificada con la lógica de Alan Turing, la ambición desmedida y monopólica de Bill Gates, y con la defensa del software libre de Richard Stallman ya clama por el fin los ciudadanos digitales y sus lecturas en papel.
Las nuevas tecnologías de la información sustituyen nuestra experiencia cotidiana del mundo, algunas veces la amplían, otras las mediatizan; confrontan nuestras viejas intuiciones sobre el ser humano; pero en el fondo repiten los comportamientos aprendidos durante varios siglos donde la palabra y la voz cara a cara fueron nuestras formas inmediatas de comunicación.


Yo no soy un nativo digital. Soy más bien un adoptado digital. No nací con un teléfono celular bajo el brazo, ni mi primer regalo de reyes fue un PSP, un DS, o un ipod; mucho menos a mis seis años jugaba Dofus ni la saga de La Edad de los Imperios con sus dioses mitológicos y su sincronicidad donde luchan los hunos contra los aztecas o los mayas contra los ejércitos ingleses.
Los relojes digitales tenían unos números grandotes en color rojo. Los jugadores de futbol americano en mi juego electrónico de Mattel eran unos puntitos rojos recorriendo el emparrillado.
A los 15 años, conocí mi primera computadora de 16 bits, una TSR-80 de Radio Shack cuando todo mundo hablaba Basic mientras mis trabajos de la escuela los escribía a máquina.
Teclear en una máquina de escribir no es una actividad sexy, es más bien, una actividad industrial, es como el pedaleo en bicicleta en una cuesta empedrada o como hacer aerobics o la manera en que las señoras echan tortillas en los comales.
La palabra es el logos (razón y concepto) que viene al mundo. Pero ahora, la palabra no viene ya como un sentido al cual hay que abrirse sino como un código binario articulado bajo distintas tecnologías propietarias, campañas de marketing y aceptaciones acríticas del nuevo mundo digital donde los salvajes requieren ser alfabetizados tecnológicamente.
En los nuevos modelos curriculares las competencias para manejar computadoras y hablar inglés, han reemplazado a las materias como filosofía y etimologías. Las nuevas tecnologías de la información se han vuelto –bajo el discurso de los políticos- los fetiches de la era del progreso.
El discurso hegemónico nos presume que la tecnocultura, la sociedad del conocimiento, las Tecnologías de la Información y la Comunicación son deseables por sí mismas. Como si fueran por ellas mismas democráticas, espacios de libre expresión y síntomas de la modernidad.
Pero ante las tecnoculturas hay que mantenerse en guardia cuando no se comprende cómo amplían las libertades democráticas, cómo generan tendencias de emancipación o cómo extienden nuestras capacidades de diálogo y hermenéuticas.
Porque los nativos digitales pueden ser al mismo tiempo —con sus mensajes instantáneos— quienes entierren nuestra tradición racionalista de reflexión y análisis.
Una tradición a la que no habría que desdeñar ni reemplazar sino se cuenta con algo mejor, mucho más amplio y generoso, otro entorno que nos permita mejorar la comprensión del otro, y que nos conduzca a pensar en términos de mayor empatía. Las nuevas tecnologías despersonalizan la comunicación:
El filósofo Iván Ilich en su postfacio a su ensayo sobre la convivencialidad nos advierte del peligro de una sociedad de mensajes desteritorializdos: “Cincuenta años atrás, nueve de cada 10 palabras que oía un hombre civilizado le eran dichas como a un individuo. Sólo una de cada 10 le llegaba como el miembro indiferenciado de una multitud —en el salón de clases, en la iglesia, en mítines o espectáculos—. Las palabras eran entonces como cartas selladas, escritas a mano, bien diferente de la chatarra que contamina hoy nuestros correos. Actualmente son escasas las palabras que intentan llamar la atención de una persona.”

