viernes, febrero 20, 2004

The narratives of the self
Workshop of personal narratives. We assume that a person is just a sum of the stories he/she can tell about himself/herself. Not other thing is a person. We choose this one because of the perspectivism that allow to the person keep on rebuilding his/her life (stories)..

Teoengine Urge una revisión de la fé a través del diálogo con la tardo-modernidad. La agenda eclesial ha sido rebasada. Teoengine es un foro de discusión desde todas las narrativas posibles: ¿qué sentido tiene la resurrección para la sexualidad? ¿cómo se ejercen los poderes desde la iglesia? ¿cuál es el sentido de una identidad “doctrinal” o “eclesiástica” en un mundo de narrativas? ¿cómo la palabra “Jesús” es pronunciada por los diversos ámbitos de la pluralidad religiosa ? ¿es el fundamentalismo la única aportación de las iglesias evangélicas a la sociedad actual? ¿puede ya la iglesia salir de su closét dominical ? ¿cómo puede la iglesia dialogar con otras tradiciones religiosas? ¿cómo puedo ser compasivo?

Calvin Klein: la moda como reescritura (lo qué importa es la creación de “conceptos”)) Quiero ser mode designer


10 maneras de matar a Courtney Love (ensayos incompletos)


Entre Las Moradas y el 101 (escritura travestida.proyecto para beca)

Cuadernos de la Hegemonía Islas urbanas (construcción de la identidad a través de la descripción de lo qué sucede en un vecindario...) O de cómo, el poder descentralizado y ubicuo a través de las diseminaciones sucesivas ha producido un “proyecto” de producción de áreas. No sé ni me importan los conceptos de Foucault sobre poder. Pero la descentralización es básica: La analogía entre el catedral (sistema racional, centralizada y predefinido, axiomático) frente al bazar (emergencia, modelos embebidos, descentralización, eventos mínimos). Este es más bien un proceso descriptivo con un marco teórico que busca desenmascar los discursos del progreso y la calidad. Tamaleras, carnavales, bancas de los parques, basquetbolistas nocturnas, explosión de una cohetería, mayordomías, pluralidad o monolitismo religioso, sexualidad, vida familiar, etecete... Las prácticas mínimas, eventualmente “invisibles por su cercanía” son esas las que componen y “construyen” el sentido social. ((cómo putas madres se prueba esto y no pienso colocar una nota a pie de página...))...



Apuntes para una antología de la crónica poblana”Antología de la crónica en Puebla..(mmh) apuntes sobre la crónica en Puebla.. La crónica, el género de la interpretación... Deconstrucciòn. El otro.. construcción de la identidad??? ...
Mentira y el error como producción...(ensayo filosòfico)) Ensayo a partir de la definición de mentira como productora de realidades.

Medios, lenguaje y poder (demasiado vago pero no tanto...))


Cuentos para Etienne y Jorge Luis
Cuentos de galaxias, dragones, caballeros, espadachines, naves espaciales, microbios y leucocitos..


