miércoles, noviembre 16, 2005

Mi lista

El habla.
La óptica.
La creencia.
Vibración y ondas.
Las espinas del pescado.
El café barato de 5 pesos.
El libro.
Basta.
Un beso de calamar gigante.
Contar hasta 10.
Siempre pierdo los lentes.

Sin Piedad

Si bien no había podido conciliar el sueño, todos esos papeles sobre el escritorio, el librero con su desorden brutal, mostrando esos proyectos abortados de lectura, los correos electrónicos almacenados en una vieja cuenta que databan de los últimos cuatro años, ¿de qué se trataba todo eso? Era ya una pregunta incisiva. Se había vuelto un dardo para su conciencia semejante a la piedra que golpea la superficie en una alberca repleta de agua. Poco podía hacerse con eso y devolverle a su vida una nueva lectura del mundo.
¿Para quién escribimos? Qué sucede con todo esto. ¿En algún mundo posible habrá un escucha para esta escritura? El no sabía porque pero de pronto entre los libros sacó una hoja doblada de papel, una carta que ahora regresaba con su mensaje.
Pero era eso lo que él quería decir. Era exactamente el tipo de preguntas a las que había que rehuir y dejar de lado. No se podía responder a todo. Había que dejar tal y como lo proponía el filósofo vienés dejar las cosas tal y cómo estaban, darse cuenta que los problemas (es decir, la materia prima de las preguntas) no eran más que usos ilegítimos del lenguaje. Así que cuando hacía preguntas lo  único que hacía era violar las normas de los juegos del lenguaje, saltar precipitadamente de uno a otro sin restricciones, pongámoslo de otro modo, ahora que el tiempo se agota, en el preciso instante en el que dejaba de ser el mismo para volverse otra cosa, cualquier otra cosa, una cosa sin dignidad y vana, eso es una hipótesis irracional y brutal, Dios quiera que todo siga fluyendo, que no pueda detenerse en estas palabras, que evite, hasta donde sea posible, regresar al estado primario de los últimos días.
Por eso nadie osaba oponerse a esta escritura. Por eso nadie impedía que las palabras se salieran del cauce preconcebido de la historia.  

martes, noviembre 15, 2005

Sometido a tal presion

Sometido a tal presión se había negado a escribir. Conforme transcurría la tarde una sensación se apropiaba de él. No era esa transformación de las sombras que volvía mortecina la luz de la tarde como relataban las narraciones clásicas. Al contrario de las descripciones noveladas se trataba de una luz muy vívida, que ciertamente aplanaba a las sombras una vez que se alejaba pero que cuando retornaba lo hacía con una entrega pasional, pérfida, cruenta, una revuelta vil y rabiosa.
Conforme pasaban los minutos ( ya eran casi las cinco de la tarde) vivía una nueva sensación que ponía en jaque su experiencia cotidiana. Si quería hacer con esas tardes vacías algún momento satisfactorio tenía que asumirse como otro. Sólo así, sólo de ese modo haría lo suficientemente vivible el tiempo que le quedaba en la ciudad.  Sólo si quería, por decirlo así, dotar de un sentido a las cosas necesitaba adoptar otro papel y sentirse un escritor. Esa ficción le parecía pretenciosa y absurda. El sabía que era otra cosa, cualquier otra cosa, un tecleador, un perdedor perpetuo en un mundo de triunfadores, un conjunto de hábitos desorientados, un mal guía de turistas, un pésimo escucha, un terapeuta parco pero al mismo tiempo desmedido que podía asolar a su cliente con una frase lapidaria. Por eso le resultó insoportable perderse unos momentos en la biblioteca, jalar como de golpe un par de libros sobre filósofos racionalistas —como el Leibniz de Russell y una cosa extravagante de Hillary Putnam en contra del funcionalismo — en los estantes de la sección de filosofía y luego completar su merodeo con unos libros del escritor y una colección de cartas de Rosa Chacel.  Por unos momentos se perdió en los párrafos de los cuentos del escritor que lo mismo relataba sus desvaríos por la fiebre al llegar a Varsovia que los mitos familiares a los que se encontraba en el Viejo Continente al confundir a una anciana con su abuela (o más que confundirla a encontrarla) y ahí en esos cuentos —que el escritor encontraba nubiles y como la sustancia primaria de sus ulteriores experiencias con el lenguaje, tendría unos 26 años y a los 38 su obra era parca como la ciudad de México en la que habitaba— resplandecía algo por rescatar. Algunas vetas inexploradas en el subsuelo del lenguaje, historias potenciales, caminos no hollados por la prisa con la que el escritor quería transformar su lenguaje en una experiencia psicológica y luego, como si se percatara de esta lindeza, volviera sobre sus pasos para movilizar el lenguaje en otra ruta, ya fuera la de la imaginación desmedida o la de los retratos de carácter con cierto vuelvo profano, con intentos tenaces por eliminar esas porosidades que retenían el fluir de los ambientes, la tensión de las atmósferas o esos recovecos donde —él ahora que lo pensaba— se escondían yacimientos puros del lenguaje y la historia.