Los límites del mundo digital
La modernidad es ante todo una toma de conciencia. Es la condición para dialogar con nuestras tradiciones y con nuestra historia. La modernidad es una narrativa que nos permite dialogar con otras narrativas. Por eso necesitamos una narrativa de la tecnocultura donde los nativos digitales se vuelvan también hijos de Gutemberg, de Lutero y de Erasmo de Rotterdam; donde los nativos digitales dejen de mirar por un momento sus líneas intermitentes del Twitter para recordar la ardua labor que es comprender al otro.
Ni el twitter ni los SMS sustituyen la gran experiencia occidental de la novela. Una experiencia radical de comunicación, de imaginación y de puesta en marcha de mundos posibles que inicia con el Quijote y de la que se ha anunciado su muerte desde mediados del siglo pasado con los autores de la Nouveau Roman. Tampoco se trata de creer que el Facebook es el gran relato de relatos donde cientos de voces se leen de manera simultánea —en una suerte de Babel asíncrono y de hipermedia— como lo describen sus ingenuos promotores. No nos debe dar pena reconocer las limitaciones de las nuevas tecnologías de la información para la comunicación. Claro que si reducimos la comunicación a la transmisión de una cadena de bytes podemos estar maravillados de cuán rápido transmitimos cadenas de terabytes de manera inalámbrica por todo el mundo.
Pero si le entramos al terreno de las comparaciones odiosas, yo prefiero a San Agustín dictando sus sermones y sus tratados de teología; o a Fray Bartolomé de las Casas escribiendo sus Tratados (aunque jamás sea instantáneo) que miles de blogs o mensajes de Twitter que jamás podré leer.
Donde sí creo que se está dando la batalla es en la distribución de la información: uno puede hallar el último recital de poesía del extinto poeta brasileño Haroldo de Campos, o la novela del realismo mexicano “La Calandria” de Rafael Delgado; o algún concierto de Ellis Regina o Sinnead O´Connor, ya imposible de hallar en el circuito de los medios masivos electrónicos. Pero esta distribución no está asegurada. Cada vez los contenidos de la red se trivializan y la semántica del Internet hace que hallemos contenidos irrelevantes. O que poco a poco las posturas sobre propiedad intelectual y posturas de tipo conservador eliminen contenidos en la red.
No hay nada ganado. Pero aún si lo hubiera la red y sus aditamentos tecnológicos sólo son útiles si se sabe con cierta precisión qué es lo que se busca. Es decir, se requiere un contexto o universo cognitivo y cultural previo que no se adquiere ni con el Facebook, ni con el Twitter, ni en los blogs sino que proviene de la educación y de una formación cultural. Este sector, no cabe duda, se ha visto beneficiado del uso de las nuevas tecnologías de la información. Pero insisto, se trata del sector letrado, de esta ciudad letrada que se ha alfabetizado tecnológicamente sin renunciar a la tradición de los libros. Y es gracias a esta tradición, la vieja tradición de los libros, por lo que ha ocupado estratégicamente las tecnologías de la información. Ellas por sí solas, sin una formación cultural previa sirven.
Internet no es ni por mucho, una Enciclopedia virtual y en línea que lleve a cabo el sueño de la Ilustración, y tampoco salva las barreras idiomáticas y culturales. El universo de un usuario de internet está limitado a unas cuantas páginas y a miles de búsquedas estériles a través de Google, Yahoo o Bing.
De algún modo internet expande cuantitativamente nuestra experiencia del mundo pero limita y no profundiza esta experiencia.
Si de algún modo en Internet —con las herramientas de facebook o los blogs— se suscitan algunos debates se trata de discusiones y foros que reflejan las costumbres democráticas de algunos sectores de la población; y estas discusiones y tomas de postura se darían con o sin blogs o facebook porque no se le puede adjudicar a una herramienta tecnológica, por sí sola, atributos democráticos o conversacionales puesto que estos son el producto de prácticas previas de conversación, de discusión y de reflexión. A diferencia del libro, a quien estos profetas del catastrofismo de la Galaxia de Gutemberg, le han anunciado su muerte, el libro sí es una herramienta de reflexión. Escribir un libro, o escribir para un libro sí es una tarea profundamente intelectual y moderna porque nos permite intervenir en la larga conversación iniciada por otros ciudadanos del ágora pre-analógica: los filósofos griegos.
Las comunidades de usuarios no pueden comportarse sólo como ghettos de nativos digitales, ajenos a la calle, al sol; no pueden comportarse como consumidores de las mercancías tecnológicas sin cuestionar que estas tecnologías escapan a su propio control y no son herramientas a la mano, sino tecnología reservada por los grandes consorcios trasnacionales que protegen la “propiedad intelectual” del software e impiden la intervención directa de los usuarios para ejercer la libertad de estudiar cómo trabaja el programa, y cambiarlo para que haga lo que el usuario quiera y no lo que la transnacional decida. O la libertad para redistribuir las copias del programa para ayudar a otros usuarios. O la libertad para mejorar el programa y publicar sus mejoras, y versiones modificadas en general, para que se beneficie toda la comunidad, todas estas libertades, que sólo son posibles cuando se tiene el acceso pleno al código fuente del software.

