viernes, septiembre 18, 2009

En torno a la Puebla letrada






Puebla de los Ángeles es una ciudad fundada como un gran proyecto del racionalismo. Es el racionalismo de su traza urbana y la planeación, al servicio del sueño de misioneros católicos y de los nigromantes ilustrados; la construcción de una nueva cartografía más que el descubrimiento de un Nuevo Mundo: porque esto será una tarea ardua que requerirá volver al salvaje, a, sin alma un semejante. La discusión teológica sobre la ausencia o presencia del alma en los indios de las tierras descubiertas por los viajeros y conquistadores españoles se vuelve un tema vigente para los evangelizadores.

Pero en términos de la modernidad se trata del primer acto hermenéutico y ético del Nuevo Mundo que inicia con la Conquista o mejor dicho con la caída de Tenochtitlán,y aún no se concluye, es decir, si ocupamos la terminología religiosa, un verdadero acto de conversión: metanoia significa transformación del entendimiento pero esto sólo surge de un acto en el que también se transforma el corazón. Los convertidos no son los “nativos bárbaros” a los que la civilización occidental intenta transformar a través de la evangelización, en el virreinato, y luego de la educación, en las repúblicas liberales latinoamericanas: todos estos actos para borrar de la imagen del mundo –patrimonio de Occidente- el rostro invisible del Otro. Como se ve, al mismo tiempo que el gran sueño cristiano construye ciudades lo hace devorando todo aquello que le resulta forastero, extraño, salvaje, sin alma, que interpela la estabilidad de sus creencias, en fin que intenta hacer una fisura en la imagen del mundo para dominarlo bajo el criterio de la ideología peninsular.

Las ciudades indígenas y nativas fueron el primer acto tecnológico en el Nuevo Continente. Fue la idea empirista de la tabula rasa la que se impuso a pesar de la filosofía escolástica que se enseñaba en las universidades del Viejo Mundo Hispano. Eso fue la capital de la Nueva España donde se encontraba México-Tenochtitlán. El nuevo mundo es una gran empresa tecnológica.

El crítico literario Ángel Rama nos recuerda en La Ciudad Letrada cómo se trató de un acto verdaderamente divino: la creación ex nihilo de lo que se creyó era la transposición de sueño de una nueva época del mundo.

La ciudad latinoamericana ha venido siendo básicamente un parto de la inteligencia, pues quedó inscrita en un ciclo de la cultura universal en que la ciudad pasó a ser el sueño de un orden y encontró en las tierras del Nuevo Continente, el único sitio propicio para encarnar. (..) La ciudad fue el más preciado punto de inserción en la realidad de esta configuración cultural y nos deparó un modelo urbano de secular duración: la ciudad barroca.

Desde la avenida Periférico – que une el antiguo Totimehuacan, hispanizado como San Francisco Totimehuacan, una población donde hoy abundan las pandillas de jóvenes de origen indígena, con Cholula, para desembocar en la autopista hacia la ciudad de México- se observa la cúpula de la Capilla de los Remedios construida en 1594 sobre una pirámide del antiguo señorío cholulteca, aunque la intención es otra el mensaje es evidente: sobre la destrucción de las antiguas culturas indígenas se construyó el gran sueño de las ciudades novohispanas. Los antiguos pueblos indígenas de Cholula, Huejotzingo, Tepeaca y Totimehuacan rodean el valle donde se edificó el sueño cristiano de la ciudad de Puebla: una utopía cristiana construida bajo las reglas urbanísticas del racionalismo.

La vivencia no puede ser más clara: es una estratificación que muestra las edades, y que Ángel Rama en su libro póstumo La ciudad letrada identifica y desarrolla. Desde este panorama de lo que Rama denomina “la ciudad ordenada” –es decir, la ciudad planificada desde la península, siguiendo las directrices de la lógica de Port Royal, ciudad bajo una episteme- se llega, dice el crítico literario, a una ciudad de la escritura conformada por leyes, códigos, cartas, mapas, emblemas, blasones, sellos, tratados, opúsculos y ordenanzas, ciudad escrituraria que requiere una serie de instituciones culturales.

