sábado, marzo 06, 2004

La escritura siempre es
una filtración de la vida


La filtración siempre es una estrategia.
Lo que gotea y la gotera son siempre la misma cosa.

Desde esa mañana se había convencido que había perdido el habla, que la vista se le había nublado, y que únicamente en momentos especiales, en ciclos recurrentes de silencio, en espasmos depresivos, en los momentos en los que el desasosiego era intenso, abrumador, interrogativo, muscular, sí, como el pinchazo de una jeringa, en momentos en que aunque intentara recuperar el habla, ahí lo había hecho, la prueba era que en la cabina de grabación, a solas, separado por el cristal del operador de radio, podía recuperar el habla, lo había hecho en alguna ocasión, y recientemente mientras intentaba contarles cuentos a sus sobrinos o convertirse, dado un golpe de suerte, en enemigo de Daredevil, podía recuperar algo del habla, pero era una inmersión momentánea, era un ciclo interrumpido por sus preocupaciones, y ahí donde podía hilvanar poco a poco el sentido de la preocupación, para decirlo de algún modo sarcástico, su historia, su nexo con otras historias, ese tejido enfebrecido de sucesiones a las que él y sólo él podía dotar de un caparazón de una vestidura, de una escritura podía emerger victorioso, táctil y telúrico del humus del lenguaje/escritura, y él podía recitar la salmodia del padre nuestro venga tu reino hágase señor tu voluntad, y también podía blasfemar, o dejarse arrastrar por la ira, o dejarse, ya sin el conductor del auriga perderse en una gozosa plática telefónica, pero una vez que entraba al chat mascullaba con articulaciones sintéticas, copiaba hipervínculos y enviaba archivos de audio, fotografías y clips, pero ahí, si alguien quería pensar en una tecnología más conservadora y flexible, pero eso sí sólida y no a modo de los vaivenes de la temporada, estaba la servilleta, escribir en servilletas le fascinaba, porque no era lo mismo tomar una hoja de papel canzón, o dinamitar un poema en el pliego de papel de estraza con el que se envuelven las tortillas, o vomitar en la pared el exabrupto del resentimiento del espacio urbano con el tag, que domesticadamente escribir un salmo con crayolas en la página en blanco de un libro, o golpear el teclado como tecladista de Portishead.
Ahora podía reconocer que el espacio de escritura, para llamarlo de un modo tardío y premoderno, que los utensilios, los aditamentos, el paisaje, las texturas, las articulaciones eran más importantes que aquello que pretendía escribir, que comúnmente, se llamaba la “idea” de lo que iba a escribir. O también podía mirarse del siguiente modo: “la idea” no era más que los aditamentos, no era, cómo ingenuamente lo había pensado antes, que el lenguaje ente vivo, sustancia, humus, genuflexión divina, divinidad accesoria, paternidad del poema y la novela, matriz, semen, flujo, caracteres, signos de la tabla Ascii, fuera la historia. La historia eran los aditamentos. ¿No había sido precisamente el cuaderno de Winston Smith lo que lo había llevado a escribir su diario? Alguien podría decir que “ya tenía la idea” y que el cuaderno era precisamente el instrumento, sí, pero sin ese instrumento, y precisamente ese y ningún otro era que Smith —el padre de Eric Blair— había escrito tal y como para encontrar a Julia en los pasillos del MiniVer. No había vuelta de hoja, sólo el papel rugoso y duro había conducido la escritura. ¿Cómo habría surgido Altazor y sus “molinos de movimiento” sin la tipografía “Courier”?
Ah, pero ahí estaban ellos, los detractores, ahí estaban quienes arrancaban estas afirmaciones de la pantalla de la computadora, de las impresiones en láser y hablaban en términos indefinidos y no-referenciales como “la época, las vanguardias, la tradición, la capacidad metafórica, la polisemia, la tardomodernidad”. Ellos hacían lo mismo que hacían los políticos profesionales se enmascaraban en un código para ocultar aquello que era evidente, que si la mujer de Lot miró hacia atrás no fue para mirar dolosamente y con morbo la destrucción de la ciudad, que si Bruno Díaz no fue golpeado por los asesinos de su padre fue porque logró escabullirse y en la oscuridad del callejón pudo escuchar los puñetazos, los golpes, los gemidos y el aliento último de los suyos, no, “la mujer de Lot” miró hacia atrás porque ella era la escritura congelándose, la escritura estatua de sal en un pasado que lo cifra, miraba hacia atrás porque quería su diario de escritura para poder rescribir el Génesis.
La Quinta Sinfonía de Mahler refuta ante el asombro de la polifonía medieval que el mundo es todo lo que es el caso pero el principio de no contradicción, es decir, su referencialidad lógica y su carácter represivo nos invitan a inhibir nuestros debrayes de escritura, si bien es cierto que la escritura y la lectura son secuenciales, cada signo dentro de un sistema posee la capacidad de abrirse, “flama ardiente/ posesión inasible/ puta barata que chilla en medio del odio popular/ bruja y blasfemia pura/ transitividad doblegada/ mezanine atiborrado de fotógrafos/ operación con brazo robótico en el núcleo del sujeto” pero tampoco, es la escritura la búsqueda de la verdad sino la afirmación de la mentira como condición anti-biológica del mundo. Es decir, un acto humano para preservarse de la contingencia, del cambio, de la muerte, como una nueva torre de Babel.