La herramienta del ciudadano analógico
A pesar de las categorías y los clichés, la primera provocación, es la de volverse ciudadanos analógicos que interactúan con ambientes digitales para construir un mundo más democrático, participativo y con una mejor distribución de la riqueza.
Más bien a los nativos digitales hay que volverlos ciudadanos analógicos de una aldea global o de los micromundos posibles para hacernos audibles, unos a otros. En esta era digital el gran reto no es estar conectados inmediatamente sino el poder escuchar, cuando los entornos de la mediosfera generan polución con sus sobrecargas informativas, mediáticas y de infoentretenimiento.
No vivimos, ya en una sociedad del espectáculo, ni en una pesadilla orwelliana, sino en una vecindad que segrega a todos aquellos que no tienen acceso al capital social de la tecnología. La lucha de clases ya no es un cliché sino la descripción de la modernidad utópica para nuestros entornos digitales.

El retorno de la palabra

Pero la red también ha tenido un lado positivo, muy a pesar de los entornos controlados de las trasnacionales de la información como Microsoft ya que ha surgido un retorno a la palabra.
El escritor Juan Villoro —en una conferencia hace tres semanas en la Biblioteca Palafoxiana de Puebla— hablaba de cómo estos ambientes han permitido el regreso de la palabra porque la imagen es insuficiente para comunicarse.
A pesar de que los celulares traigan sus cámaras integradas siempre se requiere una explicación, una descripción, una interpretación de lo grabado —ya sea audio o video— y esto sólo se da por el concepto.
El blog es la única forma de escritura que soporto. Me duele el brazo Sianya se quedó dormida sobre mi brazo. Es una "forma de escritura" profunda moderna.
Es la máquina de escribir que a mis quince años me permitía vivir encerrado en mi cuarto todas las tardes. Ahora, que lo veo así. Eso era vida. Encerrarse todas las tardes a emborronar cuartillas. Como la novela de los Wasi Chu que nunca escribí o los poemas totalmente treinta y siete diecisiete con el Cochabamba como su actor principal. Esos fueron los primeros capítulos inéditos de Friends. Luis siempre se queja: la prepa ya pasó, insiste con su veriginiesca voz, él es el de la voz. Yo sólo lo escucho y le doy el clásico avionazo.
Pero insisto, luego de esa digresión: el blog es la única forma de escritura a la que sobrevivo y hoy pienso prostituirla. Escritores, ensayistas, periodistas, fotógrafos, cineastas, historiadores y poetas recurren al blog más que como un
Hay un error. El mundo no se divide en poetas y prosos. Esa división es artificial. Más bien se divide entre fanáticos de Levis y de Calvin Klein. Entre fanáticos del blog, del twitter; del correo electrónico y del facebook.