Sweet dreams are made of this

Un ensayo feminista sobre la novela 1984 de George Orwell

Community of Mobots


















jueves, febrero 19, 2004

El hombre bug
Anómalo como siempre, el hombre bug había tenido un día limpio de errores. El equivoco hombre bug bugeó.
Ya me voy, pensó el bug man. Toda la tarde había navegado.
Le dio gusto, mucho gusto abrir su correo electrónico y encontrar el prológo que le había pedido a lasmanosdasein@hotmail.com
La tarde había sido atroz. Juicio sumario. Verdugo moral. Como siempre, había ingresado físicamente a una librería. El librero le colocó en sus manos una novela “Partículas no sé qué”. Leyó algunas páginas y siguió registrando el anaquel. Físicamente, nada le había gustado. Corrió a los anaqueles de revistas. Nada. Corrió a la sección de niños ahí halló un maravilloso libro sobre la pintura de Van Gogh que explicaba como Van Gogh había utilizado deficientemente el puntillismo de George Seurat.
Un par de cuentos que hace dos años “Willy, el futbolista” le había leído a sus sobrinos. Pero ahora preferirían los stickers de Batman y el hombre araña.
¿No había intentado “dolosamente” seducir a sus sobrinos con la enciclopedia de la Segunda Guerra Mundial? Con esos fascículos donde los cazas Stuka sustituían a las naves rebeldes de Star Wars.. (quizás la critica de lasmanos podía haber dicho: “La facilidad con la que se apropia de las marcas implica una pérdida semiótica. Trata de imitar, frustra, burda imitación de la religión órfica de Lezama Lima. Lo que cuenta es la construcción de la mitología pero jamás su uso tramposo, superficial, frívolo. Su manipulación. Light en su escritura no es jamás un adjetivo sino un proceso de homogeneización lingüística.”
De nuevo un bug.
Por la mañana. Era lógico. Había desayunado. Y en la plática había aparecido el nombre de la cineasta.
Más tarde todo derivó mientras viajaba en la ruta tres.
El prólogo. Eso era. Pero el prólogo mencionaba su nombre lo citaba. “Sea este otro intento de abordar el estilo de …” y seguía el nombre. Lo incómodo esa sección. Además, era la entrada del prológo. Sintió como si al llegar a una ciudad lo primero que mirara fuera la foto del alcalde.
Siguió leyendo el prológo. Había pedido un prológo. Eso era todo lo que necesitaba para seguir escribiendo. Lo sabía. “Un prólogo, un prólogo”. Eso es todo. Un impulso. Porque si tenía el prólogo ahora sí sabría con precisión qué escribiría.
Tenía razón “el pasado conducía el futuro” y “el futuro recomponía cualquier pasado.”
Siguió leyendo el prólogo pedido:
“El autor de estos cuentos no es motivado por el nihilismo que demuestra que la tristeza estúpida o lúcida (según quien la defina: Cioran o la sociedad) de Cioran no tiene importancia sino la oportunidad que encuentra para ir "más allá" de esa propuesta.”
Ahí encontró una rica veta para demostrar, más en un sentido retórico que con la limpieza de una higiénica demostración matemática que no quería —como ampulosamente miraba el prólogo— ir “mas allá” de esa propuesta. Considerar, que aquello que escribía, que sus “bioescritos” como ampulosamente los había nombrado eran un “ir más allá” le pareció un atajo, una afirmación, un sentido de verdad robusto, sólido, institucional y hegemónico que lo espantaba. Tal capacidad de juicio lo horrorizó.
Sólo había pedido un prólogo por adelantado, había soñado con él, con los juicios en negativo, con los desdenes, con las sombras, con los claroscuros que un acto de esa envergadura le mostrarían pero ahora, como lo había sentido al mediodía mientras fisgoneaba en la carpa de libros antes de entrar en la iglesia percibía la lucidez de ese desasosiego.
“Blandengue, sí, blandengue” pensó.
Entonces regresó a la librería. A la sección de filosofía y ahí tampoco había encontrado los libros de Hellinger pero sí los análisis de Drewerman. Y citó de nuevo: “El nombre de una película implica las vivencias que el lector pudo acumular cuando fue espectador de cine. Una marca es un hipervínculo que lleva a otra.”Entonces recreó el hiper-vínculo lasmanosdasein@hotmail.com, y el procesador de palabras subrayó la dirección de correo electrónico y el la cadena de caracteres cambió a color azul. Y para seguir el vínculo había que presionar control R más el click del mouse.
Supo que lasmanos había cumplido antes de lo prometido la entrega del prólogo, que esa categoría de desafíos podían —si tenía mucho trabajo, si estaba harto completando formularios, tecleando números, abonando y cargando — darle un descanso. “Oasis” ¿Oasis se llamaba eso? Era un oasis. Y leer el prológo también lo era pero hubiera preferido que en lugar de citar a Cortázar —y la comparación le incomodaba, lo hacía sentir futil, lo impelía a salir corriendo, a gritar, lo impelía a llamarse de otro modo, a ser siguiendo la foliación de su vida otro: para escuchar ese benévolo rumor con el que se puebla el mundo… — hubiera citado a Sting, al Chatanuga chu chú, a la herbolaria, o a los hongos de María Sabina, a la poesía de Efraín Bartolomé, o a las sopas Instan Ramhé, al Calvin Klein que aprueba a Naomi Campbell, como si fuera Ramsey desautorizando algunos fragmentos de la filosofía matemática de Ludwig Witgenstein, según contaba Ray Monk; había regresado a ese sitio del que no había podido salir…

sábado, febrero 07, 2004

Queen rules!

