miércoles, noviembre 17, 2010

Las cajitas felices de la Ciudad de las Ideas

macdonalizar el conocimiento, La ciudad de las Ideas


La "ciudad de las Ideas" representa como el conocimiento en las sociedades globalizadas y neoliberales un “efecto”, una “sensación”.
Si en un McDonalds se compran “cajitas felices”, el pasado fin de semana vimos salir del Complejo Cultural Universitario a poblanos, estudiantes, académicos, burócratas, periodistas, políticos, etc. felices con su “cajita feliz” del “conocimiento” luego de asistir a la “Ciudad de las Ideas”.
Sin duda, al foro asistieron algunos ponentes reconocidos pero el formato de 21 minutos y la escenografía de un set televisivo volvieron irrelevante lo que dijeron y cómo lo dijeron: en algunas exposiciones, el argumento -esa vieja herramienta conceptual, tan querida a los griegos- se reemplazó por la ocurrencia o la anécdota estudiada al estilo de los “speakers” gringos.
Si realmente queremos una “ciudad de las ideas” debemos regresar a la vieja cultura donde el libro es el transmisor del conocimiento.
Peligroso es que formatos como el de “la Ciudad de las Ideas” se tomen como modelo de la transmisión del conocimiento y de la formación de la cultura.
A pesar de las blackberry, de los ipads y de las redes sociales, el conocimiento se sigue transmitiendo gracias a la añeja cultura ilustrada: son los lectores frente al texto, quienes recuperan argumentos de un libro, son los lectores frente a un libro los que descubren un mundo. El mito posmoderno de las Tic´s quiere ocultar esa vieja tradición haciendo creer a las elites que estar conectado en línea y recibir miles de tuits es un acto cognitivo.
Asimismo, lo grave del asunto no es que se realicen “ciudades de las ideas” sino que el Estado patrocine actos donde no se difunde la cultura ni se educa. Los recursos públicos, recursos de los ciudadanos, deben encaminarse a crear verdaderos centros de cultura y de educación, y no a pagar eventos de mass media.
No necesitamos “ciudades de las ideas” sino bibliotecas para generar conversaciones informadas. Lo cual no se logra con “cajitas felices” sino con el encuentro (cara a cara) del lector con el libro.

sábado, septiembre 25, 2010

Pitol recibe cédula real en Puebla

No llegó con su Baedecker en mano. Salió del Cabildo con su Cédula Real. Luego del homenaje express en un Cabildo casi sin regidores, el novelista de raíces italianas Sergio Pitol Demenéghi intenta fumar un cigarro.

Parece una procesión de la Virgen de la Covadonga. Alfredo Godínez — devoto visible del culto local a Pitol— carga la estorbosa cédula; lo acompaña el exdirector de la Facultad de Electrónica de la UAP Jaime Cid Monjaraz, actual regidor del ayuntamiento de Puebla.

Un séquito de escritores escolta al autor del Arte de la Fuga. El editor de la colección de la Universidad Veracruzana “Sergio Pitol, traductor”, Rodolfo Mendoza quien inició su periplo literario con la ya extinta revista Anónimos Suburbios; el novelista chipileño y escritor en lombardo veneto, Eduardo Montager, y el escritor Javier Aranda Luna, autor de la Biblioteca Personal.

Pitol se detiene afuera del salón de Protocolos e intenta encender un cigarro sin mucha suerte.

El fotógrafo Andrés Lobato le acerca un encendedor. Y él hace casita. La breve ruta entre Protocolos y el Edificio Carolino se transita entre flashazos. Desde el Italian Coffee de doña Mago la gente voltea con curiosidad.

***

Se ve lívido. Con los años su color de piel se hace casi transparente. Se le nota inquieto.
Ningún funcionario de la administración municipal lo recibe. El regidor Jaime Cid Monjaraz se acerca a saludarlo y conversa con él.
Pitol mira su reloj.

Dieciséis minutos después de esperar a la presidenta Alcalá, un trajeado asistente reprende al escritor Rodolfo Mendoza, acompañante de Pitol.
—Ya viene la presidenta.

Pero pasan otros diez minutos y la alcaldesa no llega.
Al fin aparece entre flashazos, sonriente, más que como alcaldesa como la prima donna del Cabildo.

Pero al Premio Cervantes de Literatura, el Cabildo de la ciudad le hizo el feo; los únicos que llegaron fueron Jovita Trejo Juárez (presidenta de Actividades deportivas y sociales), Gerardo Mejía, René Sánchez Juárez y Jaime Cid Monjaraz.

Alfredo Godínez lee el abultado currículum del novelista veracruzano.

De manera express la alcaldesa le entrega la Cédula Real. Y lo más importante —luego de leer un discurso deslavado, hueco, reusable para cualquier otro homenaje al vapor— posa para la fotografía y lo acompaña a la salida del palacio.

Pocas veces un Premio Cervantes de Literatura viene a la ciudad, se trata del único Cervantes poblano, y la ignorancia siempre se traduce en desaire, con mucha buena voluntad.

***

El prosaísmo de los políticos parece un capítulo esperpéntico de la obra de Pitol.
El secretario de Desarrollo Social, Victor Manuel Giorgana Jiménez y el regidor Gerardo Mejía platican animosamente.

César Pérez López escucha las palabras de la presidenta.

Con dificultad las palabras brotan del escritor que sufre un problema del habla. “A finales de 1988 regresé definitivamente a México, durante mi estancia de 18 años en Europa escribí y publiqué varios libros, algunos se tradujeron a otras lenguas y recibí premios. En ocasión fui traductor y profesor; fui editor, labor a la que ahora me dedicó con pasión.

”Volvía al país de emplear mi tiempo y mis energías sobre la escritura. En ningún momento me sentí alejado de México, ni de mi lengua, es así que sentí una necesidad casi física de convivir con nuestro idioma, de escuchar a toda hora el español.

”Mi familia era italiana, pero nací en Puebla. Estudie desde la primaria hasta la preparatoria en Córdoba, Veracruz, sin embargo mi familia y yo viajábamos durante las vacaciones de verano, y al siguiente visitábamos al resto de nuestros parientes en la ciudad de Puebla.

”Así que Puebla y Veracruz son mis raíces. Cuando se publica algún libro mío, ya sea en México o en el extranjero, exijo que aparezca Puebla como mi lugar de nacimiento.

”Yo me aventuro a decir los libros que he leído, la música y la pintura, las calles recorridos; uno es su niñez, su familia, algunos triunfos. Bastante fastidio, uno es una suma mermada por infinitas restas. Uno está conformado por tiempo, adiciones y credos diferentes.

En el momento en que esto escribo, esta página, puedo vivir en una fase larga y gregaria. Y otra, la más reciente en que la soledad me parece un regalo de dioses. Ir a fiestas, tertulias, cafés. Fue durante largos años un goce cotidiano. Pero el paso a otro extremo se produjo de modo tan gradual que no logro aclarar los distintos movimientos del proceso. Mis últimos años en Europa fueron como embajador de Praga y coincidieron en una intensidad en energía.

”Escribir se volvió una sola obsesión. Nutrió de anécdotas, frases y gestos. La ciudad de Puebla ya en sí es un regalo a la vista y a la memoria de su historia. Muchas gracias.”

La presidenta Blanca Alcalá lee un discurso aéreo que algún asesor descuidado escribió sin ningún esmero, pero que seguramente cobrará con creces en la nómina. “Es un honor recibirlo en este espacio. Recibirlo sin duda nos da cuenta de que hoy los poblanos debemos sentirnos muy orgullosos. Porque el documento más importante de la historia de la ciudad se engalana en ponerlo en sus manos”.

Los lugares comunes abundan. “Reciba el cariño de muchos poblanos que no lo conocen, pero lo sentimos nuestro a través de sus letras.”

***

Hay alumnos de la Facultad de Letras de la UAP —donde la obra del Premio Cervantes se ignora olímpicamente—, lectores groupies, o escritores como Miguel Maldonado, Juan Carlos Canales, Gerardo Oviedo y Armando Pinto.

La ronda de presentaciones la inicia el escritor Rodolfo Mendoza y la satura con el llamado a la fiesta de la lectura de la obra de Pitol. “Bailemos, cantemos, brindemos por las llamas de la literatura; gracias, Sergio, por tu obra”.

Javier Aranda Luna enfatiza los valores transgresores de la literatura de Pitol: el choteo, la burla, la farsa, y el tono paródico, más preocupantes para los políticos que el análisis sesudo de los intelectuales. “Que el espantajo pueden hacernos ver mejor la vida. La pasión de uno forma parte de la vida de todos”.

Eduardo Montagner relata cómo se hizo lector de Pitol. El autor de esa Gran Verdad se adjudica la herencia italiana del autor del “Nocturno de Bujará” y asegura que su ascendencia es muy parecida a la del escritor veracruzano (el Huatusco para Pitol es el Chipilo de Montagner).

Las palabras de Montagner cierran el acto. Una novísima generación de lectores lleva con devoción algún libro del novelista: algún tomo de sus Obras completas, El Arte de la Fuga o una edición viejísima —El Tañido de una Flauta- de la segunda serie de Lecturas Mexicanas.

Pitol fuma su último cigarro afuera del Carolino. Sólo nos queda decir Pitol vino a ser reconocido por el Cabildo y los universitarios de la UAP, pero más bien parece que vino a domar a esa “divina garza” que es la memoria, los lectores y una poblanidad accidental de nacimiento.

