lunes, junio 21, 2010

Algunos apuntes sobre la diversidad en Carlos Monsiváis

Algunos apuntes sobre los orígenes
de la diversidad en Carlos Monsiváis

I
Entre los monsivaítas se olvida frecuentemente la veta protestante de Carlos Monsiváis. Y los protestantes omiten -vergonzantemente- los origenes protestantes del escritor.
El olvido no es un asunto menor. Y tampoco se trata de hurgar en esta herencia familiar.
A Monsiváis se le adjudica el título nobiliario de defensor del Estado Laico y promotor de la diversidad cultural y sexo-genérica. Los ejemplos son visibles.
En los últimos años, Monsiváis encabezó una cruzada liberal en contra del avance del programa conservador en materia moral. Frente al pluralismo creciente y la secularización de la sociedad, la derecha confesional articuló un programa para frenar reformas como la aprobación en la Asamblea del Distrito Federal de las sociedades de convivencia, los matrimonios entre personas del mismo sexo y también, la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo.
Sin embargo, se afirma que la inclusión en la agenda nacional de esta temática obedece a su filiación de un escritor militante o de una formación izquierdista.
Discrepo parcialmente de esta última afirmación. Al menos habría que matizarla. Sus orígenes como defensor de la diversidad y el Estado Laico provienen de su herencia luterana.
Sin profesar, en las últimas décadas alguna forma del protestantismo, su herencia confesional le permitió navegar por los mares de lo diverso sin naufragar en la intolerancia de otros intelectuales mexicanos.
El historiador del protestantismo Carlos Martínez García, en una entrevista con Carlos Monsiváis publicada en el libro Protestantismo, Diversidad y Tolerancia relata cómo en su formación inicial en las iglesias protestantes del siglo pasado conoció de primera mano la lectura de la Biblia, en una traducción inmejorable, la realizada por Casiodoro de Reina y Cipriano Valera.
El gran logro del Monsiváis infante fue recitar de corrido los libros de la Biblia en la escuela dominical. Es decir, ser un aplicado lector de la Biblia. Esta prematura capacidad de exégis activará su inteligencia el resto de sus días.
El movimiento luterano repercute en la relación sin intermediarios entre el texto (la Biblia) y el lector (el creyente). Este movimiento religioso nos devuelve profundos efectos filosóficos y hermeneúticos. Sólo uno de ellos, el cuál ha desarrollado con serenidad Paul Ricoeur: el mundo del texto se abre en el encuentro entre un lector y el texto. El libro no existe sin un lector que lo recupere.
Por eso, antes que escritor Monsiváis fue simplemente un lector.
II
El intelectual lector, el Monsiváis primeramente lector y luego cronista, ensayista y provocador hereda una educación de la palabra bíblica. Acostumbrado a la lectura de la Biblia, sistema por excelencia de la pedagogía protestante, de la exégesis bíblica se traslada a la lectura del mundo que se abre a sus ojos. Ese mundo de la cultura inicia en la tradición protestante. El asunto nos remite al proceso de secularización que inicia históricamente con la Reforma protestante.
El hombre ante Dios, sin intermediarios, es el hombre que secularizará esta relación y la hará terriblemente humana.
Para convertirse posteriormente en el hombre sólo, al cual la muerte de la metafísica, es decir, de la pretensión filosófica de la trascendencia, lo dejará en un mundo de interpretaciones (en el sentido nietzcheano).
El paso entre el luterano orante y el nihilista posmoderno es la angustia del mundo actual.
III
Martínez García nos recuerda en su entrevista con el escritor que el primer acto de discriminación que sufrió el niño Monsiváis fue la discriminación religiosa.
En el siglo pasado, formar parte una minoría religiosa significa ya ser excluido de los bienes sociales de la hegemonía cultural. Profesar una religión distinta a la católica era peor que ser ateo. Desde la izquierda marxista o desde los liberales hasta el catolicismo más exquisito, la descalificación era inmediata con el título “secta”.
En nuestro días no falta aún quien administra selectivamente esta designación para referirse a las creencias no católicas.
El aprendizaje infantil de Monsiváis es obligado: se mira al país desde la alteridad de la creencia religiosa. Se mira a la mayoría católica desde la mirada del protestante mexicano. He ahí el principio radical de una perspectiva que fisura la mirada dominante.
En un sentido aún no reconocido, el protestantismo mexicano democratizó el problema religioso. Frente a la instalación de la hegemonía de la iglesia católica, convertida en una iglesia nacional, es decir, unificadora de la pluralidad étnica y cultural del país desde la Conquista por lo menos hasta el siglo pasado, el protestantismo abrió el bloque monolítico de la creencia.
Además, instauró, señala el mismo Monsiváis, siguiendo a los liberales, el criterio del libre examen como máxima de reflexión moral, intelectual y vital. Una herencia alejada de la tradición canónica del clero católico.
En una cita a Jean Pierre Bastian, notable historiador del protestantismo en México, Monsiváis nos recuerda que la conciencia protestante es una conciencia liberal. Es decir, disidente y que, en la propia experiencia monsivaíta, genera un sentimiento de “ajenidad cultural”.
III
La conciencia liberal de Monsiváis inunda su obra. Su defensa de los derechos de la diversidad sexual, su lucha en contra de la homofobia, su conducta solidaria con las causas de las mujeres, la enemistad con el poder eclesiástico dominante y con la derecha confesional, su crítica vehemente en contra del viejo y del nuevo PRI, su disenso de la izquierda burocratizada, su apasionamiento con el zapatismo globalizado desde los Altos de Chiapas y su posición heterodoxa en muchos temas, son al mismo tiempo la multiplicación del milagro de los panes tamizada por una lectura radical del mundo.
Juan Calvino hablaba de una “gracia” que se otorgaba al mundo de la cultura más allá de las confesión cristiana. El mundo monsivaíta participó de esta gracia mencionada por Calvino.
“El infierno son los otros”, dijo el existencialista Sartre. Monsiváis quizás reescribiría la máxima sartreana con un feeling reinavalereano: “el cielo y el infierno, el trigo y la cizaña, siempre son los otros, pero sin los otros no soy yo mismo”.
La gran paradoja de este mini-mundo de devotos monsivaítas, es que al final y al cabo, el heredero de la tradición luterana, deja más devotos que lectores. El gran lector monsivaíta es deificado como un santón más de los que crudamente descuartizó con su escritura santa por irreverente, casta por lúdica y esperanzadora por pesimista.

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.