“Lamento decirte que nadie puede escribir sobre mi personita. Que nadie tan insulso como tú puede escribir sobre una persona tan adorable”, me había espetado Miriam una soleada tarde de primavera a la entrada de la biblioteca después de una sesión de confesiones sentimentales que cifró en un correo electrónico: “ A veces no platicamos o no te digo algo que estoy pensando. Te veo diferente, con una mirada triste y más distraído de lo acostumbrado (lo cual es bastante crítico). Hoy me dijiste que estás enojado con Raquel, y eso puede explicar en parte tu tristeza. También me doy cuenta que estás reconsiderando algunas cosas que creías ya estaban definidas para ti. No sé qué decirte porque cualquier cosa que te diga no te hará sentir mejor. Además, soy más chica, ¿qué puedo aconsejarte?”
Yo jamás creí que existiera una persona tan jactanciosa como Miriam. Su amor por Estrellita Marinera rebasaba su auto-censura. Porque si había otra cosa en su difusa vida era la devoción catatónica por Freddie Mercury.
“Cuidado y no escribes bien el nombre de Freddie Mercury”, me había advertido con su vocecilla diplomática anunciando un ataque de miedo lovercraftiano.
Cualquier devoción religiosa siempre nos lleva a las Montañas de la Locura. Ni Baudelaire ni Anibal Lester ni Jack Nicholson en el Resplandor ni la temperatura tropical de Lex Luthor ante la escasez de kriptonita se comparan con el regusto de Miriam por el correo electrónico.
Apenas entró a trabajar en este valle de lágrimas descubrió cómo Robespierre resucita en el reloj checador en cada turno de entrada y también en el de salida. Porque si a las dos de la tarde o a las ocho de la noche salía de la biblioteca sin checar tarjeta reunía el score suficiente para un hermoso descuento en nómina. Otra revelación fue que los informáticos también pueden ser filósofos, aunque ella nunca lo supo Daniel Dennett y el Doctor José Negrete creen en la tesis Church-Turing sobre la inteligencia de los programas y de las máquinas que suman como el poema del avión Stuka que dos y dos son buatro. Y el último conocimiento que se echó a la bolsa, Yahoo no es un grito de Hiawatha ni de Mowgli en el Libro de la Selva sino un servicio de búsqueda en Internet.
Así fue como el tedio de su existencia bibliotecaria se vio racionalizado en la manita cachumbera del ratón sobre la pantalla.
Lo primero que hizo fue acomodar en el espacio vacío de búsqueda el nombre de Freddie Mercury y apachurrar el botoncito Search. Los resultados de la búsqueda la llevaron a inframundos donde la devoción mercuryana la incitaba a la compra de videos, al intercambio de fetiches y de ligas url inimaginables en la lumpen-proletaria existencia de la red.
Este asomo por los sótanos de la perversión musical, la condujo a llevar a la biblioteca su disco compacto doble de los grandes éxitos de Queen 1 y 2, ensimismada y con la rapacidad del triunfo en sus manos endilgó a los usuarios de la biblioteca Made in Heaven, y Live at Wembley 86.
Entonces , la biblioteca sucumbió como los Muros de Jericó con las Rapsodias Bohemias, con los campeones del mundo imbatibles, con un Flash Gordon, salvador del universo y verdugo del Despiadado Ming, y cuando fueron los tiempos de la auditoría, previsto en el sueño premonitorio de la psicóloga Normita, Queen cedió su lugar a los arrumacos de Alejandro Fernández que con "Yo no sé olvidar" prodigó una atmósfera de faltantes en el inventario, reprensiones del auditor y revelaciones sobre la identidad de maestros a los que se amagó con descontarles en nómina sino entregaban los libros que aparecían ya como sus propiedades privadas.
El pecado de estar a la moda la condujo a buscar el Yahoo Pager, a enviar a diestra e izquierda correos a desconocidos cuya única afinidad eran los hammers, los slides, los bends, los pulls de Brian May y de John Deacon, y los coqueteos en la batería de John Taylor.
Estrellita hablaba de Brian May con el desparpajo monótono de su vocecilla de extraterrestre de los X-Files mientras amonestaba a los usuarios por entregar tarde sus libros y ojo, si era miércoles les estampaba la puerta de cristal en las narices pues jamás se perdía un capítulo de la serie. Más aún cuando había roto con Isaac su novio. Su amado Freddie Mercury