En realidad no sé qué voy a poner en estas páginas, qué garabatos surgirán de mis dedos, me siento más como un Jimmi Hendrix improvisando riffs que como la secretaria de mi propio monólogo de conciencia; desde hace varios días pensé los temas centrales de este texto, y después de varios días los he olvidado, así que me he resignado a pelearme con el teclado de la computadora, el teclado es nuevo y sólo puedo aporrear las teclas, me imagino que el símil es peligroso por elusivo pero advierto en la histeria con la que aporreo las teclas los síntomas de nuevas digresiones.
“El teclado está tan endurecido como mi mente para escribir.” La comparación es riesgosa, la rigidez del teclado es la rigidez de mi escritura. Siempre que se escribe un texto a modo o a petición siempre se somete la escritura a un poder externo. Es decir, la productividad de la escritura es encauzada por el reflujo del peticionario: llámese amada, director de tesis, jefe de información, jurado del concurso, sanedrín o comité científico. Ese es el tipo de escritura table-dance, es la selección anticipada con la apuesta de la complacencia ajena. Pero es en ese ejercicio de sometimiento donde las potencias de la escritura develan sus capacidades de resistencia, sus rezagos del verticalismo, su descentralización verbal, la ruptura de las inercias sistemáticas del amaneramiento, de la repulsa al lugar común, de su utilización infame para volver al lugar común utopía selectiva, try to drive my blues away, para hacer como solicita el poema que las palabras “chillen como putas” pero los asentimientos corren el riesgo de perderse en digresiones infinitas, en circunvoluciones pausadas y rítmicas, que reflejan la fibra misma del lenguaje, su humus, su materia prima, su opacidad, “la piedra es dura porque dura, y el lenguaje dura quemadura”, por que aquello que no puede ser dicho —en el sentido del Tractatus— sólo puede ser mostrado.
La escritura admite su propia circularidad porque todo aquello que se da se da en el lenguaje, y aquí lenguaje es lenguaje/escritura. La gran discusión de la tardomodernidad revela que no hay niveles entre realidad, pensamiento, oralidad, verdad y escritura. No se trata de un repliegue, de un desdoblamiento y de una cercanía. No es que aquello que se platica sea más verdadero que aquello que se escribe porque está más cerca de la realidad, la escritura construye su propio espacio, mantiene un núcleo autónomo pero genera interfases con la tradición y módulos regenerativos pero sólo es en la descentralización, en su poder distributivo y en su modalidad enactiva como se construye.

Cambio una y otra vez el tipo de letra, cambio el puntaje de la tipografía en la barra de herramientas del editor Word, pienso que la monotonía vocal de Eric Clapton ha sometido mi proceso de escritura, pienso que el destino y la teleología de este texto por encargo delimita ya sus pretensiones, lo acota hasta el agotamiento, lo restringe en su sintaxis y lo amordaza en su semántica, de nuevo me percato, que no puedo escribir, que las palabras están atenazadas, sometidas, que el músculo eréctil de la escritura está laxo, ha perdido fuerza y que los verbos, los sustantivos, los adjetivos, los complementos, están guardados en el corrector de palabras de Microsoft Word, toda la semana he escrito notas periodísticas, entrevistas y entradas para notas informativas, ahí, la estructura es muy clara, es así y así, va para esto y para aquello, no hay pierde sólo hay qué seguir el manual y apretarse en el corsé del canon.

