martes, febrero 28, 2006

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hay varias puertas

lunes, febrero 13, 2006

Periodismo y Literatura (ponencia leída en la Casa del Escritor el 13 de febrero durante el foro de Políticas Culturales )


El ejercicio periodístico en Puebla pasa por un impasse ( puede mencionarse desde la falta de parámetros para un periodismo de calidad con valores éticos, informativos y narrativos, tal y como señala el foro Periodismo de Calidad auspiciado por la OEA) mientras la literatura local carece de espacios de difusión masiva y en otros casos, encuentra en los suplementos culturales, más que espacios de difusión, escenarios de divulgación limitada a los fines de semana o escaparates de comentario interpersonal que reproducen los vicios del amiguismo, la auto-segregación y el ghetto del sector letrado.
Lejos de ser un ámbito de influencia en la cosa pública el sector letrado en Puebla se impulsa a sí mismo para volverse un margen y concentra sus esfuerzos en la repetición de prácticas para visibilizar a su literatura.
En el horizonte de los escritores locales el periodismo aparece como el “desfiladero de la nota”, la instauración del lugar común de lo efímero (la declaración, la entrevista banquetera, la crónica, etc.) frente al verdadero fenómeno literario: el ensayo, la novela, el poema, el cuento, etc.
Desde este panorama el periodismo aparece como un ejercicio estéril, un apéndice de la literatura, un protozoario de la novela, en el mejor de los casos.
No obstante, desde mi perspectiva, que es la de un lector y al mismo tiempo la de alguien que practica cotidianamente el periodismo, el periodismo puede ser rearticulado no sólo como un componente de la cosa pública que puede incidir en la construcción de los valores democráticos sino también en una suerte de eje que rearticule el ejercicio de la literatura desde el ámbito de lo cotidiano-transitorio, de lo cotidiano-testimonial, de lo cotidiano-efímero.
Como bien lo cree Tomas Eloy Martínez y lo registra la historia de la literatura: el respeto a la palabra, su trabajo con ella, es asimismo intenso y creativo, desde la redacción de un periódico o una revisa semanal que desde la trinchera del ensayo o el poema, escribir para un periódico – no desde un suplemento o desde una colaboración ocasional- exige también un compromiso con el lenguaje.



A ) Formación
Los medios de comunicación harían bien en apoyar iniciativas de ese tipo como la Casa del Escritor. Pero no solamente difundiendo el trabajo que desempeña este sitio. Sino también involucrándose en otro sentido. Por ejemplo, mandando a sus reporteros y jefes de información a saber cómo contar una historia. Claro, que con esto no quiero decir que los periodistas deban convertirse en escritores, o que un reportero es como una proto-escritor. No. Simplemente sugiero que un reportero con un background en novela, cuento o poesía podría contar con herramientas que le permitan enriquecer su trabajo y relatar una historia.
Es aquí donde este tipo de instituciones pueden vincularse de manera más próxima. Seguramente, se puede refutar esta sugerencia señalando que la función de la Casa del Escritor es preparar escritores y que los periodistas son egresados de escuelas de comunicación y que hacer talleres para periodistas está fuera de su alcance.


b) Testimonio y memoria cotidiana
Pero no sólo se trata de eso. La cabida para las diversas formas de escritura es una de las responsabilidades que las estructuras del poder deben fomentar y propiciar. Pero la responsabilidad es compartida, el retrato de una parte de la realidad o de la visión del mundo le corresponde también al reportero que con sus propias herramientas contribuye a construir y deconstruir los trozos de la historia.
Jacques Le Goof, el historiador francés, comparte la trascendencia del periodista como un historiador cotidiano, como un fotógrafo del mundo, que dejará su testimonio como fuente histórica.
Los lectores ganarían mucho con la desaparición de los suplementos de li teratura. Quiero decir con esto, si la literatura dejara de refugiarse en estos lugares para abarcar otros espacios de los periódicos locales: llámese entrevista, crónica, reportaje. De otro modo, estamos condenados a perpetuar los reduccionismos entre ficción como literatura y realidad como algo anti-literario.