—sufrió una conversión paulina, de astrofísico de calificación A transitó a rockero pop con chanclazos de Led Zeppelin.
May, reseñaba la internauta, diseñó los circuitos de su propia guitarra eléctrica. Su papá, un lindísimo Gepetto británico, armó el ataúd acústico del instrumento.
Estrellita había privilegiado siempre a los jóvenes porque le permitían presumir su veta materna, por eso cuando hablaba de John Deacon, el más joven integrante del grupo siempre se enorgullecía de que fuera el más centrado del grupo. Y así hablaba de Roger Taylor, el baterista, el más guapo del grupo, el más gritón, el más hooligan del texto musical.
Pero nada rebasaba la devoción de Miriam hacia Freddie Mercury. Ponderaba desde el manejo de su voz con registros muy graves hasta los agudos, la letra y la música de sus canciones. “Muy carismático, muy llamativo, muy gay, todo mundo quiere tener su energía, sus ocurrencias, como cuando escribía Rapsodia Bohemia. En una borrachera, de repente se sienta al piano, improvisa una melodía y dice, en esta parte entra la sección operística. O cuando le preguntan en un programa de televisión por qué Queen ha llegado tan lejos, por mi encanto natural dijo. Como buen gay era bastante vanidoso”.
Gracias a Estrellita Marinera, Miriam descubrió su capacidad epistolar. Cada mañana después de difamar a Robespierre, conectaba el cablecito del teléfono en el modem, encendía el regulador, escribía las palabras mágicas de la contraseña, para escuchar el crujido del teclado y del modem en su conexión a Internet.
Iniciaba el navegador de Netscape y de inmediato tecleaba www.ya, frase que automáticamente se completaba en la barra de direcciones con www.yahoo.com, para mover el apuntador del ratón, al dibujo de correo.
En la carpeta de nuevos, aparecían mensajes de algún remoto club de fans de Queen, de un tal Luis Enrique de Perú, o de un Luis Enrique de Colombia, también de Norma, una amiga de la escuela, o algunas tarnetas de Burundis.
Si aparecía un mensaje de Estrellita Marinera lo contestaba sumegida en un solipsismo computacional. Que si Estrellita Marinera había cortado con su chava, que si había ido al concierto de Chayanne en Puerto Rico, y cómo diablos le había gustado el asunto, porque el tipo es un excelente bailarín.
Estrellita le contaba que medía uno setenta, que ella era una figura frágil, un alma perdida del universo en busca de cariño, pero que rompía sus relaciones con sus parejas porque no soportaba que alguien más la dominara, que por momentos quería estallar y decirle al mundo desaparece. La empatía entre Miriam y Estrellita Marinera borraba sus diferencias geográficas, anulaba las identidades y le daba un acelerón a Miriam para que dejara echara a andar su imaginación con viajes a Puerto Rico al mismísimo concierto de Chayanne con boletos en primera fila para olvidar por un instante que Freddie Mercury había muerto.
Miriam le contestaba a Estrellita Marinera que si pudiera regresar la flecha del tiempo dirigiría el video de Rapsodia Bohemia o el video donde Freddie aparece dando giros en el aire vestido con un leotardo ajustado y un presumido diamante en la entrepierna. “Traía el pelo largo hasta los hombros. Le regaló la joya a la presidenta de un club de fans de Freddie Mercury”, Estrellita pulía en sus correos electrónicos sus fantasías mercuryanas con un celo que a propósito de Mercury la ataba al pasado.
“Si ves a Freddie te mueres por él. Quieres ser como él porque no le importaba lo que la gente pensara de su físico. Porque atractivo, en sí, no era. No tenía un cuerpazo de Marlon Brando en sus buenos tiempos, lo único maravilloso era su mirada y su tono de voz, y aunque era gay miles de mujeres lo perseguían y eran sus más entregadas admiradoras porque siempre hacía lo que le venía en gana.”
De vez en cuando Estrellita, es decir Miriam, también me enviaba correos electrónicos: “En ocasiones como éstas, me gustaría tener el poder de regresar el tiempo para que todo se pudiera arreglar, o tener una varita mágica, dar unos pases y componer todo lo que fuera necesario. Pero no puedo hacer ninguna de esas cosas. Tampoco puedo decirte qué hacer y qué decir, ni puedo entrar en el alma y en los sentimientos de las personas para cambiarlos”. Que firmaba con la signatura: “Queen rules!”