Puebla es el ejemplo de lo que sucede en la Nueva España. Puebla adquiere la denominación de ciudad, y al poco tiempo de su fundación, se desarrollan instituciones culturales, entre otras, como el Colegio del Espíritu Santo –recinto de formación en teología, humanidades y filosofía de la orden de los jesuitas. El diseño urbanístico incluye la formación de sus propios cuadros intelectuales, de su ciudad escrituraria. Luego de la barbarie, de la imposición de un modelo cultural porque la Conquista es ante todo la reivindicación de la hegemonía de Occidente sobre la civilización indígena, se sigue el modelo de Rama: alrededor de la ciudad escrituraria, una serie de anillos circundantes, las clases sociales y grupos étnicos –indígenas, negros, la plebe, ibéricos desplazados- en la periferia.

El poder se concentra, nos recuerda el crítico literario, también en quienes dominan el orden de la escritura en el Nuevo Mundo porque permiten la relación con la Península, no se trata solamente de una “burocracia” incipiente sino de una ciudad bajo un orden de los signos: la cartografía y el conocimiento son ahora un desfile de significantes, es decir, un sistema de teoremas y axiomas.

Pero frente a esta anulación de lo Otro, del dualismo “barbarie-civilización”, “pagano,-bautizado”, “aborigen- alma”, “oralidad-escritura” hay reacciones, entre otras las de teólogos y obispos, como Fray Bartolomé de las Casas, Francisco Xavier Clavijero – intelectual formado en el Colegio de Espíritu Santo que conducen los jesuitas en Puebla y autor de la célebre “Historia Antigua de México”- las del padre Fray Servando Teresa de Mier (éste ya en el siglo XIX) que coinciden con una tarea fundamental: construir un aparato contra-ideológico que permita el reconocimiento del Otro con los mismos derechos y capacidades cognoscitivas que los peninsulares, pero lo que es una tarea ética adquiere claras connotaciones políticas en los momentos de la lucha de las colonias por emanciparse de la Metrópoli hispana.

En ese sentido, Puebla se transforma en una ciudad escrituraria en una verdadera ciudad letrada con sus instituciones ideológicas –como colegios y bibliotecas- se inscribe en el orden de las ciudades del Nuevo Mundo, sin duda, esta tradición se preserva, a la par de las transformaciones democráticas –contradictorias y experimentales. Esta inercia intelectual se va desgastando hasta llegar a nuestros días: pasando en el siglo XIX y principios del XX con el surgimiento de la prensa y la fertilidad del pensamiento democrático y liberal, como la difusión del pensamiento positivista por el médico, Gabino Barreda, fundador de la Escuela Nacional Preparatoria, creando un sistema educativo de carácter científico; el ejemplo de los clubes antirreeleccionistas de Puebla formados por la familia Serdán es sobre todo una tarea intelectual; y el pensador Luis Cabrera en el período revolucionario, para llegar al surgimiento de vanguardias literarias, de carácter corrosivo, ninguneadas por la crítica, como el estridentismo que lanza en Puebla el 1 de enero de 1923 su segundo manifiesto.

Esta gran ciudad letrada es ahora acotada por los procesos de modernización, de liberalismo y despotismo ilustrado en su hechura de nacientes repúblicas. Surgen así, personajes y actitudes como las de Joaquín Fernández de Lizardi: a las que llamaremos intelectual bisagra.



El intelectual bisagra del siglo XIX

El crítico colombiano, Rafael Gutiérrez Girardot, nos recuerda en su libro El intelectual y la historia que durante el breve período en el que se reconoció la libertad de imprenta por la Constitución de Cádiz de 1812, unos cuatro meses, surgieron algunas publicaciones como El Pensador Mexicano de Joaquín Fernández de Lizardi. El punto central de la argumentación Gutiérrez Girardot en el caso de Fernández de Lizardi es que por sí sola la libertad de imprenta no significa un avance democrático porque se carece, y ese fue el caso del México de 1812, de una verdadera opinión pública.

“Para que haya opinión pública es necesario que haya quien quiera formarse y pueda expresar un juicio, y esto lo podía hacer sólo una minoría. Por eso, Fernández de Lizardi esbozó su programa de educación gratis, obligatoria y popular. El programa no era un proyecto aislado, sino que, concomitante, con sus polémicas y folletos, era un programa de ilustración social, esto es, de crear los presupuestos (la educación pública) y al mismo tiempo ponerla en marcha.”