(aquí va la parte de Monsiváis)

De nueva cuenta


Al recibir la convocatoria en su correo electrónico no supo qué hacer. Había clausurado todas sus expectativas. Se había cerrado a todas las experiencias posibles que moldearan una nueva forma de ser pero sintió que de ahora en adelante le quedaba sólo merodear en esas fisuras por las que podía asomarse algo, algo inesperado y lo suficientemente fuerte para impulsar de nueva cuenta algún mundo posible que delimitara alguna otra zona del lenguaje jamás experimentado o que por lo menos le devolviera esa experiencia limítrofe donde el habla abandona su familiaridad para volverse una serpiente inhóspita.
Pero regresando a la idea central. No podía contar una historia. Una historia pura e inteligible, una narración lineal dónde sucediera lo que tiene qué suceder en toda historia y desembocara en un desenlace súbito que cumpliera las normas de toda historia con un nudo y una presentación, hasta que golpeara al lector con un knock-out contundente, atroz e inmisericorde. Ninguna piedad era posible para el lector, había que dejarlo sangrando con los huesos de la nariz rotos, con el conocimiento perdido, desfalleciente, convulso, con la carne suelta, pensó mientras se sentía una sanguijuela enfebrecida, triturada entre los pasajeros del Metro en la estación San Lázaro a las 9:20 de la mañana o fulminada por un relámpago una noche lluviosa de Córdoba, pero bastaba demostrar cuan ajenas eran estas comparaciones a lo que en realidad sucedía a su alrededor para percatarse de lo ruin de esta imaginación torpe y balbuceante.
De nueva cuenta se había alejado de su objetivo principal, digámoslo así, había abortado la esencia de su proyecto para dirigirse hacia esa otra orilla donde, paso a paso, se extinguían sus esperanzas por lograr una historia, había optado, sino fríamente si por lo menos con esa agudeza sofista de la esquizofrenia, por merodear por otros juegos del lenguaje,  por desbordar el cauce rectilíneo de las bien formadas fórmulas para construir una historia, y necesitaba ahora vaciar ese cuerpo fangoso, ese animal torpe y jamás domesticado, ese cauce que lo ofuscaba, y que por economía denominaría ahora “pensamiento”, imágenes borrosas, estrofas de canciones, fragmentos de video-clips, títulos de películas en inglés, alguna postal de su infancia, los síntomas de alguna preocupación que buscaba enrollarse hasta volverse para colmo algo real, tonadillas y fórmulas matemáticas pero si todo esto lo arropaba, lo envolvía, lo hacía suyo, era urgente encontrar un método para escaparse de esa lápida de imágenes que regresaban una y otra vez para ahogarlo.
Una vez más no tenía escapatoria. Por eso no había podido dormir. ¡Qué explicación tan simplista! ¿No era acaso eso lo que le angustió una vez que abandonó la casa esta mañana cuando aún los coches llevaban prendidos sus faros y le llevó diez minutos encontrar un taxi que lo condujera a la central? Pero la ciudad a esa hora se volvía difusa. La gente corría como loca, los camiones rumbo a la central de autobuses estaban llenos y una vez que alcanzó a tomar un taxi el camino se volvió una competencia de carreras, más aún cuando llegó a la ciudad y abordó otro taxi que se metía entre los traileres como un Flash Gordon  enano y deforme perdido en un desfile en Lilliput.  Pero esa era y no otra la manera de abordar una historia, esa era una manera de difuminar lo que había sentido, era un mecanismo de eludir la contundencia de una narración, de obstaculizar la estructura transparente de la historia.