c) Interlocución con los actores sociales
La memoria colectiva sólo es posible cuando existen tantas historias contadas como sujetos hay en el mundo. Esta movilidad social es la que permite una interacción entre el mundo que se construye y la realidad que se cuenta.
Yo hablo como un lector. Eso es lo que uno aspira finalmente, a ser un buen lector, un lector que pueda encontrar historias. No un periódico atiborrado de reportajes y de crónicas que ciertamente sería un exceso y algo sumamente empalagoso. Lo que uno quisiera más bien es encontrar en los periódicos algo más que un recuento de declaraciones de los políticos en turno, algo más que el elogio oficial vestido de boletín de prensa.
Si tiene razón Gianni Vattimo cuando escribe que el mundo de la posmodernidad se caracteriza porque han dejado de existir los grandes relatos, los llamados meta-relatos de la Ilustración, en los que la Historia con mayúscula ha dejado de ser una, como la Historia de Occidente, para fragmentarse en un conjunto de historias periféricas es tiempo entonces, sugiere Vattimo de que cada colectividad de la periferia, cada individuo de la periferia, escriba su propio relato, dé testimonio de la realidad, tal y cómo él la percibe, y todos estos fragmentos permitan la emergencia de una subjetividad o lenguaje de la tardo-modernidad.
Por lo que en este contexto la figura del escritor deja de ser la del Escritor con mayúscula, la del gran novelista balzaciano, la del intelectual de la posguerra al estilo André Malraux, la del hombre de letras que acumula poder volviéndose el amanuense de la clase política, el biógrafo del poder o el gran relator de la sensibilidad de las elites encubierto en ese gran código de códigos que llamaríamos literatura, institución literaria, autor o escritor.



d) Fomento de las escrituras alternativas
No sólo desde el periodismo se vulnera esta actitud sino ahora también desde las tecnologías de la información como las bitácoras en línea de escritura, mejor conocidas como blogs, o weblogs, en las que la historia se escribe en tiempo real, con anotaciones mínimas, personales, en las que cada blogger es el autor de un texto móvil, no sujeto a las restricciones del texto secuencial sino a modalidades como las del hipertexto que permiten desde el texto mismo una reconstrucción de su sentido modificando la añeja relación entre autor y texto, y colocando entre paréntesis nociones que dábamos por sentado de modo automático como la de “autor”.


e) Políticas de publicación de periodismo social
El libro sigue siendo el modelo de transmisión de la cultura. A través del libro apreciamos la realidad como una instancia en constante remodelación, como un fenómeno emergente, como uno de los mundos posibles.
Es por eso, que la memoria, el testimonio, las versiones de la ciudad y del estado, no puedan ser reducidas a una historia oficial o a una sección en las páginas de turismo en el México Desconocido. A medio camino entre la etnografía, el relato de viajes, la crónica y el ensayo, ahí es donde el periodismo permite contar historias.
De lo anterior se desprende la necesidad de recontar el mundo no sólo a través de la ficción sino a través del periodismo como un generador de la identidad y de la diferencia.
En este escenario se requiere que en las políticas editoriales de la Secretaría de Cultura se contemplen colecciones dedicadas a preservar esta memoria y este discurso.
Pero no únicamente como memoria sino también como reflexión y crítica de cómo se relata la realidad.


f) La borrosa frontera ficción-realidad
Yo no sé si el periodismo es una rama de la literatura. Yo creo que no. Creo que el periodismo y la literatura han tenido si se quiere ver así encuentros casuales y algunos de ellos muy afortunados. Insinúo además, que en algunos reportajes, contados reportajes, en algunas crónicas, contadas también, puede uno encontrar un destello de poesía, que muchas veces no puede encontrarse por más que se relea en un libro de versos o en las páginas de una novela.
En el fondo, lo que mueve a un reportaje y a un poema, (a un argumento filosófico y a un teorema matemático) es un mismo instinto recrear ese momento inédito del mundo, lo que en su estética Schopenhauer llamaría contemplación.
Al poeta lo sorprende el mundo, el hecho de que haya un mundo en lugar de nada, pero en lugar de reverenciar a un dios como un creyente religioso lo que hace es cantar esa sorpresa, ese instante de sorpresa. Lo que mueve, si se me permite esa simplificación de la poética, a un narrador a contar una historia, es la vivacidad de un hecho, su frescura, el poder dotar al lenguaje de ese brillo descubierto en la historia; recreación de la experiencia, recuperación del instante son de este modo lo que subyace a la experiencia estética.
Lo que hace un periodista, digamos un periodista que cuenta historias, es en apariencia distinto pero parte también coincide con el trabajo de un narrador. Escoge un fragmento de la realidad no para reproducirlo fielmente sino para transformarlo en un objeto para un lector. El lector que al día siguiente abrirá el periódico en el café.
Ya la frontera entre la ficción y la realidad, vieja dicotomía propia de la modernidad, ha sido demolida por Dickens en el siglo XIX y a mediados del siglo pasado por Truman Capote. Ya no son los días en que la realidad y la ficción eran lo constitutivo del periodismo y de la literatura respectivamente. Tampoco puede creerse que el escritor es un creador y el periodista un reproductor de la realidad.