Nadie supo de inmediato el porqué un día apareció cerrada la biblioteca. Una nueva auditoria, pensaron los alumnos con el esmero de las intuiciones acertadas. Sí, ahora las máquinas se esparcían en la Intranet de la Biblioteca. Sí, ahora, ya no se romperían los vidrios de las ventanas a balonazos gracias a la malla que oscurecía con su torpeza protectora la entrada del sol, pero que no evitaba la invasión del polvo. Al regreso de las vacaciones el polvo inundaba los estantes, cubría con una nata espesa las pastas de las tesis y le daba una textura tierna a los gabinetes de las Compaq Presario. Normita ya no sufriría por revisar su mail pues ahora cumplía sus sueños de psicóloga maternal en el impulso del embarazo.
La biblioteca permaneció cerrada hasta final del semestre provocando latidos mienta-madres de los alumnos. Con el cierre temporal de la biblioteca se disolvió la mafia de internautas que había convertido “ese lugar de trabajo y estudio” en una cómoda comunidad física, en un espacio presencial de reunión, en un cobijo de los exiliados de las clases que buscaban resguardo entre los anaqueles metálicos. Enfáticamente “eso es una biblioteca, no una cafetería”, había graznado la directora.
Ya no se planearían más plaquettes de poesía, ya no se platicaría del lenguaje del primer Heidegger, ya no se capturarían más textos de “Algo más que Conducta”, la revista de psicología. La lista de lo que no se haría ya más aumentaba, tampoco se escucharía a Natalie Imbruglia, cantar Torn mientras se dibujaban posters para decorar la “santidad bibliotecaria”; ya no se cobrarían tramposamente las multas, con ese sentido de Robin Hood, para después encontrarse a Ladies Marian vestidas de escorpiones; ya no más llamadas a pizza Hut donde el número telefónico de la Biblioteca estaba registrado; ya no se escribirían fragmentos de novelas en el período de vacaciones, ya no se navegaría para bajar mp3 con la bendición de Napster y de otras páginas de música gratuita, ya no se cargarían celulares de alumnos en los contactos de la biblioteca.
Los lectores de la biblioteca extrañarían los solos de Steve Harris, el disc-jockey metalero de la máquina 3 de la Intranet. Tampoco, llegaría Pablito con un nuevo proyecto apoyado por los Guillotinos, algunos académicos de la UNAM, y algunos Cegehacheros invisibles. Ya no se imaginaría más conciertos de rock de Rafa y Marcelo, de la Nunca Muerta Rebelión, ni llegaría Pepe de Krata para imaginar un nuevo grupo punketo adoptando al metalero recalcitrante de Steve Harris. Ni presentaciones de libros de “Bajo la Estrella de Aholiba”.
Ya no se escucharía más las estrofas de “Ten miedo de mí” de Fernando Delgadillo como preámbulo de las giras a la Utopía, primero cantina de mala-muerte, bar inhóspito y vacío, luego piquera fresa. O en las palabras del mejor lector de Arte y Poesía de la biblioteca, la iglesia porque siempre va la misma gente y cantan las mismas canciones.
Ya no aparecerían más wallpaper de Iron Maiden, de l´eglise de Auvergne, ya no se gritaría espeluznantemente en los ataques mortales e injustificables de cualquier berrinche. Ahora, la biblioteca sería un “centro de estudio”, un “almacén de libros sumamente vigilado”, sin perdidas, con el control exacto, preciso, cuantificado, policial, ya no aquella isla de inteligencia polvorienta a varias cuadras a la redonda.
Estrellita Marinera se había disipado en la turbiedad de los bytes.

