martes, abril 07, 2009

Sobre el poeta hermético, Ramón Rodríguez

Cito el texto de JA Berlín sobre Ramón Rodríguez, publicado en el Sol de Córdoba:

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"Un homenaje breve, casi fugaz, se le hizo al poeta cordobés Ramón Rodríguez la última semana del lluvioso septiembre, séptimo mes en el calendario romano y noveno en el nuestro, porque primero Julio César le agregó su nombre a las calendas latinas, y luego hizo lo mismo Octavio Augusto, de modo que diciembre que es diez originalmente, pasó a ser doce, así que Ramón, a querer o no, se llevó un diez con su presentación y la reminiscencia de sus poemas.

Y si el primer poemario del bardo cordobés que ya rebasa los ochenta otoños, se llama "Ser de Lejanías", donde recuerda apasionadamente a su tierra nativa y sus primeras vivencias juveniles y hasta infantiles, su presencia en la Casa de la Cultura bien podría decirse que fue un "Ser de Cercanías", un reencuentro consigo mismo y con la ciudad de sus amores.

Ramón, como ya escribimos, vivía y seguramente nació en la misma casa que habitaba sobre la avenida dos, de dos pisos, donde tenía el consultorio su papá, eminente médico que vivía holgadamente, toda vez que a sus hijos les daba un domingo más que generoso: cincuenta pesos de entonces, de los años cuarentas, así que Miguelito su hermano y mi condiscípulo en la gloriosa escuela Cantonal, echaba la casa por la ventana en las matinees del cine Zardaín y luego Reforma, comprando toda suerte de golosinas para él y sus amigos.

Frente a la casa de los Rodríguez estaba, como ya recordamos Los Peñascazos, la fonda de don Lauro, que tenía pintados dos dinosaurios riñendo con sendas rocas, y por lo cual llamaba mucho la atención de los niños, y abajo había uno de los legendarios túneles de la ciudad de los 30 Caballeros que al paso del tiempo se fueron taponando con la nuevas construcciones. Ramón era un muchacho en los neurálgicos años de la segunda guerra mundial, y se dice que le gustaba bajar las escaleras de su casa montando en el pasamanos, con los brazos abiertos y silbando como un Stuka alemán, los aviones nazis de combate. Luego emprendió otros vuelos del pensamiento y el espíritu, y lo aprisionaron de tal manera, que abandonó la carrera de la medicina para dedicarse al azaroso arte de las letras donde ya tiene un sitio, luego de medio siglo de batallar con las imágenes y las palabras.

La obra ramoniana no es prolífica, en el sentido de la abundancia, pero sí profunda y bella. Pan para algunos analistas, su popular "Ser de Lejanías" no es sino el paso vacilante del niño que corre deslumbrado y afanoso tras una mariposa de encendidos colores, pero a mí en lo particular me gusta esa sencillez que usa en sus versos iniciales, porque es como agua limpia, pura y transparente, digna de ser bebida y apreciada por mucha gente, sin considerarse intelectual, aunque también es como música de concierto.

Poca gente queda infortunadamente de su tiempo, y desde luego la ciudad se ha transformado de tal manera, que uno nunca podría explicarse cómo le hacen los fieles difuntos en todos santos, para encontrar su vieja residencia en la tierra y reunirse con los suyos, así que ese retorno de las almas continuará siendo un misterio de los siglos y por los siglos, hasta que uno decida convertirse en Orfeo para visitar las sombrías regiones del Hades, según los griegos, pero también de Mictlan, para los aztecas, donde mora el grave señor de la muerte, Mictlantecutili. Morirá empero la carne y se hará polvo o cenizas, pero sobrevivirá el espíritu y el pensamiento plasmado en un libro. Y el texto será el mejor camino para encontrarnos con los que se fueron y revive cada vez que leemos su obra literaria. De allá que contar con una pequeña biblioteca, con los libros que a uno le gustan, es como conversar con los amigos y con nuestros maestros.

Quién que fue niño, no goza todavía con el recuerdo de sus días infantiles. Todos seguramente. Sus amigos de la escuela primaria, de la escuela secundaria y hasta la profesional, si uno fue a la universidad. Allí con el profesor Mucio Cuel, maestro de tercer grado con el que también fue Ramón el poeta, recordamos que nadie del salón supo escribir el abecedario completo, ni siquiera el estrella de la clase que era Mario Pérez Peña, con excepción del pequeño negrito Eladio Mora que lo fue recitando ante el asombro escolar y desde entonces, tuvimos que aprenderlo de memoria.

Vimos pues y escuchamos a Ramón disertar con viva emoción sobre su obra y disfrutamos asimismo de quienes participaron en su justo elogio, entre ellos, Rubén Calatayud, José Luis Cabada y Rafael Antúnez. Hubo poco pero selecto público en el auditorio de la Casa de la Cultura, y al final, recibimos de regalo una selección de los poemas ramonéanos, entre otros, la Agenda del Libertino que nos recuerda los días juveniles en la Ciudad de México, cuando la metrópoli era sitio obligado para cultivarse o simplemente foguearse en la vida. Se vivía la letra impresa, se escuchaba la radio por sus buenos programas, y apenas comenzaba a tejer su telaraña esa hechicera moderna que es la televisión. Una bruja que ha desplazado al ara doméstica con sus santos, pero que también, tiene su lado bueno, lo cultural o recreativo cuando hay ingenio y no simple farisaísmo."

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.