g) Bibliotecas itinerantes
El libro como herramienta cultural no sirve embodegado. El libro es siempre un reto para el pensamiento. En la madriguera racionalista del libro también se oculta el surtidor de ideas de la pasión y no resulta casual que una sociedad sin lectores sea una sociedad acrítica, pasiva y dócil ante el poder. No se trata sólo del placer de la lectura sino también de cómo una sociedad informada puede construir parámetros de convivencia social.
Frente a esto, no basta sólo publicar libros, sino también contar con políticas públicas eficientes que permitan su difusión. En este sentido, propuestas como la de bibliotecas itinerantes convierten al libro en un objeto de uso, en un útil, en una herramienta, en un artefacto.




La Santísima
foto Rafael Durán/ fotografía tomada del portal intoleranciadiario.com

No se despegan de ellas, llegan temprano a la ceremonia que inicia a las ocho de la noche y no quieren irse hasta pasadas las 10 de la noche.

Le dicen la flaquita.
Le dicen nuestra niña blanca.
Le dicen Yemaya.
Ellos también repiten el amén, recitan el padre nuestro con sus estrofas completas, comulgan por la hostia y hasta se dan el fraternal saludo de la paz. En su altar piden la bendición del Padre Celestial y de la otra, de la Santa Muerte, siempre juntos como si fueran la uno para el Otro, como si se conocieran desde el principio de los días, como si lo infinito y lo mortal estuvieran siempre juntos; la luz o sea las veladoras, flores, botellas de tequila, un crucifijo de un Cristo doliente escolta el altar.
Es primero de febrero. En el altar ubicado en la 9 Sur a la altura de la 8 Poniente hay mariachis, rondalla, un par de darketos, veinteañeras de escote que lucen orgullosas sus tatuajes y sus descuidadas cabelleras L’oreal, madonas cuarentonas de ojeras hasta las rodillas, también rapados de mirada tosca, frágiles mujeres en sillas de ruedas y viejitas que parecen quebrarse en cada letanía comparten su devoción por la Santa Muerte con fornidos judiciales y agentes de la afi.
El inventario de la feligresía omite un detalle: la entrada a la bodega despide olor a tamales, a pastel, a gelatina y refresco de colores, en una combinación con la cera de las veladoras.
Arnulfo va de un lado a otro, a veces manotea como pidiéndole orden al gentío, su cabello crespo lo sostiene una banda, viste de blanco. Arnulfo es un devoto de la Santa Muerte desde hace 25 años, dejó su taxi y desde hace un año colocó un altar para su niña blanca, inició sacando a su Santa Muerte todos los primeros de mes para llevarla en su camioneta a las instalaciones del Consejo Taxista de donde es integrante. Ahí usaban un salón para el culto, luego un amigo le prestó esta bodega desde donde hace un año cada primero de mes se reúne con los devotos de esta deidad es por lo que ahora le pide a los mariachis que se arranquen con las mañanitas mientras su esposa reparte a “nuestro pueblo” pastel y refresco.
Las cosas no cambian mucho a la hora de los sermones. El sacerdote Juan Díaz Parroquín insiste en su sermón que la Santa Muerte sí es santa, cita unos cuantos pasajes bíblicos en su argumentación doctrinal, principalmente del Antiguo Testamento, y como si se tratara de un pastor protestante se encarga de refutar las acusaciones de la jerarquía católica en contra del culto a la muerte.
El sacerdote es un hombre que casi llega a los 50 años, de andar pausado, bigote espeso y lentes, conduce la liturgia, sólo al momento en que se recogen las limosnas rompe el esquema monótono:
“Ahí les va. Por favor cooperen., cooperen. Para que quede algo para mi molito…”, dice el sacerdote mientras dos señoras recorren entre la gente con un canastito de mimbre.
Una vez que ha terminado la misa el sacerdote compite con la maestra Dalila Uscanga por vender unos discos compactos con música para adorar a la santa muerte:
“A 100 pesos”, dice la maestra Dalila.
“Los míos son más baratos. Cuestan 25 pesos.”
Sólo hay que voltear a los lados, tratar de dar unos cuántos pasos para darse cuenta que es imposible moverse entre la feligresía (abundan los pospubertos con mochilas al hombro y no faltan los niños en brazos).
Arnulfo anuncia la llegada de la maestra Dalila proveniente del puerto de Veracruz donde prepara a sus discípulos, realiza curaciones, lo mismo lee el Tarot que la Carta Española, y cuenta las maravillas de la Santa Muerte.
La muerte está en todos lados. Ellos le dicen la niña blanca, yemaya.
Ya no se trata de una rareza antropológica o de una reunión esotérica para unos cuantos iniciados. Los que llegan a las misas de la Santa Muerte lo hacen con devoción, quizás con la misma devoción de otros cultos y creencias. No se necesita ser teólogo ni sociólogo profesional para percatarse que los devotos llegan a pedir por salud, dinero y amor.
Quienes entrarían a un culto tradicional encuentran en sus “niñas blancas” que cargan adornadas con un lujo y cierto heroísmo devocional un objeto de culto. No se despegan de ellas, llegan temprano a la ceremonia que inicia a las ocho de la noche y no quieren irse hasta pasadas las 10. Hay quienes aparecen con sus Santas Muertes que han sido arregladas por sus devotos. Los feligreses de este culto cargan las imágenes de la Santa Muerte hasta que llegan al altar de Arnulfo, sólo unos cuantos prefieren quedarse en las últimas filas. Apenas hay unas cuantas sillas, todos están de pie y el murmullo se confunde con el aroma pesado de las veladoras en la celebración del primer aniversario del altar de Arnulfo.