En el desarrollo de su argumento, el crítico e historiador de la literatura latinoamericana subraya que Fernández de Lizardi no se satisfacía, tal y como sucedió con otras obras contemporáneas, con los postulados ilustrados que llegaban a América: “criticar” e “ilustrar” sino que se dirigió más allá de quitarle estos privilegios al sector clerical católico por la ciencia y la razón, su intención era “educar”.

Cita como ejemplo de este proyecto los números 7,8 y 9 de El Pensador Mexicano —impulsado por la breve duración, 4 meses, de la libertad de imprenta, otorgada por la Constitución de Cádiz de 1812 —donde, nos recuerda Gutiérrez Girardot, se esboza un programa de instrucción primaria de cobertura mayoritaria, de profesionalización de los profesores y de pago por parte del Estado a los maestros, evitando los riesgos en los que incurre el “absolutismo ilustrado”, una inclusión del pueblo pero sin el pueblo, con “el pueblo” pero sin aquellas masas desposeídas y sin alfabetización.

Fernández de Lizardi añade a estos comportamientos, el desligarse de los mecenazgos y depender de su propio trabajo creador y editorial. Un comportamiento impensable para aquellos días, y que hoy en muchos lugares sigue resultado inimaginable.

En esta lógica, el argumento de Gutiérrez Girardot desemboca en una consecuencia moral y política: si el Estado es el responsable de la educación, lo es porque si requiere mantener los logros de las independencias, es también responsable de crear una opinión pública, o como señala el crítico colombiano, el programa de alfabetización era más que eso; implicaba la exigencia de que el Estado que iniciaba su constitución, esto es, el nacido de la Independencia, fuera coherente: que cuidara de las condiciones para formar una “opinión pública”, nos dice Gutiérrez Girardot, única garantía de la independencia.



El desdén a la crítica y a la opinión pública

Mientras el sector literario que escribe desde las ciudades de Puebla busca incorporarse a la metrópoli, a los canones, y al reconocimiento, lo hace repitiendo en la mayoría de sus intentos, las vías ya probadas por narradores y poetas del circuito cultural capitalino de la década de los 70´s y mediados de los 80`s, al mismo tiempo ha renunciado, en aras de cierto esquema de creación literaria a la crítica, renuncia a la crítica que ha sido, en otros lugares del Continente, evaluada por Noé Jitrik cuando expresa: “La crítica literaria ha tenido en América Latina un desarrollo que podríamos llamar como “desigual” en relación con el que ha tenido la literatura. En efecto, si se mira en su conjunto, la historia de la crítica se advertirán por lo menos dos hechos: uno, que hay momentos vacíos, casi como lagunas en su territorio, sin propuestas de ninguna índole; el segundo, que al parecer las grandes obras y los grandes nombres, pertenecen con pocas excepciones a los productores de literatura y no a los críticos”.

Ante este escenario, del cual el sector local no escapa, el estudioso de la literatura Noé Jitrik, en su libro La vibración del presente: Trabajos críticos y ensayos sobre textos y escritores latinoamericanos señala: “Este desajuste entre crítica y literatura podría justificarse si se pensara, como muchos piensan, que la actividad crítica es secundaria y que, por el contrario, la producción literaria, genérica, es lo esencial; pero, si en cambio, se considera que las dos son vertientes de un mismo río, que no es posible concebir desarrollo literario sin un adecuado aparato crítico, es posible y legítimo preguntarse qué pasó y qué pasa, por qué, aparentemente al menos, la crítica no está a la altura de la creación literaria, orgullosamente representativa de una capacidad y un poder”.

La afirmación de Jitrik es pertinente, no porque la crítica que se escriba en Puebla y en el país, no esté a la altura de las creaciones genéricas de literatura sino que por el contrario, no hay una resonancia entre las obras literarias escritas localmente y la crítica; no hay un desarrollo literario que camine paralelamente a la crítica —a pesar de la oferta de las escuelas de literatura en el nivel universitario en la ciudad— salvo la esporádica presencia de algunas reseñas o de los textos de presentación de libros siempre en tono afectuoso. Este déficit desmerece el esfuerzo de los autores dejando a novelas y libros de poemas al vaivén del mercado, a las fobias y filias de cofradías literarias, al ninguneo estereotipado o la exaltación irracional, dejando las explicaciones de la estética en manos de creencias sobre la genialidad o la extravagancia, como hechos artísticos e intelectuales inéditos que surgen por generación espontánea.