Una santa prueba para demostrar tu inexistencia. Que eres una falsedad histórica siempre lo he sabido, que no eres más que una ficción maldita, un esperpento lingüístico no me cabe la menor duda. De qué eres una sombra titiritando en la pared, que camina sobre el jardín de la casa es algo irrefutable, más certero que una verdad necesaria, más cierto que cualquier cosa en los mundos posibles, creíste que eras una prueba de la existencia de lo divino, que tu vida misma era como una epifanía y por eso te las arreglaste para vivir de la manera más perfecta pero has mentido.



viernes, noviembre 11, 2005


Los nunk Muerta cumplen años. Presentan nuevo disco.
A 40 años de Farabeuf

1. Cito por irreverencia fetal: "Todo efecto de escritura permite siempre un motivo psicológico". Eso lo pude corroborar anoche durante el homenaje a la publicación de Farabeuf cuya primera edición fue lanzada en 1965. El homenaje se llevó a cabo en la librería del Fondo de Cultura Económica ubicada en Miguel Ángel de Quevedo en el DF.

2. José de la Colina habló de los origenes anecdóticos de Farabeuf. Dice de la Colina que en una de las reuniones de su cineclub llevó un libro de Bataille en francés cuya portada era la foto de un moribundo. Elizondo quedó impactado por la fotografía y ahí empezó la historia del doctor Farabeuf.

3. Salvador Elizondo rechaza la versión del autor de la Tumba India. Dice Elizondo que él visitó un bazar en Pekín y que ahí miró la fotografía del desahuciado.

4. Ana María Gomis, otra de las presentadoras, habló del erotismo en la escritura de Farabeuf. No recuerdo bien a bien sus palabras, Gomis, desde luego no se refirió a la escritura como erotismo sino más bien a los lugares donde se hace visibles pasajes eróticos en el texto de Elizondo, principalmente a través de sus descripciones del la tortura de Fu-Chu Li.

5. Paulina Lavista, esposa del escritor, habló de la metodología de escritura de Elizondo: "Elizondo daba vueltas en la sala, por eso teníamos que cambiar la alfombra, hasta que finalmente decía lo tengo y se sentaba a escribir." La fotográfa relata que su esposo nunca corregía, escribía del modo como lo hacen algunos pintores, totalmente en vivo, sin que hubiera una diferencia entre el borrador y el producto final.

6. Salvador Elizondo no pudo estar en la presentación. Dijo Paulina Lavista que bajo las condiciones actuales (se sometió a una cirugía muy peligroso pues al parecer está enfermo de cáncer) a Elizondo no le gusta presentarse en público. Reaccio a las entrevistas concedió algunas en la víspera del homenaje. Hasta se dejo tomar fotografías. Su esposa leyó una carta del escritor.