II
En la tienda se venden amuletos, talismanes e imágenes de la Santa Muerte. Al entrar a la tienda lo primero que se encuentra es una figura multicolor de la Santa Muerte de casi dos metros de alto. Al internarse en la tienda un olor a veladora se vuelve más y más penetrante. Es martes. La bodega donde hace una semana se celebró el culto mensual a la Santa Muerte está vacía, al frente está el altar y al fondo una cocineta con tanques de gas. Sentado a un costado del altar un hombre completamente vestido de blanco mira televisión en un aparato portátil.
“¿Tú eres Arnulfo?”
Responde que sí. Apaga su televisión y relata su historia.
Mientras platicamos poco a poco la gente va llegando al altar. Quién más llama la atención es una mujer de unos 45 años, acompañada de su hija vestida de uniforme de secundaria.
La mujer recita su conversión a devota de la Santa Muerte, dice que acaba de regresar de Catemaco a donde fue a buscar a su esposo, un militar, y entró a la casa de sus cuñados, abrió una puerta y ahí encontró a la Santa Muerte y sintió una paz.
Arnulfo se pone terapéutico sobre los asuntos sentimentales de la recién devota: “Si ya se fue, ya se fue… si ya no quiere estar con ella, ésa es la verdad, para qué le hacemos… Yo no hago amarres. Sus oraciones son las que la han ayudado. Pero así como ves esa señora va a regresar y se va a volver una devota de la Santa Muerte”.
….
Arnulfo nació en Tlapacoyan, Veracruz. Se dedicó a la banda, fue un chavo banda, digamos que se le nota, sino fuera por la ropa blanca y sus dijes de la Santa Muerte uno lo vería como un heavy metalero al estilo de Alice Cooper pero con muchas horas en el gimnasio levantando pesas o como un motociclista de los Hell’s Angels que acaba de bajar de su Harley Davidson pero no quiere ahondar mucho en el tema, más bien lo evade, prefiere dirigir la conversación hacia otros tópicos. Fue taxista. A los 24 años un amigo joyero le regaló un dije de la muerte, de la Santa Muerte. Él no supo cómo pero la devoción le fue entrando por las venas y marcándole el cuerpo.
En su brazo izquierdo se marcó un tatuaje de la Santa Muerte a colores y en su antebrazo tiene las letras “sm” estilizadas.
Su cuello y sus manos son un muestrario de la orfebrería de la Santa Muerte. Tiene un crucifijo, más bien un Cristo que parece colgarse de un trapecio y dijes de la Santa Muerte
“Yo soy priista”, clama orgulloso Arnulfo. “Le mando mis saludos cordiales al señor gobernador y le pido que podamos sacar a la luz pública a la Santa Muerte”.
“Mientras Dios me lo permita voy a seguir rindiéndole culto a la Santa Muerte y el día que él me mande a traer ahí están mis hijos.”
Un domingo normal para Arnulfo incluye celebrarle rosarios en su altar de las nueve al mediodía. A veces ayuna. Los domingos se pasea por el zócalo con una playera que dice “Visite el altar de la Santa Muerte”.
Arnulfo asegura que el culto a la Santa Muerte no tiene que ver nada con la magia negra o con otro tipo de rituales: “No somos satanismo. No tenemos nada que esconder. Todo es blanco. Venimos a pedir por trabajo, por salud, por amigos, por enfermos”.
A ratos, Arnulfo se pone reflexivo: “La Santa Muerte la llevamos todos. Si nomás nos quitamos la carne pues ¿qué nos queda? Todos vamos a morirnos”.
foto Rafael Durán/ fotografía tomada del portal intoleranciadiario.com