Busca sus lentes sin encontrarlos, cruza la calle, en medio de la tormenta, apenas vislumbra un par de coches, y a mitad de la carretera, intenta de nuevo cruzar lo que falta de la calle, camina entre una corriente de agua que alcanza sus tobillos, adivina el recorrido, encuentra baches, adivina si allá viene un coche porque los contornos de las cosas se desdibujan, apenas mira, un volkswagen sin luces, en este piquetazo de lluvia, llega a la otra orilla, recorre la banqueta, hasta que encuentra a quien trae sus lentes, sigue lloviendo, le gustaría aventarlo contra los alambres de púas que aparecen en el fondo, tan sencillo como darle un empujón y que caiga al ojo de agua sucia a sus espaldas, no lo hace, ¡porque rayaste mis lente! ¡Porque grabaste “Miriam” en el cristal de los lentes... cuenta la historia de cómo Miriam leyó un cuento en un taller de literatura, donde habla del sudor, de lo que se borra de pronto, de la muerte que nos lleva, de lo que no puede tocarse ni en pintura, de eso que deja de mirarse para siempre, de aquello que no puede tocarse ni en las historias.

El imperio del título
Esto me parece revelador. Nunca había pensado cual había podido ser la influencia de las tipografías en la escritura. Si los estados de ánimo funcionan como el foro dónde surca la escritura las tipografías son la escenografía misma de la escritura. La relación entre la escritura y la tipografía es casual. Pero en su contingencia se abren múltiples potencias. La tipografía no es como el vestido de la escritura, es la escritura en función.
Y él lo sabía. Lo supo siempre. Lo había intuido.
Ese deseo se había abierto, se había desplegado más allá de las sombras del día. Esas sombras apenas caían esperaban ya el crepúsculo y se instalaban en esa escena donde ellas se congelaban.
Sólo bastaba mirar de reojo.
Ahí en el patio de “esa casa” donde el arco caía sobre las baldosas y en el fondo se alzaban las escaleras, uno podía adivinar que en el territorio de las sombras, junto a ellas, en su misma sequedad, la temperatura bajaba, y para los habitantes de “esa casa” era un cambio abrupto; una ruptura en el ambiente que podría graficarse. Y esto no tenía nada de realidad;
En teoría eso era una casa vieja.
En la práctica, la ejecución misma de la luz, el momento en que podía encapsularse el frío, en que literalmente todo era un museo del tiempo.
Había comenzado muy bien el día. Había logrado evadirse —ese era el término que él esperaba— del desasosiego; había logrado que se evaporara con apenas salir a la calle.
Pero ésta no era la misma de todos los días: podía verificarlo y si carecía de pruebas podía intuirlo. Lo cual, a su juicio, era como la muestra más palpable de la verdad, algo que podía “sentir”. Como de ese mismo modo podía “sentir” una historia.
Y esa, ahora sí, era la prueba contundente.
Así como las bolsas de basura afuera de su casa confirmaban que la gente esperaba el paso del camión de la basura y los hocicos cerdos de los perros podían empaparse con cáscaras de naranja, en su deseo revolverían al instante las bolsas hasta encontrar entre los focos fundidos y los envases cilíndricos de plástico su tesoro; así él sabía que podía sobrevivir en el día como un borracho en su internado.
La comparación le había molestado pero no iba a permitir que lo alterara.
...
Tenía en sus manos: una historia.
....
El viernes anterior se había vuelto a perder en la lectura de la novela. La escritura selvática de la novela lo había mantenido concentrado toda la mañana, los ciclos de esa escritura intensa y sus repeticiones, eran un remanso; los callejones de la historia, las anécdotas eran después de varias páginas, dunas, y que luego, algo sorpresivo, un golpe inédito dispersaba sobre el papel, lo habían recuperado. Y entonces él, (quizás esa fue aún si darse cuenta la razón para dimitir ese día de sus obligaciones) había creído de nueva cuenta en la posibilidad en que Mariana volviera a la vida.
Había anotado en su diario:
“El viernes me largué a una torpe exposición(...)La bienal de Arte Joven en El Alto.”
Estaba de acuerdo en que el formato “cuadro” era una reminiscencia. Un cuadro hiperrealista de una lata de coca-cola.
Un hombre semi-desnudo entraba a una casa vieja y abandonada. Al ingresar al vestíbulo de la casa encontraba tres puertas cerradas. Seguía de largo por el pasillo hasta encontrar una escalera: una escalera desvencijada de madera. Con cierta imprecisión uno se percataba que el barandal de la misma era lo más cuidado de la escalera. Pero una vez que el hombre subía, balanceándose sobre los escalones, dejando caer su peso hacia delante, encorvado, con la fuerza de sus músculos golpeando los tablones, luego aparecía en el segundo piso, saltaba sobre unas camas, gruñía y a continuación la imagen se reforzaba con una serie de gemidos. Entonces, aparecían los créditos del video y el video regresaba al hombre semi-desnudo que entraba a la casa vieja.
El equivalente —y aquí le pareció pedante la comparación pero indispensable — de la sustancia en la filosofía escolástica.
Pero entonces todo cambió. Se dio cuenta que esos sustitutos del “formato cuadro”, las instalaciones o los videos sólo eran una excusa, una mala excusa que buscaba producir “efectos” en la mayoría de los casos limitados por la pared, por el espacio en el que se desenvolvía la exposición, el cual era completamente ajeno.
Ajeno. Sí, eso era. No podía creer que en ese mismo espacio pudiera presentarse textos así de disímbolos. Para los artistas jóvenes el espacio de la galería les era irrelevante. Lo que les importaba era el sentido de su propia obra como si fuera un universo autónomo, como si viviera una autarquía, fuera autosuficiente y negara cualquier otro vínculo con el mundo. ¡Como si estuviera “fuera del mundo”! Si es que la expresión tiene algún significado.
Si el “efecto” se articulaba como una unidad luego entonces pensó estaban alejados de su ambiente. Y en ese momento deseó que todo “ese arte” que estaba ahí pudiera abrirse; abrirse del mismo modo, que lo hacían los aparadores en un Centro Comercial: donde ahí la experiencia era más integral, más completa, en algún lugar detrás de esos aparadores se escondía una experiencia más elaborada: todo formaba parte de una trama...
Había que construir el ambiente. Algo, algo, algo tenía que suceder.. ese era el verdadero sentido artesanal. No una remota creación ex nihilo sino la creación del artesano, que al mismo tiempo es diseñador de modas y sociólogo; pero tiene algo de merolico y de albañil; de sacerdote y de periodista.
...
Este sentimiento sólo se mataba releyendo el pasado. Por eso acudió a la colección de historias. Había hojeado las primeras líneas de “Las ventajas de quedarse plantada.” Pero al final de la lectura no había podido descubrir ningún misterio. No había encontrado ninguna pista salvo en el párrafo inicial una confesión que entreveía una aventura.
“Quedamos que nos veríamos a las cinco y treinta en el Italian Coffe(sic), son diez para las seis y ni sus luces. Le he dicho tantas veces que si hay algo que me disguste enormemente es que no este(sic) puntual a nuestras citas, y peor aun(sic), que me deje plantada. Pero juro que se lo haré pagar.”
¿Cómo podía hacérselo pagar? ¿Qué era exactamente esa cita? Lo que más le había saltado era la precisión, la medida exacta, la oportunidad de la palabra “nuestras citas.” La docilidad con la que aceptaba esperarlo. ¿Y si él de veras existía? ¿No se trataba acaso de un servicio de mensajería sutil para iniciados? ¿Para ellos? En sus palabras finales “juro que se lo haré pagar” se advertía más una presunción, el anuncio de un chantaje. Pero no se advertía una reacción visceral.
Eso. Eso es lo que le había preocupado. Ahora sólo le preocupaba cuál era la tipografía con la que se había escrito la historia.
...
¿Qué iba a hacer este año? Esa era una meta-pregunta, una pregunta que evadía, una intervención insistente, meticulosa, riesgosa, inoportuna en el flujo del día
)) Temía envenenar la escritura.. ))