jueves, noviembre 10, 2005

Nati Rigonni presenta su nuevo libro. Se llama Loterías. La presentación se llevará a cabo el próximo 2 de diciembre en el Museo de Arte de la ciudad de Orizaba a las 6 de la tarde.
Vagamente te comprendo. Vagamente puedo saber aquello que te hace ser eso que has escrito a diferencia de tí -lo escrito al respecto en tu experiencia fenomenológica de la inconclusión me parece un mal ejemplo, rudimentario, primario, biológico y muy terrestre, es como el sol, en su golpeteo efímero del pasto de tu jardín. ¿Alguna vez en lugar de lamentarte, como haces tan seguido y con un cinismo, diríamos lo menos ejemplar, y con una soberbia atenta, te has puesto a caminar con los pies desnudos por el jardín? Lo dudo. De todo lo que has descrito encuentro sólo un par de sensaciones. Eres una persona que cree, duda, sabe, siente, percibe pero además camina, corre, huele, hace el amor y puede seguir corriendo al día siguiente, puede perderse en las callejuelas de la ciudad y luego devolverle a si mismo con sus pasos agitados un poco de vida a su recorrido, pero singularmente, quiero decirte, sin ánimo de crear una interlocución falsa o enigmática, te niegas a sentir, te niegas a saber qué sientes o a definirte por el haz de sensaciones a las que puedes abrirte. Es como si te creyeras inmortal. Es como si desearas ser un alma que ha escapado del cielo para encarnarse en un cuerpo humano. Te sientes un humanoide por eso te conduces con simpatía cuando ocupas tu computadora para escribir esos fragmentos, de los que en un principio te jactabas porque, decías tú, le permitían al lector imaginarse los vericuetos de la historia, porque jurabas que solamente Dios en su omnipotencia podía ser el novelista con los finales perfectos de las historias. Peor aún para tí la perfección le pertenece a la muerte y sólo los vivos escriben las historias de los muertos.
Hay veces en que no es así que el relámpago lo guíe todo. Hay días, como hoy, en que todo se precipita vagamente a lo no-dicho, a lo cerebralmente oscuro, aunque trato de colocar en orden mis ideas choco con un sinsentido, con una sinrazón que se agazapa en las fisuras de las palabras para impedir decir todo aquello que puede ser dicho. Entre todas estas estas sensaciones hay algunas que me inundan y me entretienen. No tengo la fortuna para escribir una historia. Mi historia. Porque cada vez que me acerco a las palabras, es decir, cada vez que me siento con la energía para vertir este monólogo interior que me asfixia en una hoja en blanco me enfrento a un proceso psicológico que arroja inexorablemente las mismas consecuencias.
He soñado con tantas historias. Tantas como días puede contar mi edad que corre hoy en la friolera de los 35 años. Esclavo de esta imposibilidad, siervo maldito y sin escapatoria he hurgado lo mismo en los desvanes, en los closets de la casa de mis padres, en la intrincada superficie de mis discos duros para darme cuenta que cualquier historia que inicio siempre la dejo inconclusa. Dios tiene palabras de castigo para tales acciones. En el libro del Apocalipsis las escrituras relatan como Dios vomita a los tibios, y quienes son estos tibios sino nosotros los que iniciamos cualquier cosas pero somos incapaces de terminarlo. No hay mayor castigo para nosotros que vivir con esta zozobra, con este aguijón en la carne, con este sabernos inconclusos y como parte de nuestra naturaleza humana imposibles de concluir aquello que iniciamos.
Para no ir tan lejos. Para no ir demasiado lejos sólo he podido hojear las novelas que me aguardan sobre mi escritorio. Pero eso sí, aunque no he podido terminar de leerlas me he quedado seco, como si ya hubiera sido maldecido por el relato de la higuera estéril me impulsa una rabieta por prender mi computadora, crear un nuevo documento de Word y lanzarme a escribir. Pero una vez que elijo el tipo de letra para mi relato y anoto un par de palabras, palabras frías y mesuradas, signos rabiosos de tanto esperarme, angustias hecha letra desde el fondo de mi corazón hueco, los dedos se me entorpecen hasta que hallo en la ventana de mi cuarto una feliz escena por la cual me abandono.