Es así que la creación de los autores locales vive inmersa en el paraíso de la creación en su propio Cuarto Propio, en un archipiélago de elogios. Inmune a la crítica pero gozosa con su auto-contemplación, en algunas ocasiones, ante la ausencia de un diálogo con la crítica.

Por momentos, la producción local cede a las tentaciones de una estética del regodeo y del juego de palabras, se deja empapar por la catarata del sentimentalismo como sustituto de la experiencia literaria o vital, sucumbe ante los nombres en otras lenguas y se olvida de las tradiciones en sus lenguas maternas, la traslación inmediata de fórmulas de literaturas en otras lenguas sin digestión ni trasculturación alguna y cuando intuitivamente percibe todo esto reacciona con una incomprensible lucha por incorporarse a la metrópoli, renunciando al provincianismo, anulando cualquier referente existencial, todo ello con códigos de una relojería literaria ya probada.

Quizás esta ausencia de una reflexión y crítica sobre las literaturas locales obedece tanto al ninguneo del proyecto de crear una “opinión pública” tal y como lo demandó Joaquín Fernández de Lizardi en el siglo XIX, lo que al mismo tiempo que afectó tanto la democratización del sector letrado como la del sector político local, porque un sector letrado que no dialoga con la sociedad y sus lectores, está lejos de ayudar a la formación de una opinión pública.

La clase política poblana persiste en las viejas prácticas para mantenerse el poder e inmovilizar cualquier evento democrático, al contrario de los intentos un incipiente sector de la cultura por la inclusión en los circuitos de la cultura nacional: la presencia de novelistas y poetas que escriben desde Puebla y lugares circunvecinos en editoriales nacionales e internacionales; la presencia de nombres de poetas y narradores en antologías; la difusión de revistas dedicadas a la narrativa y a la poesía, es un esfuerzo luminoso para la reconstrucción de una ciudadanía cultural.

El abismo que separa a la clase política poblana del sector intelectual no obedece sino a una lógica: el Príncipe no es Príncipe, el Estado no es Estado, y el poder del Estado se concentra en una sola persona, al margen de instituciones y del pacto federal, bajo la figura del federalismo que nos remite a un universo autárquico, donde se inmuniza de cualquier aire democratizador, ante una sociedad apática, que revela su inconformidad a través de la violencia comunitaria y la migración hacia los Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida.

En los países democráticos la brecha entre el sector letrado y los sectores dirigentes no es tan amplio: es más, son sectores que muchas veces se encuentran traslapados. No que se trate de un intelectual-político o de un intelectual-militante, sino de experiencias concatenadas.

Pero además de esto, la clase política poblana se encuentra desligada de cualquier proceso de modernidad democrática. Ha quedado atrapada entre la necesidad de controlar los procesos de cambio político, inmovilizando cualquier expresión democrática, inhibiendo la pluralidad. Desde el “Estado”, el sector dirigente captura cualquier versión democrática o alternativa del mundo.

La desconexión entre la clase política y el sector intelectual es uno de los resultados del Estado neoliberal y su capitalismo cuatachón, herencia del viejo priismo caciquil, y de la concentración del poder político en el “Jefe Máximo”, ahora “Primer Priista” o “titular del Ejecutivo”, lo que se avizoraba como un proceso para dotar de autonomías a estos dos sectores – lo que no sucedía en la sociedad novohispana con la ciudad escrituraria- ahora no hay ni utopía cristiana, ni proyecto nacionalista y liberal, el Estado es inexistente –no se puede hablar de una crítica del estado- cuando los clanes locales actúan al margen de las instituciones respaldados por la interpretación y ejecución de las leyes a su favor.

Es decir, mientras en la geografía poblana el priismo más rancio se rejuvenece para ser siempre el mismo. No olvidemos las aportaciones generosísimas de la clase política local al imaginario nacional y a sus infiernos: desde las innovaciones verbales del cabroñol y los coscorrones para desincentivar la vida democrática (Mario Marín Torres); la caída del sistema en 1988 para evitar la alternancia política nacionalista y de izquierda en las elecciones del mismo año (Manuel Bartlett Díaz); la mano extendida antes de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en 1968 (Gustavo Díaz Ordaz), y frente, a los grupos formados bajo las prácticas priistas, compiten los grupos de la derecha: no se trata de promover al Yunque sino de recordar su promoción de una visión del mundo conservadora obstaculizando el reconocimiento de derechos a las mujeres, a la diversidad sexual y a concepciones alternativas, como las recientes negociaciones entre el Yunque y el priismo, para detener la movilización masiva ciudadana que reclamó la salida del gobernador, Mario Marín Torres, luego de la violación de los derechos humanos de la periodista Lydia Cacho Ribeiro, y la ofensiva nacional, en contra, de la discusión sobre la despenalización del aborto y de la eutanasia.