martes, diciembre 01, 2009

Como ella es de Haroldo de Campos

La poética del corrido en los Tigres del Norte


I
La violencia en el país es un síntoma de descomposición social. No se trata de una metáfora. Ni de algo a lo que haya que darle la vuelta, la violencia está presente y al volverse cotidiana se invisibiliza. Nos hemos vuelto inmunes no a la violencia sino a las imágenes que pueblan las pantallas de televisión y de computadora. Hace algunos años las portadas del semanario Alarma mostraban un rostro cursi de la violencia. El semanario Alarma era el mejor ejemplo del kitsch. Pero ahora ocupamos un término prestado para referirnos a una violencia que no tiene precedente: “México se colombianiza”.
Poco a poco nuestros referentes se borran. México ya no se “colombianiza” sino que más bien la violencia en México posee su propia lógica, una lógica que poco tiene que ver, salvo las expresiones a bote pronto de algunos analistas, con lo que sucedió hace algunos años en Colombia.
La violencia remota ha dejado de serlo para convertirse en una violencia próxima.
La violencia se ha descentralizado. A cambio de esto, los ciudadanos han cedido el espacio público a los cuerpos de seguridad; de manera irreflexiva, amplios sectores de la población han consentido en obtener mayor seguridad a cambio de operaciones de la militarización de la seguridad pública. Aunque la percepción ha mejorado no así las cifras.
En aras de una mayor seguridad, los ciudadanos confían en las fuerzas militares en una apuesta inmediata, y muchas veces perdonando los abusos de las fuerzas castrenses.
Además de un cerco policiaco y militar contra la delincuencia organizada hay un cerco informativo para replicar las imágenes de una violencia callejera reproducidas por los media y como los media reproducen emociones la inseguridad y la violencia son emociones distribuidas de manera ubicua.
Para este imaginario donde reina la violencia cualquier respuesta vale la pena: ceder las libertades construidas, ganadas y arrebatadas durante un largo período de la historia para sentirse más seguros, es regalar el dominio de la política al del sentimiento, es decir, ceder ante el reino del terror, síntoma, sin duda, de prácticas totalitarias.



II
Los Tigres del Norte han mostrado un comportamiento ejemplar a lo largo de su carrera. Han sabido, con una sensibilidad poética, rescatar la vida de un país atrapado por su clase política corrupta y no se han dejado engañar ni seducir por los espejismos de la transición democrática. La agrupación musical ha realizado una labor crítica.
En su visita a Puebla, durante el FIP, la banda norteña, confirmó ante sus seguidores en el estadio de beisbol Hermanos Serdán su compromiso para mantener una postura crítica: “Seguiremos siendo portavoces de sus historias”.
Unas 30 mil almas aclamaron a los Tigres en el estadio de beisbol. No fue La banda fue censurada por su rola de corte político la Granja. Además, en las estaciones de radio y en los canales de televisión la fábula de la agrupación norteña simplemente no se transmite aunque la Secretaría de Gobernación presume que no ha girado instrucciones para evitar la difusión de la rola de marras.
En sus canciones se expresa la vertiente popular y callejera, una vez que los poetas han renunciado a la experiencia directa de la vida y a compartir con los sectores vulnerables y más desprotegidos su realidad. Al contrario, la agrupación musical ha sido un pararrayos, un detector y un profeta del México que sigue siendo él mismo
Los Tigres han recuperado las historias de los héroes populares: los mojados, los narcos y las heroínas del amor como Camelia, la Tejana. Su crítica hacia la clase política del país ha sido vehemente y aguda, como en la canción el Circo, de clara referencia a los hermanos Salinas de Gortari:
Entre Carlos y Raúl/ eran los dueños de un circo/ Carlos era el domador/ el hermano más chico/Raúl el coordinador/ con hambre de hacerse rico..
Más adelante, la canción describe la situación precaria de ambos personajes políticos. Como los trovadores de la Edad Media, los Tigres del Norte han hallado en el corrido una expresión del sentimiento popular que los medios de comunicación acallan. Los Tigres recuperan el imaginario colectivo.
Su más reciente canción “La Granja” generó una oleada de reacciones una vez que el grupo fue censurado para que no cantara el tema en la entrega de los Premios ss
También la Secretaría de Gobernación ha censurado la canción la Granja “sugiriendo” que no se transmita en las radiodifusoras. En el video de la canción se alude a diversos personajes de la vida política de México. En la canción se escuchan estrofas punzantes como: “Hoy tenemos día con día/ mucha inseguridad/ porque se soltó la perra/ todo lo vino a regar/ entre todos los granjeros/ la tenemos que amarrar”

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.