(liga)

martes, septiembre 07, 2010

Cinco Apuntes



I
Escribe Jorge Luis Borges: “La poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro.”
Develamiento del mundo, restauración de la mirada, sanación de la ceguera; el orden simbólico se agrieta, se suspende, con el descubrimiento del libro. El libro no es sagrado ni alado. El libro es cosmogonía. Incisión.
El libro funda un mundo. La novela es la continuación del mito. Toda recuperación del mito nos lanza a la época donde moraban los dioses y donde lo sagrado poblaba hasta el mismo átomo.
El libro es la terapia por la que el lector se transforma, se vuelve ese otro que no es pero que puede serlo, el libro restaura alguno de los pasados posibles.
Comprender, es sobretodo desalojarse de uno mismo; el que comprende cede el cumplimiento de sus deseos. Sepulta sus imágenes.
El que comprende admite: su posición no es única, hay otras posturas, su visión es relativa, las otras visiones nos complementan, nos integran; nos integramos a un gran relato inacabado en continua construcción.
No hay hechos atómicos sólo hay relaciones, señalan los filósofos analíticos, es decir, la relación entre el lector, el libro y la poesía es una relación de descubrimiento.
Descubrimos nuestra desnudez, descubrimos nuestras carencias, nuestras oquedades, nuestros huecos, nuestras fisuras.
El libro es el límite del mundo, como nosotros, somos el límite del lenguaje.
Por eso la poesía no es una escritura sino el descubrimiento de un nuevo mundo; el lector explora otros mundos posibles.
El libro es a veces esa “casa abandonada” pero también como hablara Eliseo Diego en su poema Arqueología, “el sitio del calor y la dicha.”

II
La razón instrumental nos ofrece un paraíso. Pero la razón instrumental no nos enseña cómo construir la esperanza, cómo volvernos mejores ciudadanos, cómo ser justos y compasivos, cómo volar en el amor, aunque lo declare una ficción generada por alteraciones fisíco-químicas; la razón instrumental no nos dice cómo sumergirnos en la lectura de una novela y sus muchos mundos.
Hay que dar a luz nuevos relatos, no significa que los relatos antiguos sean inservibles, sino más bien es una forma de decir que con los viejos relatos, cansados nuestros ojos, vamos a refrescar la mirada.
Ni aún las más avezadas herramientas de la tecnología nos permitirán adueñarnos de los mitos espléndidos de Borges y de la poesía a la que la mente científica de Platón expulsó de su República.
Dice el teólogo brasileño Rubem Alves que la educación consiste en enseñar a ver a los educandos, descubrir el mundo con esa mirada de asombro de niños que observan por primera vez el mundo, y que el educador o educadora, el maestro o maestra, abren los ojos de sus alumnos y alumnas.
Si se quiere pensar así, el que enseña, ayuda a quitar de los demás esas nubosidades de los ojos, es así que Alvez dice, que educar es siempre una educación en habilidades y en sensibilidades.
El hilo de las palabras de Alves nos conduce a un jardín, ¿cuánto de espejismo hay en nuestras palabras? Pero también, ¿cuánto de esperanza cuando los usuarios de las palabras abandonan el papel de legisladores, como creyó Platón en su diálogo Crátilo, sino el de dialogantes que ceden pretensiones, reconocen sus límites y se entregan al diálogo como si fuera un ritual del entendimiento?

III
El diálogo no impone. En el diálogo, los hablantes se convencen con razones, apelan a la gratitud del otro, apelan a la fragilidad de lo que el otro dice. Imponer y chantajear nunca son características del diálogo.
El diálogo es más bien danza donde los danzantes cambian de papeles. El diálogo es una actuación para caminar a la verdad.

IV
“Pensar como rememorar no significa estar ligados al pasado (que es sólo otro presente ya no disponible), ni remitirse agradeciendo a alguna presencia de la cual dependeríamos; significa, en cambio, captar la apertura del ser, en la cual estamos arrojados, como acontecimiento”, dice Gianni Vattimo.
La poesía es la que permite celebrar estos encuentros, es hospitalaria, con esos fragmentos que muchas veces se resisten al sentido; es una casa común del vecindario del lenguaje con un jardín apacible para refugio de esas guerras privadas del poder y del sinsentido que todo quieren abarcarlo.
Pero mientras la poesía mantenga intacta su inutilidad, su carácter de juego por el juego mismo, su momento de danza y de fiesta, sus manías carnavalescas, estaremos, a salvo, quizás, de esa razón instrumental, de ese mundo objetivo y de legisladores que nombran verticalmente a las cosas.

IV
“Esa neblina oculta cuánto de real hay en el futuro. Es nuestra verdadera ceguera. No vemos en el futuro más que algo turbulento, confuso y amorfo.”

domingo, agosto 22, 2010

Hay que domar a la divina garza

Es muy fácil hacer un elogio; y casi siempre, un elogio sustituye al análisis o al comentario. Una obra es sobre todo un impulso para el comentario y la discusión. Una obra nos abre, en el mejor de los casos, a nuevos mundos, y por supuesto nos cierra a aquello que hace ruido y no es esencial. Por eso dice Gadamer que hay que aprender a escuchar.

Me parece que se pueden decir un par de cosas: gran parte de la literatura que se escribe en México carga el fardo de lo solemne, es pesada, quiere abarcarlo todo, quiere decirlo todo, pero siempre en un tono gran señor, en un tono de filósofo hegeliano que descubre el Espíritu Absoluto y le da una gran fiesta de celebrtación o de novelista post-cervantino pero también gran dandy guerrillero. Abro una novela y me topo cono ese gran tono aquí están mis memorias, la Patria soy yo, el mundo inicia con mi obra.

Desgraciadamente lo que priva es esa sensación de que sólo mis chicharrones truenan y de que yo soy la emanación más pirruris del lenguaje, el gran intérprete, ahora sí, de la teoría de la recepción, o el poeta alado y sagrado, anunciado por la mercadotecnia de Platón en sus Diálogos; pero eso sí, cómo ninguneamos, me refiero al gran significante, gran señor feudal, gran trono de la literatura nacional y sus esencias, a fray Servando Teresa de Mier, y confundimos el ser con el aparecer.
Esa conversión de los escritores en intelectuales y luego de intelectuales en intelectuales de televisión ha sido una de los momentos cumbres de la desaparición de la vocación literaria. Interpretaron el idealismo de Berkeley con acento de rating: “Existo si soy percibido en el rating”.

Quizás por eso hay que leer a Pitol. Pero ya basta de esos ánimos sacralizadores, de groupie literario o de citarlo como si se tratara de la Constitución, de la Biblia o del Manual de Carreño, que dicho sea de paso, también hay que leerlos.
La redención, ya sea estética o paraliteraria, sólo vendrá cuando, y Borges lo ha anotado perfectamente, nos encontremos con nuestro libro. Esa es la experiencia estética que nos cambia la vida o por lo menos nos hace soñar con que la vida es otra.

Podemos leer el Arte de la Fuga en esa clave de quien busca toda su vida las lecturas, los lugares y los personajes de sus lecturas, porque como dijera Henry James, a quien cita Pitol en su ensayo sobre una Ars Poética, la novela es una impresión directa de la vida; pero esta profesión sólo es posible cuando resulta intolerable encarcelarse en un mundo petrificado donde todo resulta irrespirable y se atina mejor a mudarse, al nomadismo, a las experiencias que estimulan el pensamiento, como los viajes, el paso intermitente entre una lengua y otra, la traducción de las sensibilidades, y la incorporación, de todo esto, siguiendo a James, a la novela, que no es otra cosa que encontrar la forma que el lenguaje toma para desembocar en un texto, luego de un periplo intenso y vivísimo.

Si no comprendemos esto nos mantendremos, aún con cientos de viajes, libros y citas, en un cómodo provincianismo, porque el legado de la provincia y de la aridez de la altiplanicie no se salva con una blackberry, una conexión a internet o algunas citas cachondas de textos en otros idiomas, sólo se salva cuando se encuentra esa conexión esencial entre el mundo y el texto, ya sea como autor, ya sea como lector. Esa es, en el sentido literario y muchas veces existencial, la reivindicación metafísica de tantos entuertos.