Uno no sabe cómo llega a esto. Es solamente la repetición; lo dado, sólo aparece como lo dado cuando es realizado una y otra vez y es en lo más sencillo, en lo más telúrico, terrestre, corporal, carnal y biológico donde surge la repetición.
La ceremonia y el ritual sólo surgen de la repetición. Si volteamos bocabajo al “sentido”, si pateamos “las estructuras ocultas” sólo encontramos repeticiones, percepciones que la fuerza de la costumbre nos permite asegurar como una unidad; nuestra memoria no nos traiciona, nos es fiel. O más bien, la memoria le es fiel a aquello que se repite.
El mundo, la civilización y todas sus porquerías se fundan en la fuerza de la costumbre; a fuerza de hacer lo mismo todos los días somos nosotros mismos y esa mismidad edificada sobre los cimientos de la costumbre nos hace creer, como si no tuviéramos otra alternativa, que sólo somos eso, que ahí, que ese es yo, que esa es nuestra identidad. Entonces, nos construimos un “yo”, un todo, un mi mundo.
Pude ser futbolista pero para serlo hace falta mucha suerte y una suerte de esperanza en que el balón siempre será redondo y que las leyes de la gravitación universal impedirán que si pateó un balón desde el manchón de penalti no llegará a la portería de mi equipo; quise ser bombero a los cinco años, de hecho mis mejores momentos fotográficos se estampan con mi suéter y mis guantes de portero.
La escritura siempre es un acto perceptivo.
Escribir es siempre un pensar-haciendo no es una actividad abstracta.
Una vez que la escritura elimina los detalles de lo cotidiano pasa al campo de la lógica y aquí sólo es en su conexión con la metafísica, en la filosofía de la lógica donde se regresa a lo cotidiano, pero si el lenguaje de las lógicas polivalentes, de la lógica difusa, o del lenguaje peer to peer carnapiano fuera regido por la costumbre del uso tendríamos otro escenario. Un escenario en que los usos del lenguaje estuvieran restringidos a su capacidad biológica, la de la verdad. La de la simple estructura hechos-enunciado.
Pero la escritura es el sitio donde se incorporan los juegos del lenguaje, donde los actos de habla emergen desde una corporalidad, se escribe siempre con el cuerpo y para otros cuerpos, la escritura cuando emerge para lo otro, es siempre la de los cuerpos, si es cierto que el otro puebla ya con un rumor benévolo el mundo entonces también es cierto que la conciencia de este rumor que escuchar con atención el rumor del otro es entonces el espacio de la bio-escritura.
Si el cosmos ha sido visto en la figura de un árbol gigante, las escrituras son destellos del cosmos, apuntes de sus raíces endurecidas, velocidades en las que el espacio-tiempo da cuenta del espacio sutilísimo de las cosas.


De pronto sintió deseos de borrarlo todo. Sintió la oportunidad de ser coherente. Ahora, se dijo, si lo borro todo he cumplido el propósito de la escritura. Pensó que escribir es siempre desesescribir que toda escritura es y no en el fondo sino que es algo que pasa de frente, es un intento inútil de infrigir el principio de identidad de la lógica, que quien escribe lo ve diariamente y en la repetición pierde contacto con esto que lo ajeno le parece definitivamente real y evidente, que toda escritura es una desescritura, que escribir es borrar, porque una vez que se escribe una frase, se altera un verbo, se describe un personaje o se deja uno llevar por la estructura facilona de la rima, y a veces del ritmo, se elimina, se excluye, se borra a toda una colección de signos, se borran otros mundos, que toda escritura es un encarcelamiento donde lo que queda fuera de esto ya no existe, pero ese sentimiento de borrarlo de volver a empezar de nuevo también reivindicaba una categoría, la de que quien sabe que la escritura es un efímero gratuito, que es la oportunidad de asentir en que borrar es más importante que durar, en que todo el fin de la escritura no es preservar el pasado en un cofrecito incólume, en un sagrario, en un texto que permanecerá inmune por los siglos de los siglos a la vanidad humana, no, escribir es acelerar la borradura, dejar de suplantar esos espejismos de la perduración y hacer suyo el sentimiento de que todo cambia y nada permanece, y ese era la escritura, o ese era el sentimiento de melancolía que lo embargaba, eso era lo que le había impedido levantarse del asiento, lo que lo había llevado a emigrar, a huir a llevar la ciudad de Kavafis en la cabeza, a esperar la llegada de los bárbaros, a tratar de desmantelarse con la escritura, eso era, sí, sin duda, un desmantelamiento, una puesta en duda, sin la ayuda de ningún Genio Maligno, sin la custodia de ningún programa filosófica, algunas de las certezas más contundentes, poner en duda, ponerse en duda, jaquear sus certezas y hackearse.
El lo había visto así, sus manos se lo habían dicho muchas veces y hasta lo había escrito hace algunos años en una historia: entre escribir una historia, programar en Lenguaje C y mantener una amistad no había ninguna diferencia operativa, low low, se levantó de su asiento, You and me no how things come. up, down, high, and low, y regresó ya con un libro para colocar una cita. Sí, una cita, cómo no. Eso era lo que le daría status epistémico a sus digresiones. Citar, citar, citar, eso era el escapismo soteriológico, he ahí la redención cognitiva he aquí la fuerza central del argumento.
“ Lo que sigue es una argumentación personal y en parte impresionista. Acaso no sea un defecto(...) Cada vez que se da una reflexión conciente sobre el lenguaje (y del lenguaje), nos enfrentamos a un ineludible autismo ontológico, a dar vuelta, en redondo dentro de un círculo de espejos.”
Ahí estaba una mera cinta de Moebius, la imposibilidad empírica de saltar sobre su propia sombra, “Si p es necesario que no p”, cómo podría dar cuenta de todo eso sino era a partir del lenguaje, no había ningún metalenguaje con el cual describir la estructura de lo anterior y pasar de inmediato del terreno descriptivo al terreno heurístico y explicativo. Pero eran esos huecos, esos regresos circulares, esas afirmaciones dogmáticas que desprendidas de su contexto académico quedaban reducidas a aserto de pasquín, a desdoblamiento imperceptible, pensó que había mejor que desplegar una poética como botiquín de maniaco-depresivo e hipocondriaco, había que sustraerse de toda reflexión, salir a la calle, caminar, caminar, mirar la arquitectura de las sombras que en la noche dibujaban ya su propia vida, había que salir simplemente al asombro, a la gula reflexiva del anonadamiento de lo cotidiano, había que matar al pequeño filósofo cartesiano, al analítico conspicuo, al postmoderno contumaz que buscaría refugio en Lipovetzky, en Baudrillard, en los rizomas Deleuzianos, había pues que amputar cualquier deseo de saber-que y dejar que el saber-cómo se quedara en su lugar como un reyecito emputecido del aspaviento, del nihilismo asiduo de la señora que en la esquina de la 49 vendía tamales de mole, de rajas y de dulce, y a las doce del día aún tenía atole de arroz de a cinco pesos, el vaso, había que ir con ella e interrogarla como a una Diotima con mandil, o había que ir de nueva cuenta a la fiesta de los Huehues en Huejotzingo hasta hallar entre el desfile de enmascarados de madera alguna verdad en la pólvora que bañaba el pueblo, entre los muertos de la fiesta, que habían perdido ya toda inocencia, que habían aparecido sin orgullo, y con un nombre ajeno, si, ajeno, pero real, en la contraportada de algún pasquín amarillista, como muertos por la pólvora, el alcohol, el azar y los fractales, el olor a vida.