// Aún no sé si largarme o no. Son las 5:26 de la tarde. Quiero un Bailey´s o un Gatorade..
//
Aún no sé cómo penetrar esa escritura, cómo penetrarla transversalmente: “Mis recuerdos se remontan a los dos o tres años. Apenas, recuerdo mientras ruedo en la cama, como en el patio de la casa podía jugar a los soldados. Como podía encontrar siempre la terracería perfecta para jugar a las canicas. Para sacar las agüitas y concentrarme en el golpe —como si los planetas de mi libro sobre el universo colisionaran al perder su órbita— seco de los cayucos.. Como me alzaba de puntitas para meter los dedos en el agua fría del tinaco... Escribo que el día era largo, extenso, infinitamente largo, sin cortes parciales, sin rupturas, sin manecillas de por medio... Entonces, podía ahogarme en las noches, podía sentir cómo caía y seguía cayendo hasta que no podía ya despertar y seguía cayendo hacia otras tierras, hacia otros días que no conocía y que apenas imaginaba y sentía de nuevo el agua fría del tinaco y la piedra del lavadero donde navegaban mi lancha de metal que impulsaba un motor de alcohol, y podía sentarme tranquilamente en la iglesia, soplar las veladoras y mirar detenidamente, entrecerrando los ojos, la luz de las veladoras, hasta el momento en el que formaba un campo de energía, un veloz trayecto de luz con los ojos que enceguecía a la gente sentada a mi lado en las bancas y a mí me daba fuerza en ese sitio aburrido y tonto que era la iglesia...no había ningún misterio uno se perdía en la cama y al día siguiente todo estaba ahí en su marcha tranquila, en esa caravana diaria donde las bugambilias crecían en los arriates, y al escarbar las trincheras para los soldados, se encontraban las babosas, las lombrices de tierra y algún soldado de infantería perdido entre la jungla.
No me podía explicar qué sucedía en aquella casa. ¿Por qué hay tantos envases de refresco vacíos? Y jamás, jamás quería entrar a la sala sólo. Juraba que iba a encontrar al diablo, sentía que en cada centímetro de la sala, ahí donde estaba el viejo radio alemán de onda corta, ahí en el macetero donde cada año se colocaba el arbolito de navidad, en la blancura de la pared que partía una franja oscura, que ahí estaba el demonio. No sabía definir sus facciones. No hubiera podido realizar un retrato hablado. Pero si vivía ese terror que preludia una aparición inusitada.. Esa era la misma sala que había visto en fotografías pero no sé imaginaba cómo era que no estuviera ahí.. No se imaginaba cómo habían podido celebrar las navidades colocando el nacimiento, y ¿quién les había dado sus aguinaldos a las ramas que cantaban desde la calles frente al nacimiento? ¿Y ese portal? ¿Y esa rama encalada era el árbol de navidad? Y en la foto también había visto como los jaraneros cantaban la rama pero a él sólo le había tocado escuchar la rama en el acetato. ”
Al escritor lo había encontrado una tarde en la librería de Gustavo. La última vez que lo había visto quizás se había encontrado con él en una presentación de libros, había tocado a su casa y se había sentado en una tarde lluviosa a platicar de sus tío, a quién el escritor había conocido pues habían sido compañeros de generación en provincia y él los visitaba en aquella misma sala donde había esperado la llegada del demonio. O lo había visto ser citado, cual se necesita en en las solapas de sus libros.
De hecho, visitar una librería era como ir a la casa del escritor, claro está, su casa de la ciudad, puesto que en el último año había conseguido una hacienda para poder escribir tranquilamente sus ensayos y sus memorias. Ahí desplegaba el escritor todo su ser sin la interrupción del ruido callejero que aun en provincia seguía siendo molesto, tan perturbador como la llamada telefónica de la que con facilidad podía escabullirse al dejar descolgado el teléfono.
El silencio de la máquina eléctrica permitía al escritor esparcir todo su ser digitando las palabras, colocando las comas, puntuando las frases, dirigiendo sus párrafos hacia el destino previsto por el escritor. El sabía a donde dirigir su escritura por eso podía llamarse “escritor”.
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Título. Necesitaba colocarle un título a todo lo que había escrito. Pero colocarle una etiqueta era ya definirlo, era acotarlo, precisarlo, ponerle límites, ceñirse a una instrucción externa, perder su autonomía, omitir todo aquello contra lo que había luchado al dejarse recorrer por la escritura, traicionarse, y sino traicionarse a sí mismo, más bien traicionar aquella experiencia con la que a duras penas, a regañadientes, y muy alterado pero seguro de que no llevaba a ninguna parte se había sumergido. Y en él habitaban sentimientos contradictorios. En común poseían el exceso. “Un título. Un título agota.” Pero si él tenía razón entonces lo que había hecho durante toda la tarde había sido un engaño, una ilusión. Ahora que los extraños estaban junto a él cuando necesitaba domeñar su ira, posponer ese perturbador estado de ánimo se dio cuenta que las palabras eran otra forma de definirlo todo, de acotarlo, de precisarlo, de frenar la vida misma, de encauzarla, ponerle diques, cuadricularla. Pero aún así se resistió a colocarle un “título” a lo que había escrito.