Sobre Rabia, la novela de Jaime Mesa

Foster, el salvaje globalizado
Foster es Leonardo pero también es Marisa. Foster es la evidencia literaria de que las redes de internet no son un paraíso de la comunicación instantánea o en línea como difunde la propaganda de los grandes monopolios de la comunicación.
En ese sentido, Foster pertenece a los personajes de una epopeya distópica que se remonta al siglo pasado con Winston Smith en la novela inglesa 1984, ya sabemos que no hay finales felices, pero hay que insistir en ello, Foster es un bárbaro que pertenece a una sociedad informada, sin embargo, la información por sí sola no nos humaniza. En un sentido Foster somos todos los ciudadanos de la sociedad de la información.
Lo que se ha globalizado no es el conocimiento sino solamente la información en línea. La gran deuda de la Ilustración y de la modernidad no es el progreso sino la capacidad de que el sujeto, se eleve a la dignidad de persona, de ciudadano de las repúblicas democráticas: dejando su minoría de edad, adquiriendo la autonomía de quien se atreve a saber sin la guía del otro, como postuló el filósofo alemán Inmanuel Kant.
Y aunque las aspiraciones democráticas son otra cosa, el fenómeno literario nos permite pensar que frente a la propaganda de la tecnología, Rabia nos recuerda que el salvaje o el bárbaro siguen aquí con nosotros, que no se trata de una sociopatía o de una enfermedad curable con remedios terapéuticos o psiquiátricos sino de una condición cultural y cuanto más metafísica: la rabia con la que Foster ataca y asesina a los transeúntes luego de un juego perfecto de los Cubs de Chicago, y la violencia con la que practica el sexo para buscar o huir del amor no es la de un sociópata sino la de un salvaje globalizado para quien el mundo es una serie de niveles de un videojuego.
Desde los epígonos de Microsoft, del Valle de Silicio, de la comunicación en tiempo real por ICQ, de las bitácoras virtuales o de las redes sociales como el Hi5 o el Facebook; ya sea en una rudimentaria PC, en una laptop o notebook o desde un teléfono celular o una Blackberry la tecnología convive con el bárbaro.
Si estamos conectados con el mundo no lo estamos porque aparezca en la esquina de la pantalla de la computadora una ventana con un nickname o sobrenombre.
Estamos conectados con el mundo a través de la relación cara a cara con el otro, con quien no solamente tiene una designación sino un rostro, es decir, una historia y una semejanza, y nos interpela con un compromiso al que ineludiblemente debemos responder.
Foster es, ocupando esta comparación, como una mónada. Aunque esto parece un lugar común nos muestra una tendencia: son las identidades las que construyen al sujeto pero para que exista una subjetividad no bastan una serie de identidades. Lo que Levinas ha dicho con suficiente arrojo: “no hay otro sin un rostro” es lo que atina a decir Foster, el personaje central de la novela primeriza de Jaime Mesa (Puebla, 1977) cuando huye de Beca.
Ella me mira de la misma forma que yo deseé verla hace rato.
-¿Y si te dijera que te amo?- le digo para aliviar la tensión de nuestras miradas.
Sé que es sincera, tengo ganas de hacerle el amor. No lo hemos hecho desde nuestra pelea.
-¿Podremos revisar si hay vuelos para mañana?-me dice sin quitar el gesto de mujer enamorada. Rompo el contacto visual y llamo a recepción a ver si se pueden encargar del asunto.

O más adelante:

¿Qué maldita manía tiene la gente de estar unos con otros? Imagino un mundo de silencios, de desconexión, donde cada quien vive un mundo particular. Y no se roce.

Las palabras de Foster son lo opuesto de un reconocimiento pleno del otro. Es el vocabulario para quien el lenguaje no abre nuevos mundo sino se cierra a cualquier contacto con el otro, con el prójimo, con el vecino.

La violencia
El juego perfecto del inicio de la temporada de beisbol provoca que los fanáticos salgan a las calles a festejar el triunfo; la celebración de la victoria desata disturbios. Foster se enreda en el festejo. La turba se amotina. Foster se siente vivo entre la violencia anónima. El fanático del beisbol comete un asesinato:
Azoto la piedra que momentos antes me ha servido para romper el parabrisas de un Mercedes contra la nuca de un camarógrafo. Enseguida voy contra otro más, y de un solo golpe le tumbo la cámara. (...) Me siento vivo. Es la primera vez que la sangre que asciende vertiginosamente hasta mi cabeza me habla. (...)Sangre, por fin alguien logra llegar al rostro del conductor y mete los ojos en la cuenca del ojo izquierdo.

Luego de la violencia Foster confiesa su crimen en una sala de chat. Pero nadie le cree. El chat lo libera del asesinato cometido.
Afuera se escucha el ulular de una sirena. El mundo entero busca mi rostro, lo dice la televisión. Pero casi nadie en esta ciudad sabe quién soy, excepto Sonia, excepto algún conversador o jugador informal en el parque. En realidad, pienso que bien podría haber matado a un hombre y salir impune. Un golpe más contra la nuca. Pero, después de todo, no puedo asegurar que cuando el primer camarógrafo cayó al suelo estaba todavía vivo. Tal vez para ese momento de la historia, yo ya era un asesino.
“Maté a un hombre y lo único que me siento es miedo de que la policía venga por mí”, escribo en una sala de chat de Chicago. Ahí todo sucede rápido, el despliegue incesante de frases de cada uno de los 100 personajes anónimos. Alguien me dice que eso no es nada, que él ha matado a diez y la lista sigue; otro más que se burla y comienza una disertación torpe y cínica sobre la muerte. A nadie le importa la verdad. Repito que soy el tipo de las noticias, el que golpeó a dos camarógrafos; así que primero dos y luego más comienzan a ridiculizarme, me dicen que ahí dentro cualquier puede ser ese hombre.

El deseo

La vida sexual de Foster transcurre entre las salas de chat y las videocámaras. El sexo virtual sustituye al amor, al que se renuncia. Lo que importa es el acontecimiento del deseo, un deseo efímero y mudable, que aparece y se esfuma como los participantes en una sala de chat. No hay nombres, porque el nombre identifica, sólo hay portadores de sobrenombres, el nombre humaniza, y la principal actividad del lenguaje se pierde, la de nombrar.
Una de las mexicanas, cerca de las 5 de la mañana me propuso sexo. Se trataba de una cuarentona que acababa de divorciarse y para la cual la soledad representaba un oscuro calabozo.

El nombre es reemplazado por las ciber-identidades en la sala de chat, como si se tratara de un desfile de máscaras en un acelerado juego de la seducción y del engaño. Pero una ciber-identidad no es siquiera un proto-nombre y si no aspira a nombrar al portador del nombre mucho menos aspira a designar una identidad, a reconocer en el otro a un sujeto, a un semejante:
Aparece después de quince minutos de estar buscando alguien con quien hablar, Cree que soy mujer. La certeza de ganarme su confianza y de conocer su intimidad me obligan a no desmentirla, como no he desmentido a tantas otras. Me llamo Marisa, Sólo aquí. Ella es susana82. Está bien. Yo sólo quiero sexo. Me dice que está buscando confirmaciones. Que ayer no sé qué, algo a lo que no le pongo mucha atención. Me manejo con cautela. Sé cómo reaccionan estas lesbianas: atisban, desean reconocer si eres hombre. Lo soy. Pero soy muy hábil para el engaño.
No se puede luchar contra este engaño. Si el rostro se pierde, si el nombre se pierde, si el contacto se pierde sólo queda el deseo, deseo que poco a poco deriva en una violencia sin atributos ni apellidos.
Para algún grupo de lectores, Rabia, a la que el autor, pensó llamar “Conexión Virtual”, sería quizás la primera novela existencialista escrita en Puebla, una ciudad adocenada, muchas veces conservadora, y donde la violencia se encuentra siempre latente. Pero fuera de esta observación seudo-sociológica habría que decir que para estos lectores, Foster podría ser también un personaje de Camus, es decir, todos somos Foster por la violencia de un mundo desacralizado, es decir, que ha perdido los mecanismos para formular y responder a la violencia. El mundo antiguo poseía su propio arsenal para enfrentar a la violencia pero nuestro mundo racional, carece de estas fórmulas.


He leído algunas de las entrevistas que el autor Jaime Mesa ha dado sobre su novela Rabia, en muchas ocasiones, Mesa el escritor de carne y hueso, ha caído en la celada de las preguntas de los entrevistadores que quieren respuestas sin haber leído la novela.

Rafael Lemus, en la Revista Letras Libres crítica que siendo “Rabia” una novela que aborda la actualidad tecnológica de chats, computadoras y ciberidentidades, no se arriesgue con una propuesta de un nuevo lenguaje tecnológico. Lemus crítica que Rabia sea al mismo tiempo una novela realista, de molde conservador, y se adentre en el mundo de las redes sociales por Internet.
Esta crítica más bien nos muestra una preferencia: Lemus desearía que cualquier novela sobre el ciberespacio sea también una suerte de experimento e innovación lingüística. Pero en todo caso, la petición de Lemus debería hacerla también a todas las novelas de ciencia ficción, lo cual resulta por lo menos ocioso, pero parte más bien de una ingenuidad propia de la modernidad: todo avance tecnológico es progreso, lo cual, es bastante cuestionable aunque no se haya leído a Iván Ilich .
Quizás a lo que Lemus apunta es a un exhorto sobre la necesidad de experimentar nuevos lenguajes alrededor de la novela, a propósito del ciberespacio, pero esta necesidad de experimentación no tiene que ver con el ciberespacio
Lemus añade que Mesa mira al mundo desde la novela, es decir, mira al mundo ya novelizado, y traduce, con placidez, novelizado por trivializado, sin que medie explicación de este paso arriesgadísimo. Mirar al mundo desde la novela, es más bien confiar, en los recursos de ciertas tradiciones, y desde esta tradición, la tradición de la novela, leer al mundo, pero a mí me da la impresión que sucede lo contrario de lo que piensa Lemus, ya que Mesa parte de una realidad cotidiana – esto ya es el indicio de un mundo, pero más aún, parte de un mundo mediatizado no por el lenguaje sino por la propia tecnología- los usuarios de internet y de la tecnología de chat, y sobre este hecho, ahora sí trivial, construye una novela.
La discusión sobre la eficiencia de la novela resulta también impertinente. No se trata de discutir si el autor maneja con destreza el arsenal adquirido en algún taller literario. Se trata más bien de situar la novela dentro de cierto corpus, y de preguntarse, en qué medida, esta novela dialoga con una tradición o marca nuevos derroteros en las literaturas nacionales y regionales.
Si Rabia abre nuevas posibilidades de lectura, es algo que aún deberán, si lo consideran pertinentes, evaluar sus lectores.

viernes, agosto 20, 2010

Apunte sobre Zizek

Me parece que estamos en uno de esos momentos de libertad ilusoria de las que nos habla Slavoj Zizek en su libro Orgáno sin cuerpo.
En el prológo al libro, Zizek relata un momento donde al filmarse una escena del doctor Zhivago en España el deseo de liberarse del franquismo superó la ficción del set cinematográfico. Zizek relata que cuando David Lean quiso filmar una escena donde se canta la Internacional, el himno socialista, se sorprendió que los dobles españoles conocían a la perfección el himno, y arribaron polícias franquistas creyendo que era una manifestación; los habitantes del poblado aparecieron destapando botellas de vino y celebrando porque creían que había sido derrocado el generalísimo Franco.