Ya en menor medida, no por su falta de gravedad sino de originalidad, la recreación de los partidos satélites y la pobrísima ciudadanización de los organismos electorales, la precariedad de los órganos de de transparencia, la frivolidad de los órganos de fiscalización y lo acotado del organismo de derechos humanos.

En este pequeño mundo local, la clase política encuentra un símbolo de la división social del trabajo que sin duda fundó toda una tradición intelectual del debate y la polémica que muestra ya cansancio: el abogado. El licenciado del viejo mundo priista del siglo xx se reactualiza con la figura del especialista: ya sea el politólogo o el especialista en políticas públicas egresado de instituciones privadas, ya no es únicamente el Estado el que forma a la clase dirigente sino que por un lado, la avalancha neoliberal y por el otro lado, la vieja demanda de los grupos conservadores, al mismo tiempo que vuelven el proceso educativo una mercancía o la ideologización de sus cuadros desde sus coordenadas, se han impuesto privatizando más que el proceso educativo las mentes.

No es que la política se haya convertido en una ciencia sino que ahora la clase política sustituye la alcurnia y las genealogías con los títulos académicos, es decir, de la ciudad ordenada y de la ciudad letrada ya sólo quedan referencias, la segunda ciudad más importante de la Nueva España es ahora una ciudad desmoralizada y sin proyecto a largo plazo, sin ninguna visión, donde se ahoga cualquier aire democratizador, y su sector letrado ha sido desplazado del círculo del poder, o mejor aún ese sector letrado, atareado en una definición estrechísima de la literatura –apenas como una técnica de la escritura o una aspiración del sentimiento- y no como una teleología, ha renunciado al ejercicio del poder de la escritura: ya sea para desmontar los propios mecanismos del poder, ya sea para ofrecer visiones alternativas, ya sea para desmitificar las simbologías hegemónicas, en suma, para ejercer una crítica de la episteme dominante (o de su clara ausencia) y así crear la opinión pública con la que soñó Fernández de Lizardi, y a la que le dirigió su obra Francisco Xavier Clavijero.

*ensayo escrito para el primer número de la revista Conversa

lunes, septiembre 14, 2009

El principio del orden

El porqué de las vacas sagradas
De la revista de el Clarin este post:

El antropólogo Marvin Harris se preguntó por qué, en la India, las vacas, que podrían paliar la desnutrición y miseria alimentaria de una población muy pobre, son sagradas e intocables.
Por: Marcelo Pisarro



Al antropólogo francés Claude Lévi-Strauss le gustaba decir que cualquier principio de orden es mejor que ningún principio de orden. La mente no tolera un universo desordenado, se resiste a que haya cabos sueltos o cosas que sucedan porque sí. Y como no admite el caos, se lanza a estrechar nexos, entablar vínculos, entretejer acontecimientos que dan pie a nuevas estructuras cognitivas. "La clasificación –escribió Lévi-Strauss en El pensamiento salvaje–, cualquiera que sea, posee una virtud propia por relación a la inexistencia de la clasificación".

Por ejemplo, entre los yakutos del extremo nordeste de Siberia se cree que el pico del pájaro carpintero alivia el dolor de muelas. La cuestión –explicó Lévi-Strauss– no radica en determinar si el pico del pájaro carpintero de veras alivia un dolor de muelas, sino en establecer si es posible que, desde determinado punto de vista, el pico del pájaro carpintero y el diente del hombre "vayan juntos": si agrupando cosas y seres es posible introducir un principio de orden en un universo desordenado.

El más renombrado arqueólogo argentino, Alberto Rex González, anotó en su libro Tiestos dispersos: "Ciencia es un afán estético de orden". Lo es, pero no sólo la ciencia. Al extenderlo al "pensamiento primitivo", Lévi-Strauss quería decir que toda sociedad, en todo momento, está tratando de llevar orden al mundo circundante. Está tratando de juntar picos de pájaros carpinteros y dolores de muela, precisar si pueden "ir juntos".