Tenía miles de historias en la cabeza, caminaba por la calle e imaginaba unos personajes, encontraba un personajes, se sentía caliente, listo para poder sentarse y de inmediato dejarse llevar por el flujo de la historia. Peor aún para él siempre había sido así había emborronado varios cuadernos, había bosquejado algunos principios confiaba en que el sólo inicio de la frase lo llevaría a una historia pero en cuanto se sentaba a la máquina todo perdía valor, se desvanecía inmediatamente su confianza, sufría al sentir que aquello que había esbozado y esperado con pasión, con fruición, como el deber ineludible de esa mañana apenas era una aparición más en su monólogo de conciencia, para sobrevivir sí, para sobrevivir al tedio, al rechazo de lo cotidiano ¿Pero no era él mismo quién se lo había impuesto? ¿No eran sus decisiones las que lo habían conducido a él hasta ese instante? Luego, todos esos aspavientos de escritura; todas esas series armónicas, congruentes. Esos recuadros de historias sólo eran una ilusión.

domingo, febrero 01, 2004

¿Podría él escribir una novela? Siempre se había resistido a hacerlo. Una vez, hacía algunos años había pretendido hacerlo. SE había olvidado de todo. Encerrado en una pecera de libros, en una biblioteca, durante el período de vacaciones -cuando le correspondía contar laboriosamente contra el listado los volumenes de la biblioteca- se había escapado de su obligación.
¿recuerdas? ¿Recuerdas lo que quisiste hacer? Ahí estabas sentado frente a la computadora en las lluviosas tardes de julio en la calle 32. el procesador de la máquina era ya desfasado pero podías para tí sólo escribir, teclear, marchitar y soñar con Mariana.
Fue en la época en la que pudiste imaginarte el fuego que devoró la Catedral Metropolitana. ¿Te ves? ¿Te observas en San Rafael? Fue eso, quizás en 1994.. o en 1995. Habías estado en San Rafael con Ileana, se habían quedado a dormir en la casa de Danae, a la orilla de la carretera. El pueblo había sido tragado por el agua, había quedado sepultado por un alud de lodo.
Ileana, tú y Danae habían recorrido la periferia de San Rafael. Sobretodo la zona devastada en la ribera del río, cuentan que el el cauce llevaba cádaveres de vacas y de cerdos; láminas filosas, ladrillos y piedras. La lluvia había caído desde el mediodía, los relámpasgos habían arreciado a medianoche.. los que vivían en el centro, habían alcanzado a subirse a los segundos pisos de sus casas, otros a los techos. No era un gusto por mirar la vorágine acuática, la aspiradora gigantesca del agua sorber el pueblo, era el miedo, la biológica garra por spobrevivir.. y ahí se veían, lo recuerdo, las hojas de papel cebolla de una Biblia de la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras colgando sobre el cercado del alambre de púas tres días después que el río quiso tragarse al pueblo. "Tiene usted ropa seca" "Algo". Entonces, nos dijo que tenía una hija y encontramos en el fondo de la caja de cartón, nuestro cargamento, ropa para bebé.
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Pero ahora. ¿Dónde estaba? Te reto a que lo adivines. Te desafío a que saques esas notas perdidas en tu casa de Córdoba, en lo que ahora llamas la casa de tus padres, pero que siempre pensaste que era tu isla preferida, tu monarquía sentimental, tu paraíso. Quizás, pienses que otra fecha memorable ocurrió en 1987. Todavía guardabas ese único diario que tarde a tarde escribías aporreando una máquina Remington.. lo que hayas escrito, como lo que escribes ahora, es indistinto. Pudo haber sido tu huida al árbol de la Preparatoria, pudo haber sido tu insurrección política, tus traiciones. Lo que sí es real es el papel carbón que colocabas entre hoja y hoja.. ¿No eran las hojas en las que escribías hojas de reciclaje? Eran el otro lado del listado de cañeros a los que les pagaban la zafra; también, hojas de papel revolución que se enmohecían con esa tundra de palabras, con ese trajinar, con esos naufragios de la escritura.
Ahí, en esas tardes -la tentación fácil te intimida, quieres escribir "tardes solitarias", anda hazlo, es preferible que ocupes aquello a tu alcance a que finjas un código- aprendías que la adolescencia no era una vida introspección.. ¿ no fuiste tú el que miraba su futuro leyendo los hexagramas del I Ching?
Seamos sinceros. Dílo en voz alta. ¿De qué, al igual que en aquella época, puedes escribir tú? Podrías intentar escribir esa novela de indios "Wasi Chu", podrías intentar una novela de ciencia ficción con gigantes que van muriendo y al morir empequeñecen hasta convertirse en un hoyo negro que absorbe lo que se encuentra a su alrededor. Y esa novela que habías iniciado, que terminaste, ese proyecto. Mariana había logrado su objetivo. Y el manuscrito se lo habías dado a leer a Claudia y también a Elisa, una vez que la editorial te lo hubo rechazado. Pero esos habían sido otros días, en los que Mariana podía emerger en tus sueños, como lo hizo hace diez años en San Ildefonso en el departamento 16 del número 65.

En aquellos días podía abandonar el departamento para sentarse largo y tendido, como las lozas del parque, en la plazuela del Carmen. No había otra cosa qué hacer. Sólo mirar la iglesia hundiéndose, a punto de ser tragada por el suelo acuoso del centro de la ciudad. Sólo había que mirar a las prostitutas añosas como las piedras de la iglesia. Y ahí había empezado todo, ahí había conocido a Mariana. A la mariana que había dado luz a la verdadera mariana, la que regresaba a Atoyac a destruir su templo, la que lo había dejado todo, para cumplir su sueño de destruir el templo.
He aquí, la necesaria tarea de desescribir. Esto no es como el pasito de Michael Jackson. Seamos resguardados. Es más bien como desencalar una pared, vaciar el bote de basura, o rebobinar una cinta de video.
"Y aquí estuvo él, desnudo, con el cielo azul, el viento frío bajo las sombras, pero las puertas viejas de madera, bañadas en los cauces de la madera por haces de luz".
Vagancia, caminata, peripatético, escribía con los pies; con las botas pisaba cada letra, doblar la esquina era oprimir la tecla "enter"; encontrarse de repente con algo "inusitado." Repito, despertar para hallar en lo repetido, en lo monòtono, en el cansancio, en la grisura, en el orden de todos los días, una revelación. más bien es un despertar de la conciencia. No lo sé. No sé qué puede ser, porque todo lo maravilloso está frente a tus narices. Más bien, es quitar el velo. Eso es, develar, descubrir, manifestar.. porque lo oculto siempre está ahí. Nunca se ha escapado, jamás se ha escabullido.

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.