Apuntes sobre el diálogo, la poesía y los jardines

I
Escribe Jorge Luis Borges: “La poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro.”
Develamiento del mundo, restauración de la mirada, sanación de la ceguera; el orden simbólico se suspende con el descubrimiento del libro. El libro no es sagrado ni alado. El libro es una cosmogonía. El lector es un explorador.
El libro es la terapia por la que el lector se transforma en ese otro que no es pero que puede serlo, la empatía y el desalojamiento de uno mismo como centro de la comprensión; comprender es siempre ceder. Se restringe la esfera del yo. El que comprende acepta que su posición no es única, que hay otras posiciones, que en el mundo su visión es relativa, que las otras visiones nos complementan, que nos integran, que nos integramos a un gran relato inacabado con las otras visiones.
No hay hechos atómicos sólo hay relaciones, la relación entre el lector, el libro y la poesía es una relación de descubrimiento. Descubrimos nuestra desnudez, descubrimos nuestra carencia, nuestras oquedades, nuestros huecos, nuestras fisuras.
El libro es el límite del mundo, como nosotros somos el límite del lenguaje.
Por eso la poesía no es una escritura sino el descubrimiento de un nuevo mundo; el explorador de otros mundos posibles.
II
La razón instrumental nos ofrece un paraíso y ciertamente, por momentos, lo es; pero la razón instrumental no nos enseña cómo construir la esperanza, cómo volvernos mejores ciudadanos, cómo ser justos y compasivos, cómo volar en el amor, aunque la declare como una ficción generada por alteraciones fisíco-químicas; cómo sumergirnos en la lectura de una novela y sus muchos mundos. Hay que dar a luz nuevos relatos, no significa que los relatos antiguos sean inservibles, sino más bien es una forma de decir que con los viejos relatos, cansados nuestros ojos, vamos a refrescar la mirada.
Ni aún las más avezadas herramientas de la semiótica nos permitirán adueñarnos de los mitos espléndidos de Borges y de la poesía a la que la mente científica de Platón expulsó de su República.
Dice el teólogo brasileño Rubem Alves que la educación consiste en enseñar a ver a los educandos, descubrir el mundo con esa mirada de asombro con la que los niños observan por primera vez el mundo, y que el educador o educadora, el maestro o maestra, abren los ojos de sus alumnos y alumnas a un mundo.
Si se quiere pensar así enseñan a quitarse esas nubosidades de los ojos, es así que Alvez dice que educar es siempre una educación en habilidades pero otra en sensibilidades.
El hilo de las palabras de Alves nos conduce a un jardín, cuánto de espejismo hay en nuestras palabras, pero también cuánto de esperanza cuando los usuarios de las palabras asumen no el papel de legislador, como creyó Platón en el su diálogo Crátilo, sino el de dialogantes que ceden pretensiones, reconocen sus límites y se entregan al diálogo como si fuera un ritual del entendimiento.

III
El diálogo no impone. En el diálogo los hablantes se convencen con razones, apelan a la gratitud de otro, apelan a la fragilidad de lo que el otro dice. Imponer y chantajear nunca son características del diálogo.
El diálogo es más bien como una danza donde los danzantes cambian de papeles. El diálogo es una actuación para llegar a la verdad.

IV
“Pensar como rememorar no significa estar ligados al pasado (que es sólo otro presente ya no disponible), ni remitirse agradeciendo a alguna presencia de la cual dependeríamos; significa, en cambio, captar la apertura del ser, en la cual estamos arrojados, como acontecimiento”, dice Gianni Vattimo.
La poesía es la que permite celebrar estos encuentros, es hospitalaria, con esos fragmentos que muchas veces se resisten al sentido; es una casa común del vecindario del lenguaje con un jardín apacible para refugio de esas guerras privadas del poder que todo quiere abarcarlo.
Pero mientras la poesía mantenga intacta su inutilidad, su carácter de juego por el juego mismo, su momento de danza y de fiesta, sus manías carnavalescas, estaremos, a salvo, quizás de esa razón instrumental, de ese mundo objetivo y de legisladores.

IV
“Esa neblina oculta cuánto de real hay en el futuro. Es nuestra verdadera ceguera. No vemos en el futuro más que algo turbulento, confuso y amorfo.”

lunes, agosto 02, 2010

Violentamente Feliz

Algo para el relax. Los moscos pican mucho:

Irineo Mújica Arzate levanta su huelga de hambre

















A Irineo Mújica Arzate se le nota cansado, en el momento en el que el trovador Alberto Figueroa, se acomoda la guitarra para entonar una rola sobre las agresiones que sufren los migrantes al cruzar la frontera rumbo al sueño americano.
Luego de 17 días en huelga de hambre y varios actos de hostigamiento de la policía municipal de Puebla, el documentalista Irineo Mujica Arzate anunció que este lunes 2 de agosto cancelará su protesta luego de que el viernes pasado el Instituto Nacional de Migración (INM) informó que suspendió a dos agentes migratorios que golpearon salvajemente al periodista independiente el pasado 17 de julio en Soltepec, Puebla, cuando el periodista documentó un operativo de agentes migratorios contra migrantes centroamericanos que viajaban en un tren.
“El Instituto Nacional de Migración ha demostrado voluntad, ha mostrado flexible lo que parecía imposible.”
Ayer domingo, amigos de Mujica, integrantes de colectivos como el Frente de Pueblos por la Defensa de la Tierra y Agua, trovadores, sindicalistas, reporteros y familias le expresaron al documentalista su solidaridad.
“Me siento conforme. Más mi salud está muy deteriorada.”
Irineo Mujica Arzate levantará su huelga de hambre el medio día de este lunes y acudirá a un hospital para una revisión médica.
La delegada del Instituto Nacional de Migración Rocío Sánchez de la Vega, suspendió a dos elementos de esa dependencia que golpearon a Mujica el pasado 17 de julio, cuando grababa el maltrato contra migrantes por parte de personal de la dependencia durante un operativo en el municipio de Soltepec, Puebla.
“Estas personas son las que manejaban la troca y quien me despojó de mi cámara, y existe voluntad y soy un hombre de palabra, por lo continuaré en el proceso legal para que sancionen a los otros tres elementos que lo agredieron pero esto dijo lo seguiré ya en el proceso jurídico, pues mi salud está muy deteriorada.”
Ayer domingo se vivió un ambiente festivo en la protesta solidario por Irineo.
Niños con cadenas hechas de papel se encadenaron frente a las instalaciones del Instituto Nacional de Migración.
Los niños se cubrieron la boca para manifestar su rechazo a la clausura de la libertad de expresión y se sentaron a las afueras de la dependencia migratoria.
Un periódico mural concientizaba sobre el maltrato a migrantes en trabajos anteriores del reportero y de su compañero Juan de Dios García.
“Repudiamos la represión que sufrió Irineo y es un parteaguas para que se vea el maltrato que sufren los migrantes”, dijo Miriam Vargas Teutle, de la radio comunitaria Axocotzin.
“Estamos aquí apoyando a Irineo”, dijo Vargas, una muchacha de origen indígena del municipio de Tlaxcalatzingo.
En el acto se leyeron comunicados de solidaridad con Irineo.
Desde Huachinango, los integrantes de radioexpresion.com.mx enviaron un cálido mensaje: “Y aquí estás Irineo, ayudándonos a limpiar el alma, abriendo nuestra garganta, impidiendo que borremos de nuestra memoria hechos indignantes”.
“Recibe desde la sierra norte de Puebla un saludo y acompañamiento fraterno”.
El comunicado lo signaron los reporteros Leticia Ánimas Vargas, Heriberto Hernández Castillo y Luis Fernando Soto Beltrán.
El trovador Alberto Figueroa se echó un par de rolitas de temas migrantes: “234 balas de goma/ 234 ataques impunes/ 234 caídos en el desierto” mientras un vendedor de nieves clamaba: “a tres pesitos las nieves”.
Un papá se acerca con sus hijas a saludar a Irineo.
-No está sólo. Estamos con usted.
Las niñas saludan y besan al documentalista.
“Ella (Rocío Sánchez de la Vega)dijo que esto se hubiera arreglado desde el principio si la hubieran dejado actuar”
Irineo regresa un sombrero con el que se ha cubierto del sol y se guarda en su improvisada tienda construida con lonas de los excandidatos del PRI.
Hoy el documentalista visitará el hospital, en una tregua de su lucha para que México deje de ser la Arizona del sur.