miércoles, noviembre 09, 2005

Ahora prepara su regreso a casa, entre el cansancio y la dispersión. También ha descubierto que eso sucede a su alrededor, es decir, en él mismo, corre por sus pies un frío intenso que se filtra en la planta de sus pies y recorre todo su cuerpo.
Como parte de este conocimiento descubre que es imposible darle una estructura a todo esto que le está sucediendo.
Ahora podría decirse (mientras fisgonea en sus cuentas de correo electrónico y abre las mismas ventanas de siempre a los viejos sitios en la red) que no tiene nada qué decir. Sólo se repite él mismo. Repetición tras repetición. Es imposible que cuente una historia, que le dé y precisamente eso es lo que busca, una forma a todo lo que aparece a su alrededor. En los últimos años, a contracorriente de esta sensación por escribir esa historia, se ha dedicado al periodismo, es decir, a contar historias que no son suyas y en ese ir y venir que es la escritura de los diarios se ha dado cuenta, tal y cómo se lo ha dicho un amigo suyo, un poeta, que sólo ha recorrido con suerte el desfiladero de la nota.
No hay más futuro que ese, piensa él. La sentencia que lo vuelve un equilibrista con buena fortuna.

El se confía de su cercanía con las palabras.
El cree que ellas están para servirlo y servirle el desayuno.
El cree que las palabras, que ellas, son como un control remoto.