No se despegan de ellas, llegan temprano a la ceremonia que inicia a las ocho de la noche y no quieren irse hasta pasadas las 10 de la noche.

Le dicen la flaquita.
Le dicen nuestra niña blanca.
Le dicen Yemaya.
Ellos también repiten el amén, recitan el padre nuestro con sus estrofas completas, comulgan por la hostia y hasta se dan el fraternal saludo de la paz. En su altar piden la bendición del Padre Celestial y de la otra, de la Santa Muerte, siempre juntos como si fueran la uno para el Otro, como si se conocieran desde el principio de los días, como si lo infinito y lo mortal estuvieran siempre juntos; la luz o sea las veladoras, flores, botellas de tequila, un crucifijo de un Cristo doliente escolta el altar.
Es primero de febrero. En el altar ubicado en la 9 Sur a la altura de la 8 Poniente hay mariachis, rondalla, un par de darketos, veinteañeras de escote que lucen orgullosas sus tatuajes y sus descuidadas cabelleras L’oreal, madonas cuarentonas de ojeras hasta las rodillas, también rapados de mirada tosca, frágiles mujeres en sillas de ruedas y viejitas que parecen quebrarse en cada letanía comparten su devoción por la Santa Muerte con fornidos judiciales y agentes de la afi.
El inventario de la feligresía omite un detalle: la entrada a la bodega despide olor a tamales, a pastel, a gelatina y refresco de colores, en una combinación con la cera de las veladoras.
Arnulfo va de un lado a otro, a veces manotea como pidiéndole orden al gentío, su cabello crespo lo sostiene una banda, viste de blanco. Arnulfo es un devoto de la Santa Muerte desde hace 25 años, dejó su taxi y desde hace un año colocó un altar para su niña blanca, inició sacando a su Santa Muerte todos los primeros de mes para llevarla en su camioneta a las instalaciones del Consejo Taxista de donde es integrante. Ahí usaban un salón para el culto, luego un amigo le prestó esta bodega desde donde hace un año cada primero de mes se reúne con los devotos de esta deidad es por lo que ahora le pide a los mariachis que se arranquen con las mañanitas mientras su esposa reparte a “nuestro pueblo” pastel y refresco.
Las cosas no cambian mucho a la hora de los sermones. El sacerdote Juan Díaz Parroquín insiste en su sermón que la Santa Muerte sí es santa, cita unos cuantos pasajes bíblicos en su argumentación doctrinal, principalmente del Antiguo Testamento, y como si se tratara de un pastor protestante se encarga de refutar las acusaciones de la jerarquía católica en contra del culto a la muerte.
El sacerdote es un hombre que casi llega a los 50 años, de andar pausado, bigote espeso y lentes, conduce la liturgia, sólo al momento en que se recogen las limosnas rompe el esquema monótono:
“Ahí les va. Por favor cooperen., cooperen. Para que quede algo para mi molito…”, dice el sacerdote mientras dos señoras recorren entre la gente con un canastito de mimbre.
Una vez que ha terminado la misa el sacerdote compite con la maestra Dalila Uscanga por vender unos discos compactos con música para adorar a la santa muerte:
“A 100 pesos”, dice la maestra Dalila.
“Los míos son más baratos. Cuestan 25 pesos.”
Sólo hay que voltear a los lados, tratar de dar unos cuántos pasos para darse cuenta que es imposible moverse entre la feligresía (abundan los pospubertos con mochilas al hombro y no faltan los niños en brazos).
Arnulfo anuncia la llegada de la maestra Dalila proveniente del puerto de Veracruz donde prepara a sus discípulos, realiza curaciones, lo mismo lee el Tarot que la Carta Española, y cuenta las maravillas de la Santa Muerte.
La muerte está en todos lados. Ellos le dicen la niña blanca, yemaya.
Ya no se trata de una rareza antropológica o de una reunión esotérica para unos cuantos iniciados. Los que llegan a las misas de la Santa Muerte lo hacen con devoción, quizás con la misma devoción de otros cultos y creencias. No se necesita ser teólogo ni sociólogo profesional para percatarse que los devotos llegan a pedir por salud, dinero y amor.
Quienes entrarían a un culto tradicional encuentran en sus “niñas blancas” que cargan adornadas con un lujo y cierto heroísmo devocional un objeto de culto. No se despegan de ellas, llegan temprano a la ceremonia que inicia a las ocho de la noche y no quieren irse hasta pasadas las 10. Hay quienes aparecen con sus Santas Muertes que han sido arregladas por sus devotos. Los feligreses de este culto cargan las imágenes de la Santa Muerte hasta que llegan al altar de Arnulfo, sólo unos cuantos prefieren quedarse en las últimas filas. Apenas hay unas cuantas sillas, todos están de pie y el murmullo se confunde con el aroma pesado de las veladoras en la celebración del primer aniversario del altar de Arnulfo.