miércoles, julio 21, 2010

De los bárbaros analógicos a los catrines digitales

"Twitter es para activistas; Facebook, para los ideólogos”, se cita a Manuel Castells en un tweet de Sala de Prensa.
Soy un nativo de un mundo en fuga, un bárbaro analógico. No me imagino a Gramsci en el Facebook. Ni creo que Rosa de Luxemburgo haya tenido twitter. Twiteros del mundo uníos, sería el slogan, porque sí cabe en menos de 128 caracteres, de una revolución patrocinada por Microsoft.
Pertenezco a un mundo en extinción: mi primer radio de onda corta era de bulbos. Y con un poco de suerte atrapaba entre el gis y la impaciencia un poco de la Deutsche Welle.
De la pluma fuente a la máquina de escribir Remington; del papel revolución al cartoncillo donde fijar algún aforismo, ahora el grafitti del twitter es mucho más evanescente.
Sucumbo al tweetdeck y en mi desesperada carrera por salvar al mundo del imperio de Microsoft instalé en mi minilap el sistema operativo Ubuntu pero aún no puedo configurar la red inalámbrica.
Extraño el sonido rítmico de la máquina de escribir. Pero esta colaboración para Barbarie la mandaré, muy a pesar, por correo electrónico.
El blog es la única forma de escritura a la que sobrevivo. Soy un pastiche de mi propio blog. Escritores, ensayistas, periodistas, fotógrafos, cineastas, historiadores y poetas recurren al blog como si colgaran la ropa en un tendedero, con ese espíritu fraterno y colectivo con el que las señoras lavaban la ropa en los lavaderos públicos y no en los patiecitos de las casas de interés social.
Porque aún hay espacio para la escritura, para refrescar todos los días la mirada del mundo, para que nosotros, los nativos analógicos podamos volvernos ciudadanos de la metrópoli digital y recuperar el diálogo al que hemos sido arrojados

El credo de la emancipación por la vía mediática
La imagen del mundo en la que prevalecía un punto de vista supremo, necesario y global; la imagen del mundo en que se impone un relato hegemónico, referencial y unitario, ha dejado el sitio supuestamente a la emergencia de numerosas imágenes del mundo.
Arrojados al mundo, somos los espectadores de diversos videoclips. Recibimos múltiples puntos de vista y perspectivas en hipermedia, vivimos inmersos en un conjunto cambiante de relatos y de juegos del lenguaje donde las subculturas y las minorías pueden hacerse visibles a través de las tecnologías de la información en tiempo real.
Somos arrojados al mundo con un joystick en la mano y nos adentramos en la vorágine de ficciones digitales.
El sueño del progreso se corona con un gran “Ojo instantáneo del mundo” distribuido en múltiples servidores y nodos por todo el mundo.
Es así, creen confiadamente autores como Gianni Vattimo en su libro Nihilismo y Emancipación, que la Historia ha dejado su lugar a los mass media. Además, plantea el filósofo que las nuevas tecnologías de la información democratizan a las sociedades y que estos mass media son la condición necesaria para la aparición de relatos emergentes alternativos.
A su vez Vattimo defiende en su libro Nihilismo y Emancipación a los mass media de las críticas que le hace Adorno sobre cómo uniformizan a la cultura colectiva:
“La tecnología de la información desmiente las simplistas y apocalípticas previsiones de Adorno: es verdad que, por un lado, los mass media tienden a crear homologación y uniformidad en la cultura colectiva, pero es claramente visible también el fenómeno opuesto: precisamente en la sociedad en la que es más alto y está más extendido el poder de penetración de los medios de comunicación, minorías y subculturas de todo tipo adquieren visibilidades, aunque sólo sea para responder a las exigencias del mercado, que continuamente necesita contenidos inéditos, novedades”.
En la parte final de su cita el filósofo intenta matizar su postura aceptando que la visibilidad de las minorías y de las subculturas en sociedades surge gracias al mercado.
El optimista Vattimo afirma que una vez establecido lo anterior estos mass media también multiplican los mecanismos de interpretación.
Bastante alejados están de esta conciencia porque cómo podrían presentar sus contenidos inéditos y novedosos si solamente los presentan como “interpretaciones” de la realidad.
Podríamos decir que a pesar de que ese "punto de vista supremo" justificado por la racionalidad del mundo, por la idea de progreso o por algún tipo de historicismo, ha sido devaluado por la pluralidad de puntos de vista narrativos, esto, quizás en algún momento generó un espacio democrático pero eso sólo duró un instante, ese vacío de la razón y de la historia ha sido llenado por los media. Pero no por cualquier tipo de media sino por unos media sujetos a la lógica del mercado y del rating.
En la fase más elaborada del capitalismo los medios de producción de significados producen una heroína mediática. Los televidentes son junkees de una adicción que empezó con una droga de lujo: las novelas de caballería pero degradó siglos después cuando los significantes de las grandes cadenas electrónicas reemplazan el fluir pausado del verbo interior.
José Luis Orihuela de la Universidad de Navarra, predica en sus talleres sobre blogs de la escritura en este formato como si hablara de las reglas para escribir un soneto. Orihuela sostiene que sólo hay que escribir párrafos breves, claros, de sintaxis simple para que los motores de búsqueda de la world wide web puedan encontrar rápidamente la información e incluirte en sus diccionarios. Es decir, si nos adherimos al pie de la letra a las necesidades del motor de búsqueda de google, ya no escribimos para un lector, ni para establecer un diálogo con alguna comunidad real, imaginaria, presente o venidera de lectores sino para un algoritmo de búsqueda. Sin duda, la revelación de Orihuela es clara: la escritura siempre está sometida a la técnica y una técnica de la escritura es la escritura misma. Pero pese a la recomendación del gurú tecnológico, la escritura se desdobla, posee una vida propia, se rebela aún al autor, se impone, muestra su autonomía, su poder, su indulgencia, en el mercado negro de los significados el verbo aflora, indaga por sí misma, choca, se contrae, se devalúa, vuelve a surgir obedeciendo a una dinámica interna que pensadores como Hans-George Gadamer identifican como el diálogo, diálogo que nos recuerda el diálogo del alma consigo misma al que llamaron los antiguos pensamiento y que hoy quieren algunos reducir a la tiranía tecnológica del mercado.

La infancia del acontecimiento
Jean-François Lyotard nos advierte cómo en la novlengua no hay cabida para la cultura: “La Novlengua no guarda lugar para los idiomas, como la prensa y los medios no guardan sitio para la escritura. A medida que se extiende la Novlengua, la cultura declina. El basic language es la lengua de la rendición y del olvido”.
Lyotard le da cuerpo a esta intuición conservadora al final de su libro La Postmodernidad Ilustrada a los Niños sobre la escritura como un acto de resistencia en una sociedad totalitaria.
Para el filósofo francés el hecho de que el novelista británico George Orwell haya escrito una novela como 1984 demuestra cómo la escritura literaria escapa a los mecanismos de dominación. Es así, plantea Lyotard, que Orwell no quiso escribir un tratado de teoría política sino una apología de la resistencia del relato frente a la influencia burocrática.
La defensa de Lyotard es sin duda apasionada. “Decir lo que ella ya sabe decir, eso no es escribir”, afirma Lyotard. Si aceptamos la máxima lyotardiana nos encontramos con un freno al optimismo de Vattimo con respecto a los media. “Decir lo que ella ya sabe decir”, es lo que realizan los media y sin duda alguna toda aquella escritura mediática o NovLengua que Lyotard define como la desaparición del deseo de poder decir algo distinto a lo que sabe decir, “cuando la lengua es sentida como impenetrable e inerte”, es por eso, que la escritura es aquel momento para que surja la singularidad, el instante, la iniciación, aquello que no puede ser cicatrizado, como dice Lyotard la singularidad que capta la “infancia del acontecimiento”.
Lyotard termina su argumentación explicando la relación que guardan los nuevos medios de expresión con su énfasis en la “infancia del acontecimiento”.
“Con ellos y por ellos, uno procura testimoniar lo único que cuenta, la infancia del encuentro, la acogida, que se hace a la maravilla que sucede (algo), el respeto por el acontecimiento. No olvides que tú has sido y eres eso mismo, la maravilla acogida, el acontecimiento respetado, las infancias unidas de tus padres”.
Es sin duda, esta “infancia del acontecimiento” una hipótesis estética, una recomendación pero no un imperativo o una descripción de un estado de cosas. Posee un carácter más bien sugerente más no reduccionista de lo que puede ser la escritura cuando escapa en su “contingencia incontrolable” de la “lengua de la rendición y del olvido” para decir lo que ella no sabe.