Sinnead O´Connor en su Nothing Compares to U (un clásico del cincuentón Prince) había ya anunciado con su melancolía por el amor perdido que es en la anti-objetividad donde reside el núcleo que potencia la realidad. Este núcleo es un kernel como el del Sistema Operativo desarrollado por Linus Torvald, es decir, un kernel Open Source que puede ser distribuido y modificado libremente por cualquier programador.
De esta manera, si seguimos en la comparación de Ingeniería de Sistemas el producto interno bruto de un hablante está en función de su relación con la otredad, el otro (el programador que ha modificado el kernel y lo ha subido a la red para su libre distribución) sigue poblando con su rumor benévolo el mundo siempre y cuando el escucha escuche y al escuchar comprenda. Esta es su función ética.
No hay mayor peligro en el terreno de la reflexión que sustituir el oído por el método científico, una vez que se ha hecho un implante en el sujeto donde el microscopio es más importante que el sujeto que se tiene frente a uno, se ha despejado el camino a la hegemonía del instrumento, a la tiranía del mecanismo, a la anulación de las diferencias. Es en la reverencia al aparato crítico, a la cita como único modelo argumentativo y a la inclusión ecléctica de la ocurrencia, como la institución de la crítica —inoculada ya desde los bastiones del autoelogio, la complacencia, la búsqueda de espacios burocráticos—construye modelos de escritura normalizados, modelos que han sido ya domesticados, anulados, amputados de su capacidad de desarraigo.
Es por eso que sostengo la hipótesis —como si se tratara de un mesero con su bandeja de bocadillos en una presentación de libros— que las reflexiones actuales sobre el oficio literario, la literatura, las escrituras y temas anexos, sólo pueden realizarse desmontando el aparato de la crítica y de la representación, lo cual exige, una dilución de las tajantes categorías opinión-doxa, gnosis- interpretación, ocurrencia- verdad. Una vez que el programa de desinstalación de estos dualismos que constriñen, enmarcan, ennoblecen y normalizan las reflexiones sobre una categoría que sólo a posteriori puede aceptarse como la de “oficio literario” es que pueden repensarse estos espacios ocupados ya por el aparato de la crítica.
No obstante, el esfuerzo debe anular las diferencias entre filosofía y literatura, que son sólo diferencias administrativas en el currículo y taxonomía de la nómina, el tránsito entre esta y la otra debe ser fluido, transparente, es decir, Las Meditaciones Metafísicas pueden ser leídas como prosa narrativa en la que la inseguridad psicológica impulsa la construcción de un programa racionalista, el código fuente del worm de internet de los 80´s de Morris puede ser leído como un poema tardío de la vanguardia y el manual del refrigerador como el aparato crítico de un ensayo sobre epistemología débil.



hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.