Una buena manera de forzar un principio de orden es introduciendo vacas en la ecuación. Nunca falla. En un librito muy ameno, Bueno para comer, publicado en 1985, el antropólogo norteamericano Marvin Harris habló del "enigma de la vaca sagrada". Se refería al "más célebre de los hábitos alimenticios irracionales", la prohibición de sacrificar y consumir carne de vaca en la India. En ese país viven 1.150 millones de personas y un 27,5% está por debajo de la línea de pobreza (es decir, más de 316 millones). La India tiene también la mayor población de vacunos del mundo, unos 193 millones de Bos indicus (más unos 78 millones de búfalos). Entre un cuarto y la mitad son animales enfermos, inútiles, desnutridos, que vagan por los campos o que entorpecen el tráfico en las ciudades. A pesar de la necesidad de proteínas, minerales, calorías y vitaminas que padecen, los hindúes se niegan a comer su carne.

La protección de las vacas es uno de los ejes del hinduismo, la religión dominante en la India. Para el hinduismo, todo lo que proviene de una vaca es sagrado (su cuerpo contiene unos 330 millones de dioses y diosas). Ahora bien, tal como Harris se apresuró en aclarar, el enigma no se soluciona diciendo que los hindúes no comen vacas porque son hindúes y los hindúes no comen vacas. "El rechazo de la carne de vaca debido a las creencias hindúes es lo que constituye el enigma, no la respuesta". Las otras grandes religiones no tienen este reparo particular respecto de la carne vacuna. ¿Por qué el hinduismo prohíbe la faena y el consumo de vacas y no de cerdos, camellos o –ya que estamos– pájaros carpinteros? Harris sostuvo que no se trata de un capricho o una decisión arbitraria, sino de un conjunto definido de condicionamientos prácticos. "La religión ha influido en las costumbres dietéticas de la India, pero éstas han influido todavía más sobre la religión". Hecha la ley, hecho el tabú. Y deshecha la historia.

La protección de las vacas no siempre fue algo central en el hinduismo. Durante el período de los vedas (pueblo ganadero que dominó la India septentrional entre 1800 y 800 aC., y al que refieren los primeros textos sagrados hindúes), la carne de vaca se consumía sin compunciones. Pero la población humana creció y la bovina disminuyó, los bosques se redujeron y la provisión de carne comenzó a escasear. Los campesinos pobres enflaquecían, morían desnutridos, mientras que brahmanes y chatrias continuaban engordando. Limitando el consumo de carne y aumentando la explotación agrícola y lechera del ganado, los campesinos podían alimentarse más y mejor. Si los animales consumen cereales, y los hombres consumen esos animales, se pierden nueve de cada diez calorías y cuatro de cada cinco gramos de proteínas. Las vacas eran más valiosas pariendo bueyes que tiraran del arado y no asándose a la parrilla. Pero los brahmanes no estaban interesados en renunciar a sus privilegios alimenticios. Dicen que le explicaron a un sabio brahmán que no debían comerse vacas porque los dioses las dotaron de un gran poder cósmico, a lo cual el sabio brahmán respondió: "No digo que no, pero yo comeré de ella de todas formas siempre que sea tierna".

Hacia el año 600 aC. la población campesina, diezmada por hambrunas, guerras y sequías, se mostraba cada vez más renuente a cualquier sacrificio de ganado, símbolo de las diferencias del sistema de castas. El clima cultural aceleró la aparición de varias religiones contrarias al sacrificio de animales, de las que el budismo fue la primera y más importante. Durante los siguientes novecientos años, hindúes y budistas pelearon por reglamentar el espíritu y el estómago de los indios. Al final ganaron los hindúes, mediante una astuta estrategia: apelmazaron una religión popular con un sistema económico efectivo, abrazaron el principio de no matar ganado y se reconstruyeron como protectores históricos de las vacas sagradas (los grandes festines vedas, argumentaron, eran solamente una expresión figurada, una metáfora). En una economía agraria con baja industrialización, las vacas son más útiles vivas que muertas: proveen leche y bueyes, los cuales proveen fuerza motriz y estiércol (principal abono de la India e importante fuente de energía). El tabú impide que, en una mala época, los hindúes se coman a un animal que es más conveniente mantener vivo.