El fragmento
Lo que está en juego en el momento de la escritura es más que la identidad de un supuesto autor y mucho menos productivo que el “mimetismo mediático” de los mass media. Volviendo a las ideas anteriores, la escritura se encuentra en un callejón sin salida. Si aspira a la “infancia del acontecimiento” de Lyotard entonces la escritura es vieja, es decir, sólo es moderna porque el respeto del acontecimiento es un respeto por el pasado y la tradición, por lo que asume parcialmente los valores de la posmodernidad, especialmente, la novela y la poesía, géneros ligados a sus tradiciones por su enraizamiento en el lenguaje en su forma más plástica y como materia prima. Es sin duda, en la narrativa y en la poesía donde la palabra se presta a un manejo plástico y moldeable, donde se difumina la distinción forma y contenido, donde el ritmo narrativo emerge de la violencia incontenible de la escritura. Veáse por ejemplo lo que Roland Barthes dice en El Grado Cero de la Escritura cuándo se pregunta sobre la existencia de una escritura poética.
Pero si la escritura aspira a representar los valores de la posmodernidad entonces poco tiene qué hacer porque siguiendo el dictum de Vattimo son los mass media los que conforman esta muerte de la Historia y la irrupción de relatos de las subculturas y las minorías, pero no la poesía ni la narrativa, sino más bien de un modo genérico, la narrativa se expande, se infla, engorda al aceptar entre sus filas cosas tan disímbolas como las ideologías en desuso, los argumentos filosóficos de la Ilustración y hasta los eventos mediáticos que se han vuelto episodios de la Telebasura.
Aunque pudiera parecer que esto no conlleva a un desenlace trágico una reciente conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM del crítico brasileño Antonio Candido (Río de Janeiro, 1918) reseñada por el periódico Reforma puede ayudarnos a superar este dilema:
“El fragmento no es un trozo de texto, es aquel texto corto que quiere intencionalmente no tener ni comienzo ni final y pretende con esa especie de momento único e intermedio sugerir lo que el poeta quiere decir.”
Sin duda, no es que el crítico brasileño crea que el fragmento es mejor que otras formas de escritura. Es simplemente que este carácter inconcluso del fragmento permite, quizás, lo que Lyotard le adjudica a la escritura literaria y encuentra en Orwell, a saber, una naturaleza capaz de escapar a los mecanismos de dominación, de resistir la uniformidad y la homologación que vislumbra Adorno en los mass media pero al mismo tiempo permita como quiere Vattimo que se multipliquen los “agentes de la interpretación” para que emerjan relatos alternativos de las minorías y subculturas no obligadas por la lógica del mercado en su búsqueda de lo inédito y novedoso para elevar el rating sino como señala Lyotard para evitar que se cicatrice ese instante maravilloso que es la infancia del acontecimiento.
Es así que el fragmento se ofrece como un puente entre una pluralidad de escrituras. Lo que se presenta como otro género más de las escrituras se vuelve así una conjunción entre éstas para que deje de pensar a lo híbrido como la única categoría posible de convivencia de los opuestos o por lo menos de los presuntos géneros literarios opuestos. El rostro del prójimo se devalúa en una serie de ciberidentidades

La ética del lenguaje
Ahora que se ha decretado la muerte de los medios impresos y su inminente reemplazo por parte de las redes sociales o los medios electrónicos, hay que recordar que la tradición que les dio origen a los periódicos y revistas fue el debate para la construcción de nuevas formas políticas.
En el caso de México, el siglo XIX fue rico en debates que se suscitaron desde los periódicos impresos. El Pensador Mexicano de Joaquín Fernández de Lizardi inauguró la función social de la literatura en la construcción del proyecto de Nación. Un periodismo instrumental anclado a una noción democrática: sólo en el debate se puede construir a la nación emancipada de la Metrópoli española.
Así como hace unos sesenta años se habló de la muerte de la novela, hoy se habla de la muerte del periódico impreso, añejo artefacto, al que hay que reemplazar, dicen sus detractores, por dispositivos en línea y tiempo real. Pero aún hay nostálgicos del viejo elitismo de los diarios como el escritor Gustavo Martín Garzo que en un artículo en El País valora la mirada de los periodistas, otra especie en peligro de extinción: “Nos enseñan a mirar el mundo, pero también a sentirnos mirados por él. Nos bastará así, por ejemplo, con leer uno de sus reportajes sobre esos cayucos que surcan el océano, para ver los rostros de los senegaleses que los ocupan. Y ver esos rostros, y sentir sus miradas, es tener que preguntarnos quiénes son, y por qué se ven obligados a emprender unos viajes en los que muchos llegan a morir. Es preguntarnos por ellos, pero también por lo que podemos hacer nosotros para que algo así no siga sucediendo. Pues un periódico es antes que nada un espacio moral, un espacio de responsabilidad y compromiso. Y, para lograrlo, el periodista se sirve del más delicado de los instrumentos, las palabras; que no deja de ser curioso que el que acaba de ver un partido de fútbol necesite, a la mañana siguiente, acudir al periódico para ver lo que se dice de él, como si no hubiera estado allí o como si dudara de lo que ha visto.”
El vetusto periodista de museo concebía el lenguaje con el respeto del poeta Ezra Pound quien creyó que el objetivo de la poesía es “to keep the language efficient” que no es sino otro modo de decir que la poesía debe ser la que funda al ser mediante la palabra, en cliché heideggereano, o el que le da sentido a las palabras de la tribu, como diría Mallarmé.
Si el lenguaje es un conjunto de metáforas en constante movimiento, recordando a los poetas concretistas como Augusto de Campos, la poesía es la rebelión contra la infuncionalidad y la formulización del lenguaje. La tarea estética del poeta es un faena terapéutica: evita que el lenguaje deje su estado salvaje para volverse ese lenguaje de novedades como el de los mass media.
Pero este propósito de evitar la fosilización del lenguaje, su purulencia, es el aire de familia entre poetas herméticos, novelistas balzacianos y periodistas de medios impresos: desde Charles Dickens hasta Gabriel García Márquez. Dice el periodista colombiano Tomas Eloy Martínez en su conferencia “Periodismo y Narración” -pronunciada a asamblea de la SIP el 26 de octubre de 1997, en Guadalajara- que al periodista le resulta inconcebible traicionar a la palabra, abaratándola:
“Para los escritores verdaderos, el periodismo nunca es un mero modo de ganarse la vida sino un recurso providencial para ganar la vida. En cada una de sus crónicas, aun en aquellas que nacieron bajo el apremio de las horas de cierre, los maestros de la literatura latinoamericana comprometieron el propio ser tan a fondo como en sus libros decisivos. Sabían que si traicionaban a la palabra hasta en la más anónima de las gacetillas de prensa, estaban traicionando lo mejor de sí mismos”.
Tomas Eloy Martínez rechaza que el periodista-escritor pueda dividirse entre el gacetillero y el poeta de medianoche, a costa de una traición a lo más valioso de sí mismo, el respeto a la palabra, es decir, a la “infancia del acontecimiento”.
“Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueve a doce de la noche y el reportero indolente que deja caer las palabras sobre las mesas de redacción como si fueran granos de maíz. El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa. Puede que un periodista convencional no lo piense así. Pero un periodista de raza no tiene otra salida que pensar así.”
Y si esto es así, podríamos entonces reformular la máxima lyotardiana aceptando que por lo menos, en la prensa, en las revistas y en algún tipo de media (pienso en los weblogs) aún hay lugar para la escritura.
Cuánta razón tiene Tomas Eloy Martínez cuando nos advierte en contra de la visión empresarial de los dueños de los medios impresos que creen que la prensa tiene que competir con la televisión o los medios electrónicos haciendo “notas digeribles”, de fácil acceso exegético, al estilo de pildoritas informativas:
“¿Qué hizo suponer a muchos empresarios inteligentes que, para enfrentar el avance de la televisión y del internet, era preciso dar noticias en forma de píldoras porque la gente no tenía tiempo para leerlas? ¿Por qué se mutilan noticias que, según los jefes de redacción, interesan sólo a una minoría, olvidando que esas minorías son, con frecuencia, las mejores difusoras de la calidad de un periódico? Que un diario entero está concebido en forma de píldoras informativas es no sólo aceptable sino también admirable, porque pone en juego, desde el principio al fin, un valor muy claro: es un diario hecho para lectores de paso, para gente que no tiene tiempo de ver siquiera la televisión.”
Para lo que Eloy Martínez propone una reformulación de este tipo de escritura: “El lenguaje del periodismo futuro no es una simple cuestión de oficio o un desafío estético. Es, ante todo, una solución ética.”
Al cerrar este apartado, sólo me basta decir un par de cosas que pueden resultar harto cuestionables a estas alturas. Como diría Milán Kundera la novela debe ajustarse a aquello que puede decir, y si la poesía quiere mantenerse a la altura de los tiempos esto es contradictorio consigo misma porque lejos de ser una búsqueda de novedades necesita mantenerse como una crítica radical del lenguaje. Es como dirían algunos versos, de ese poeta beatnik avecindado en Xalapa, Veracruz, Ramón Rodríguez, en su libro Cuartel de Invierno (1987) “palabras de barro, afiladas sílabas de obsidiana, la soledad no es mala compañía, sigue danzando”. Esa quizás es una de las misiones de la poesía en un mundo poblado de relatos donde Hercules, Dionisio y Cristo —diría Hölderlin— abandonaron el mundo, y este vacío ha sido ocupado por los nuevos dispositivos tecnológicos de comunicación que nos acercan y nos en contacto instantáneo con personas en cualquier parte del mundo pero que también nos impiden comunicarnos con las viejas tradiciones de la Modernidad, con el Otro descubierto con los viajes de los conquistadores europeos al Nuevo Mundo y con lo más lejano de nuestro mundo interconectado en tiempo real por mensajitos de Twitter: nosotros mismos.