II
En la tienda se venden amuletos, talismanes e imágenes de la Santa Muerte. Al entrar a la tienda lo primero que se encuentra es una figura multicolor de la Santa Muerte de casi dos metros de alto. Al internarse en la tienda un olor a veladora se vuelve más y más penetrante. Es martes. La bodega donde hace una semana se celebró el culto mensual a la Santa Muerte está vacía, al frente está el altar y al fondo una cocineta con tanques de gas. Sentado a un costado del altar un hombre completamente vestido de blanco mira televisión en un aparato portátil.
“¿Tú eres Arnulfo?”
Responde que sí. Apaga su televisión y relata su historia.
Mientras platicamos poco a poco la gente va llegando al altar. Quién más llama la atención es una mujer de unos 45 años, acompañada de su hija vestida de uniforme de secundaria.
La mujer recita su conversión a devota de la Santa Muerte, dice que acaba de regresar de Catemaco a donde fue a buscar a su esposo, un militar, y entró a la casa de sus cuñados, abrió una puerta y ahí encontró a la Santa Muerte y sintió una paz.
Arnulfo se pone terapéutico sobre los asuntos sentimentales de la recién devota: “Si ya se fue, ya se fue… si ya no quiere estar con ella, ésa es la verdad, para qué le hacemos… Yo no hago amarres. Sus oraciones son las que la han ayudado. Pero así como ves esa señora va a regresar y se va a volver una devota de la Santa Muerte”.
….
Arnulfo nació en Tlapacoyan, Veracruz. Se dedicó a la banda, fue un chavo banda, digamos que se le nota, sino fuera por la ropa blanca y sus dijes de la Santa Muerte uno lo vería como un heavy metalero al estilo de Alice Cooper pero con muchas horas en el gimnasio levantando pesas o como un motociclista de los Hell’s Angels que acaba de bajar de su Harley Davidson pero no quiere ahondar mucho en el tema, más bien lo evade, prefiere dirigir la conversación hacia otros tópicos. Fue taxista. A los 24 años un amigo joyero le regaló un dije de la muerte, de la Santa Muerte. Él no supo cómo pero la devoción le fue entrando por las venas y marcándole el cuerpo.
En su brazo izquierdo se marcó un tatuaje de la Santa Muerte a colores y en su antebrazo tiene las letras “sm” estilizadas.
Su cuello y sus manos son un muestrario de la orfebrería de la Santa Muerte. Tiene un crucifijo, más bien un Cristo que parece colgarse de un trapecio y dijes de la Santa Muerte
“Yo soy priista”, clama orgulloso Arnulfo. “Le mando mis saludos cordiales al señor gobernador y le pido que podamos sacar a la luz pública a la Santa Muerte”.
“Mientras Dios me lo permita voy a seguir rindiéndole culto a la Santa Muerte y el día que él me mande a traer ahí están mis hijos.”
Un domingo normal para Arnulfo incluye celebrarle rosarios en su altar de las nueve al mediodía. A veces ayuna. Los domingos se pasea por el zócalo con una playera que dice “Visite el altar de la Santa Muerte”.
Arnulfo asegura que el culto a la Santa Muerte no tiene que ver nada con la magia negra o con otro tipo de rituales: “No somos satanismo. No tenemos nada que esconder. Todo es blanco. Venimos a pedir por trabajo, por salud, por amigos, por enfermos”.
A ratos, Arnulfo se pone reflexivo: “La Santa Muerte la llevamos todos. Si nomás nos quitamos la carne pues ¿qué nos queda? Todos vamos a morirnos”.

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.