Esta fue la explicación de Harris. No le faltaron críticos, y en más de una ocasión se señaló su materialismo, su utilitarismo (o su "adaptacionismo", por emplear una expresión del arqueólogo Lewis R. Binford en Buscando el pasado. Descifrando el registro arqueológico). Sin embargo, ejemplifica muy bien esa búsqueda de orden que señalaron Lévi-Strauss y Rex González. También podría revelar por qué en India un hombre puede ser encarcelado por lastimar una vaca, y a la vez, por qué a los 3.600 mataderos habilitados se suman unos 30.000 mataderos ilegales.

"La vida, al cambiar, hace realidades con nuestras fábulas", subrayó el escritor francés Marcel Proust. Quizá quería decir que los sistemas de significados que legitiman las prácticas culturales se naturalizan con el correr del tiempo al punto de borrar sus umbrales empíricos. O quizá quería decir que a la larga terminamos creyéndonos nuestros propios cuentos.

lunes, septiembre 07, 2009

Sin ningún rumbo los festejos del bicentenario: Pedro Ángel Palou

Sin ningún rumbo los festejos del bicentenario: Pedro Ángel Palou

Gravísimo quitar la Colonia y la Conquista de los libros de historia en las primarias, Pedro Ángel Palou criticó la forma en cómo se editaron los nuevos libros de educación básica
El Sol de Puebla
29 de agosto de 2009

por Celina Peña Guzmán



CIUDAD DE MÉXICO.- El ex secretario de Cultura de Puebla, Pedro Ángel Palou, dijo que los festejos del centenario de la Independencia que organizó Porfirio Díaz sí tenían definido un proyecto de nación: "En cada ciudad se iba a inaugurar una obra", pero ahora vemos que no hay rumbo.

El ex rector de la UDLA condenó la mutilación de los libros de historia de primaria, en un país donde la gente sí lee, pero sólo aquellos libros accesibles a su bolsillo.

"Fue un error gravísimo, muy mandado, de quitar la Colonia y la Conquista y la historia de México".

Palou García mostró su descontento con la forma con que en todo el país se desarrollan los preparativos del Festejo de la Independencia de México y el Bicentenario.

Palou, miembro del Sistema Nacional de Creadores, ha dedicado el último lustro a una trilogía dedicada a personajes históricos, rastreado documentos, cartas, y actas en archivos, sobre Zapata, Morelos. Morir es nada y Cuauhtémoc. La defensa del Quinto Sol.

Pero en su última novela, "El Dinero del Diablo", Palou da un giro hacia la novela policiaca, a partir de una investigación minuciosa en fuentes documentales, para exponer la historia oculta del Vaticano.

(http://www.oem.com.mx/elsoldepuebla/notas/n1304370.htm )

Rabia, la novela de Jaime Mesa


"Foster es rabia, hartazgo y enojo, pero contenido"



A un año de haberse publicado, el autor sentía esa historia como muy muerta, que han pasado ya cinco años desde que la escribió, y que poco quiere recordar de ella. "Ya no pienso en ella, miro a veces el lomo, la portada, pero no la recuerdo, de hecho de alguna manera presentar esta novela es como regresar a un mal momento, que me robó dos años de mi vida, pues yo viví en función de la novela".

http://www.oem.com.mx/elsoldepuebla/notas/n1302462.htm

"Foster es rabia, hartazgo y enojo, pero contenido; es impotencia, y eso es complicado, porque cuando vemos violencia en las calles la podemos controlar; pero cuando hay rabia contenida no podemos, vemos gente como nosotros con una vida cotidiana común, y si la rabia le gana, puede hacer lo que Foster hizo en el estadio. Cómo nos protegemos de alguien así, si no lo conocemos".

viernes, septiembre 04, 2009

Paul Auster

El Autor estadounidense Paul Auster ha afirmado esta tarde en Oviedo, donde recibirá el viernes el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006, que "la única forma" de escribir novelas es hacerlo desde "la libertad absoluta" y ha considerado que ponerse límites a la hora de narrar una historia o crear un personaje por temor a molestar a determinados colectivos supone para el escritor "no hacer su labor". "Si te pones a pensar que puedes ofender a alguien estás traicionando a la literatura", ha dicho el autor de Leviatán.
El Pais

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.