No soy un nativo digital
Yo no soy un nativo digital. Soy más bien un adoptado digital. No nací con un teléfono celular bajo el brazo, ni mi primer regalo de reyes fue un PSP, un DS, o un ipod; mucho menos a mis seis años jugaba Dofus ni la saga de La Edad de los Imperios con sus dioses mitológicos y su sincronicidad donde luchan los hunos contra los aztecas o los mayas contra los ejércitos ingleses.
Los relojes digitales tenían unos números grandotes en color rojo. Los jugadores de futbol americano en mi juego electrónico de Mattel eran unos puntitos rojos recorriendo el emparrillado.
A los 15 años, conocí mi primera computadora de 16 bits, una TSR-80 de Radio Shack cuando todo mundo hablaba Basic mientras mis trabajos de la escuela los escribía a máquina.
Teclear en una máquina de escribir no es una actividad sexy, es más bien, una actividad industrial, es como el pedaleo en bicicleta en una cuesta empedrada o como hacer aerobics o la manera en que las señoras echan tortillas en los comales.
La palabra es el logos (razón y concepto) que viene al mundo. Pero ahora, la palabra no viene ya como un sentido al cual hay que abrirse sino como un código binario articulado bajo distintas tecnologías propietarias, campañas de marketing y aceptaciones acríticas del nuevo mundo digital donde los salvajes requieren ser alfabetizados tecnológicamente.
En los nuevos modelos curriculares las competencias para manejar computadoras y hablar inglés, han reemplazado a las materias como filosofía y etimologías. Las nuevas tecnologías de la información se han vuelto –bajo el discurso de los políticos- los fetiches de la era del progreso.
El discurso hegemónico nos presume que la tecnocultura, la sociedad del conocimiento, las Tecnologías de la Información y la Comunicación son deseables por sí mismas. Como si fueran por ellas mismas democráticas, espacios de libre expresión y síntomas de la modernidad.
Pero ante las tecnoculturas hay que mantenerse en guardia cuando no se comprende cómo amplían las libertades democráticas, cómo generan tendencias de emancipación o cómo extienden nuestras capacidades de diálogo y hermenéuticas.
Porque los nativos digitales pueden ser al mismo tiempo —con sus mensajes instantáneos— quienes entierren nuestra tradición racionalista de reflexión y análisis.
Una tradición a la que no habría que desdeñar ni reemplazar sino se cuenta con algo mejor, mucho más amplio y generoso, otro entorno que nos permita mejorar la comprensión del otro, y que nos conduzca a pensar en términos de mayor empatía. Las nuevas tecnologías despersonalizan la comunicación:
El filósofo Iván Ilich en su postfacio a su ensayo sobre la convivencialidad nos advierte del peligro de una sociedad de mensajes desteritorializdos: “Cincuenta años atrás, nueve de cada 10 palabras que oía un hombre civilizado le eran dichas como a un individuo. Sólo una de cada 10 le llegaba como el miembro indiferenciado de una multitud —en el salón de clases, en la iglesia, en mítines o espectáculos—. Las palabras eran entonces como cartas selladas, escritas a mano, bien diferente de la chatarra que contamina hoy nuestros correos. Actualmente son escasas las palabras que intentan llamar la atención de una persona.”

Los límites del mundo digital
La modernidad es ante todo una toma de conciencia. Es la condición para dialogar con nuestras tradiciones y con nuestra historia. La modernidad es una narrativa que nos permite dialogar con otras narrativas. Por eso necesitamos una narrativa de la tecnocultura donde los nativos digitales se vuelvan también hijos de Gutemberg, de Lutero y de Erasmo de Rotterdam; donde los nativos digitales dejen de mirar por un momento sus líneas intermitentes del Twitter para recordar la ardua labor que es comprender al otro.
Ni el twitter ni los SMS sustituyen la gran experiencia occidental de la novela. Una experiencia radical de comunicación, de imaginación y de puesta en marcha de mundos posibles que inicia con el Quijote y de la que se ha anunciado su muerte desde mediados del siglo pasado con los autores de la Nouveau Roman. Tampoco se trata de creer que el Facebook es el gran relato de relatos donde cientos de voces se leen de manera simultánea —en una suerte de Babel asíncrono y de hipermedia— como lo describen sus ingenuos promotores. No nos debe dar pena reconocer las limitaciones de las nuevas tecnologías de la información para la comunicación. Claro que si reducimos la comunicación a la transmisión de una cadena de bytes podemos estar maravillados de cuán rápido transmitimos cadenas de terabytes de manera inalámbrica por todo el mundo.
Pero si le entramos al terreno de las comparaciones odiosas, yo prefiero a San Agustín dictando sus sermones y sus tratados de teología; o a Fray Bartolomé de las Casas escribiendo sus Tratados (aunque jamás sea instantáneo) que miles de blogs o mensajes de Twitter que jamás podré leer.
Donde sí creo que se está dando la batalla es en la distribución de la información: uno puede hallar el último recital de poesía del extinto poeta brasileño Haroldo de Campos, o la novela del realismo mexicano “La Calandria” de Rafael Delgado; o algún concierto de Ellis Regina o Sinnead O´Connor, ya imposible de hallar en el circuito de los medios masivos electrónicos. Pero esta distribución no está asegurada. Cada vez los contenidos de la red se trivializan y la semántica del Internet hace que hallemos contenidos irrelevantes. O que poco a poco las posturas sobre propiedad intelectual y posturas de tipo conservador eliminen contenidos en la red.
No hay nada ganado. Pero aún si lo hubiera la red y sus aditamentos tecnológicos sólo son útiles si se sabe con cierta precisión qué es lo que se busca. Es decir, se requiere un contexto o universo cognitivo y cultural previo que no se adquiere ni con el Facebook, ni con el Twitter, ni en los blogs sino que proviene de la educación y de una formación cultural. Este sector, no cabe duda, se ha visto beneficiado del uso de las nuevas tecnologías de la información. Pero insisto, se trata del sector letrado, de esta ciudad letrada que se ha alfabetizado tecnológicamente sin renunciar a la tradición de los libros. Y es gracias a esta tradición, la vieja tradición de los libros, por lo que ha ocupado estratégicamente las tecnologías de la información. Ellas por sí solas, sin una formación cultural previa sirven de nada.
Internet no es ni por mucho una Enciclopedia virtual y en línea que lleve a cabo el sueño de la Ilustración, tampoco salva las barreras idiomáticas y culturales. El universo de un usuario de internet está limitado a unas cuantas páginas y a miles de búsquedas estériles a través de Google, Yahoo o Bing.
De algún modo internet expande cuantitativamente nuestra experiencia del mundo pero nuestra experiencia del mundo es fundamentalmente una experiencia cultural cifrada en los viejos artefactos del mundo de Gutemberg, Lutero y compañía. Y si queremos ser más contundentes podemos remontarnos al mundo griego que inició un diálogo con su asombro del mundo que aún no culmina. Somos arrojados, dice Hans- George Gadamer en el tomo II de Verdad y Método, a una conversación que ya ha sido iniciada desde hace varios siglos atrás y que nos conduce: “El modelo básico de cualquier consenso es el diálogo, la conversación. La conversación no es posible si uno de los interlocutores cree absolutamente en una tesis superior a las otras, hasta afirmar que posee un saber previo sobre los prejuicios que atenazan al otro.”
No somos dueños de la conversación, nuestras subjetividades se forman en el fluir de estas tradiciones.
Durante varios siglos hemos construido formatos para comunicarnos: desde las epopeyas verbales del mito, pasando por el género epistolar hasta ese dispositivo maravilloso que nos contempla y registra cómo nos contemplamos a nosotros mismos denominado novela. Las obras de ficción nos abren a un mundo de la experiencia al que difícilmente tendríamos acceso con los instrumentos de comunicación en tiempo real. Si en el diálogo del que nos habla Gadamer se abre siempre la posibilidad de que el otro tenga razón, también la novela es una forma de diálogo, posee una forma dialógica ya que también nos sitúa en un mundo de la experiencia donde el otro también tenga razón: pero a diferencia del diálogo donde priva siempre una racionalidad y una contención de los sentimientos, en la novela esta apelación al otro es un proceso emocional. A mí me parece que el mundo creado por Cervantes y por Platón, por Hesíodo y por Rabelais, contrastan el mundo creado por Tim Berners Lee.
Si de algún modo en Internet —con las herramientas de facebook o los blogs— se suscitan algunos debates se trata de discusiones y foros que reflejan las costumbres democráticas de algunos sectores de la población; y estas discusiones y tomas de postura se darían con o sin blogs o facebook porque no se le puede adjudicar a una herramienta tecnológica, por sí sola, atributos democráticos o conversacionales puesto que estos son el producto de prácticas previas de conversación, de discusión y de reflexión. A diferencia del libro, a quien estos profetas del catastrofismo de la Galaxia de Gutemberg, le han anunciado su muerte, el libro sí es una herramienta de reflexión. Escribir un libro, o escribir para un libro sí es una tarea profundamente intelectual y moderna porque nos permite intervenir en la larga conversación iniciada por otros ciudadanos del ágora pre-analógica: los filósofos griegos.
Las comunidades de usuarios no pueden comportarse sólo como ghettos de nativos digitales, ajenos a la calle, al sol; no pueden comportarse como consumidores de las mercancías tecnológicas sin cuestionar que estas tecnologías escapan a su propio control y no son herramientas a la mano, sino tecnología reservada por los grandes consorcios trasnacionales que protegen la “propiedad intelectual” del software e impiden la intervención directa de los usuarios para ejercer la libertad de estudiar cómo trabaja el programa, y cambiarlo para que haga lo que el usuario quiera y no lo que la transnacional decida. O la libertad para redistribuir las copias del programa para ayudar a otros usuarios. O la libertad para mejorar el programa y publicar sus mejoras, y versiones modificadas en general, para que se beneficie toda la comunidad, todas estas libertades, que sólo son posibles cuando se tiene el acceso pleno al código fuente del software.

La herramienta del ciudadano analógico
A pesar de las categorías y los clichés, la primera provocación, es la de volverse ciudadanos analógicos que interactúan con ambientes digitales para construir un mundo más democrático, participativo y con una mejor distribución de la riqueza.
Más bien a los nativos digitales hay que volverlos ciudadanos analógicos de una aldea global o de los micromundos posibles para hacernos audibles, unos a otros. En esta era digital el gran reto no es estar conectados inmediatamente sino el poder escuchar, cuando los entornos de la mediosfera generan polución con sus sobrecargas informativas, mediáticas y de infoentretenimiento.
No vivimos, ya en una sociedad del espectáculo, ni en una pesadilla orwelliana, sino en una vecindad que segrega a todos aquellos que no tienen acceso al capital social de la tecnología. La lucha de clases ya no es un cliché sino la descripción de la modernidad utópica para nuestros entornos digitales.

El retorno de la palabra
Pero la red también ha tenido un lado positivo, muy a pesar de los entornos controlados de las trasnacionales de la información como Microsoft ya que ha surgido un retorno a la palabra.
El escritor Juan Villoro —en una conferencia hace tres semanas en la Biblioteca Palafoxiana de Puebla— hablaba de cómo estos ambientes han permitido el regreso de la palabra porque la imagen es insuficiente para comunicarse.
A pesar de que los celulares traigan sus cámaras integradas siempre se requiere una explicación, una descripción, una interpretación de lo grabado —ya sea audio o video— y esto sólo se da por el concepto.
El blog es la única forma de escritura que soporto. Me duele el brazo Sianya se quedó dormida sobre mi brazo. Es una "forma de escritura" moderna.
Es la máquina de escribir que a mis quince años me permitía vivir encerrado en mi cuarto todas las tardes. Ahora, que lo veo así. Eso era vida. Encerrarse todas las tardes a emborronar cuartillas. Como la novela de los Wasi Chu que nunca escribí o los poemas totalmente treinta y siete diecisiete con el Cochabamba como su actor principal. Esos fueron los primeros capítulos inéditos de Friends. Luis siempre se queja: la prepa ya pasó, insiste con su veriginiesca voz, él es el de la voz. Yo sólo lo escucho y le doy el clásico avionazo.
Pero insisto, luego de esa digresión: el blog es la única forma de escritura a la que sobrevivo. Soy un pastiche de mi propio blog. Escritores, ensayistas, periodistas, fotógrafos, cineastas, historiadores y poetas recurren al blog como si colgaran la ropa en un tendedero, con ese espíritu fraterno y colectivo con el que las señoras lavaban la ropa en los lavaderos públicos y no en los patiecitos de las casas de interés social.
Hay un error. El mundo no se divide entre narradores y poetas, entre filósofos y políticos. Estas divisiones son artificiales. Más bien se divide entre fanáticos de Levis y de Calvin Klein. Entre fanáticos del blog, del twitter, del correo electrónico y del facebook; y entre fanáticos de Proust, Cervantes, Platón y Schopenhauer.


*Esta es una versión reconstruida del original: http://biowriting.blogspot.com/2009_12_01_archive.html#2797472225592647966

lunes, junio 21, 2010

Algunos apuntes sobre la diversidad en Carlos Monsiváis

Algunos apuntes sobre los orígenes
de la diversidad en Carlos Monsiváis

I
Entre los monsivaítas se olvida frecuentemente la veta protestante de Carlos Monsiváis. Y los protestantes omiten -vergonzantemente- los origenes protestantes del escritor.
El olvido no es un asunto menor. Y tampoco se trata de hurgar en esta herencia familiar.
A Monsiváis se le adjudica el título nobiliario de defensor del Estado Laico y promotor de la diversidad cultural y sexo-genérica. Los ejemplos son visibles.
En los últimos años, Monsiváis encabezó una cruzada liberal en contra del avance del programa conservador en materia moral. Frente al pluralismo creciente y la secularización de la sociedad, la derecha confesional articuló un programa para frenar reformas como la aprobación en la Asamblea del Distrito Federal de las sociedades de convivencia, los matrimonios entre personas del mismo sexo y también, la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo.
Sin embargo, se afirma que la inclusión en la agenda nacional de esta temática obedece a su filiación de un escritor militante o de una formación izquierdista.
Discrepo parcialmente de esta última afirmación. Al menos habría que matizarla. Sus orígenes como defensor de la diversidad y el Estado Laico provienen de su herencia luterana.
Sin profesar, en las últimas décadas alguna forma del protestantismo, su herencia confesional le permitió navegar por los mares de lo diverso sin naufragar en la intolerancia de otros intelectuales mexicanos.
El historiador del protestantismo Carlos Martínez García, en una entrevista con Carlos Monsiváis publicada en el libro Protestantismo, Diversidad y Tolerancia relata cómo en su formación inicial en las iglesias protestantes del siglo pasado conoció de primera mano la lectura de la Biblia, en una traducción inmejorable, la realizada por Casiodoro de Reina y Cipriano Valera.
El gran logro del Monsiváis infante fue recitar de corrido los libros de la Biblia en la escuela dominical. Es decir, ser un aplicado lector de la Biblia. Esta prematura capacidad de exégis activará su inteligencia el resto de sus días.
El movimiento luterano repercute en la relación sin intermediarios entre el texto (la Biblia) y el lector (el creyente). Este movimiento religioso nos devuelve profundos efectos filosóficos y hermeneúticos. Sólo uno de ellos, el cuál ha desarrollado con serenidad Paul Ricoeur: el mundo del texto se abre en el encuentro entre un lector y el texto. El libro no existe sin un lector que lo recupere.
Por eso, antes que escritor Monsiváis fue simplemente un lector.
II
El intelectual lector, el Monsiváis primeramente lector y luego cronista, ensayista y provocador hereda una educación de la palabra bíblica. Acostumbrado a la lectura de la Biblia, sistema por excelencia de la pedagogía protestante, de la exégesis bíblica se traslada a la lectura del mundo que se abre a sus ojos. Ese mundo de la cultura inicia en la tradición protestante. El asunto nos remite al proceso de secularización que inicia históricamente con la Reforma protestante.
El hombre ante Dios, sin intermediarios, es el hombre que secularizará esta relación y la hará terriblemente humana.
Para convertirse posteriormente en el hombre sólo, al cual la muerte de la metafísica, es decir, de la pretensión filosófica de la trascendencia, lo dejará en un mundo de interpretaciones (en el sentido nietzcheano).
El paso entre el luterano orante y el nihilista posmoderno es la angustia del mundo actual.
III
Martínez García nos recuerda en su entrevista con el escritor que el primer acto de discriminación que sufrió el niño Monsiváis fue la discriminación religiosa.
En el siglo pasado, formar parte una minoría religiosa significa ya ser excluido de los bienes sociales de la hegemonía cultural. Profesar una religión distinta a la católica era peor que ser ateo. Desde la izquierda marxista o desde los liberales hasta el catolicismo más exquisito, la descalificación era inmediata con el título “secta”.
En nuestro días no falta aún quien administra selectivamente esta designación para referirse a las creencias no católicas.
El aprendizaje infantil de Monsiváis es obligado: se mira al país desde la alteridad de la creencia religiosa. Se mira a la mayoría católica desde la mirada del protestante mexicano. He ahí el principio radical de una perspectiva que fisura la mirada dominante.
En un sentido aún no reconocido, el protestantismo mexicano democratizó el problema religioso. Frente a la instalación de la hegemonía de la iglesia católica, convertida en una iglesia nacional, es decir, unificadora de la pluralidad étnica y cultural del país desde la Conquista por lo menos hasta el siglo pasado, el protestantismo abrió el bloque monolítico de la creencia.
Además, instauró, señala el mismo Monsiváis, siguiendo a los liberales, el criterio del libre examen como máxima de reflexión moral, intelectual y vital. Una herencia alejada de la tradición canónica del clero católico.
En una cita a Jean Pierre Bastian, notable historiador del protestantismo en México, Monsiváis nos recuerda que la conciencia protestante es una conciencia liberal. Es decir, disidente y que, en la propia experiencia monsivaíta, genera un sentimiento de “ajenidad cultural”.
III
La conciencia liberal de Monsiváis inunda su obra. Su defensa de los derechos de la diversidad sexual, su lucha en contra de la homofobia, su conducta solidaria con las causas de las mujeres, la enemistad con el poder eclesiástico dominante y con la derecha confesional, su crítica vehemente en contra del viejo y del nuevo PRI, su disenso de la izquierda burocratizada, su apasionamiento con el zapatismo globalizado desde los Altos de Chiapas y su posición heterodoxa en muchos temas, son al mismo tiempo la multiplicación del milagro de los panes tamizada por una lectura radical del mundo.
Juan Calvino hablaba de una “gracia” que se otorgaba al mundo de la cultura más allá de las confesión cristiana. El mundo monsivaíta participó de esta gracia mencionada por Calvino.
“El infierno son los otros”, dijo el existencialista Sartre. Monsiváis quizás reescribiría la máxima sartreana con un feeling reinavalereano: “el cielo y el infierno, el trigo y la cizaña, siempre son los otros, pero sin los otros no soy yo mismo”.
La gran paradoja de este mini-mundo de devotos monsivaítas, es que al final y al cabo, el heredero de la tradición luterana, deja más devotos que lectores. El gran lector monsivaíta es deificado como un santón más de los que crudamente descuartizó con su escritura santa por irreverente, casta por lúdica y esperanzadora por pesimista.

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Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.