El único objeto de todo lo que él hace es esa escritura enfangada, esa dolencia dúctil que lo hizo hoy por la mañana hojear los salmos de su Biblia, se quedó un momento sumido en aquellas palabras que brillaron pero sin duda se negó a cualquier otro experimento como regresar a una iglesia, a pesar de que ayer por la tarde, después de una conferencia en la universidad fue a un concierto de un grupo llamado Fusión en la iglesia Anglicana de San Jorge en San Jerónimo, muy cerca de la universidad, sólo había que pasar un puente peatonal y mirar bajo sus pies el tránsito intenso de coches a las 7 de la noche. Lo más notable de ese periplo religioso fue una comparación entre los chavos del grupo de rock —bastante estridencia para la antigua doctrina anglicana y para los himnarios — y algunos recuerdos sobre la liturgia católica. Los chavos le parecieron bastante conservadores. Cantaron covers, algunas canciones de Marcos Witt, y al final les escuchó algo experimental. La batería le pareció torpe poco imaginativa, demasiado apolínea. En lugar de vocalista en la rola final un güerito, alto y fornido como basquetbolista o marinero de película jolibudense, subió con un tubo de madera de casi dos metros. Parecía que era como esa especie de cuerno como los que ocupan los cristianos de los grupos neo-pentecosteses. Había poca gente sentada en las bancas. Entonces recordó Horeb y Emmanuel.
La imagen del mundo en la que prevalecía un punto de vista supremo, un decurso necesario, global; un relato hegemónico, referencial y unitario ha dejado el sitio supuestamente a la dinámica emergencia de imágenes del mundo al estilo de un videoclip, a un infinito número de puntos de vista y perspectivas en hypermedia, a un conjunto cambiante de relatos y de juegos del lenguaje donde las subculturas y las minorías pueden hacerse visibles a través de las tecnologías de la información en tiempo real.
Es así, creen confiadamente algunos autores, que la Historia ha dejado su lugar a los mass media, que por si solas las nuevas tecnologías de la información democratizan a las sociedades y que estos mass media son la condición necesaria para que aparezcan estos relatos emergentes alternativos, en una nueva sensación de optimismo parecida a la de los utopistas revolucionarios de la última mitad del siglo XX en América Latina.
Deslumbrados por la novedad histórica de esta experiencia autores como Gianni Vattimo difunden el credo mediático al decir que estos media han desencializado a la Historia, corroyéndola para permitirnos acercarnos a una multitud de relatos a través de las nuevas tecnologías de la información. A su vez el filósofo italiano defiende en Nihilismo y Emancipación (2003) a los mass media de las críticas que le hace Adorno sobre cómo uniformizan a la cultura colectiva:
La tecnología de la información desmiente las simplistas y apocalípticas previsiones de Adorno: es verdad que, por un lado, los mass media tienden a crear homologación y uniformidad en la cultura colectiva, pero es claramente visible también el fenómeno opuesto: precisamente en la sociedad en la que es más alto y está más extendido el poder de penetración de los medios de comunicación, minorías y subculturas de todo tipo adquieren visibilidades, aunque sólo sea para responder a las exigencias del mercado, que continuamente necesita contenidos inéditos, novedades.
Después de leer la cita anterior me queda en claro una cosa. Tan simplistas son las previsiones apocalípticas de Adorno sobre la homologación de los mass media que el optimismo desmedido de Vattimo sobre cómo las minorías y las subculturas reciben visibilidad gracias a los mass media. Quizás en el fondo las diferencias entre Adorno y Vattimo no son teóricas sino empíricas. Especulo que lo que sucede es que Adorno miraba televisión abierta y en especial se quedó con la Televisa de los años del noticiario “24 horas” de Jacobo Zabludowski, con la barra infantil del canal 5 y el Tio Gamboín, con los programas de concurso nocturnos del “Canal de las Estrellas”, o con la épica nacional que fueron esos melodramas como “Rosa Salvaje” y “Los Ricos También Lloran”.
En esa lógica argumentativa, también especulo que la televisión de la que habla Vattimo debe ser como una rara combinación pero real en alguno de los mundos posibles donde la calidad de producción del “E! Entertainment” se combina con los temas de los programas de la BBC de Londres o con los intereses de alguna serie cultural del Canal 22.
Es decir, en realidad Vattimo contrató un servicio de televisión de paga y las series de televisión que mira el filósofo italiano tienen el rating más bajo y no necesitan competir porque son subsidiadas por el Estado.
En la parte final de la cita vattimaniana el filósofo intenta matizar su postura aceptando que si bien es cierta esta visibilidad de las minorías y de las subculturas en sociedades con alto grado de tecnologías de la información, esta visibilidad surge por motivos comerciales: “aunque sólo sea para responder a las exigencias del mercado, que continuamente necesita contenidos inéditos, novedades.”
Esta es sin duda, la parte más lúcida porque convierte un lugar común y un dato intuitivo en la especie de corolario de su ataque en contra de lo que Vattimo denomina el simplismo de Adorno. Es decir, la aceptación de que es el mercado el que hambriento por contenidos “inéditos y novedosos” impulsa a los mass media a darle visibilidad a estas subculturas y minorías.
Gracias a la retórica del filósofo italiano nos quiere hacer tragar el síntoma por la causa. Si es en las sociedades con mayor desarrollo tecnológico en información donde se hacen más visibles estos relatos alternativos de las minorías y las subculturas no es solamente por un efecto mágico de estos mass media sino simplemente una sociedad tecnológicamente informada (aunque sea una incipiente telecracia poblada por Homos Videns sartorianos) ha vuelto a estas minorías y subculturas actores de la Sociedad del Espectáculo y descansos de la Telebasura.
Es aquí donde Sartori confunde como buen ciudadano de la Sociedad de Consumo el número de opciones en el supermercado con la calidad de las opciones y cree que es mejor contar con muchas alternativas de elección (los canales de su televisión de paga) con una, aunque sea la única y la obligada, opción buena.
El optimista Vattimo no tiene pierde. Porque una vez establecido lo anterior imagina —ahora con un encendido optimismo—que estos mass media también multiplican los mecanismos de interpretación, tantos como televidentes y tantos como cadenas de noticias:
Y no sólo esto, sino que la intensificación del sistema de medios de información tiene también a multiplicar las "agencias de interpretación", y, por una lógica paradójica de autodeterminación, estas agencias se presentan cada vez más explícitamente como de interpretación. ()
Esta última parte me parece indefendible. Y aquí de plano, si tomo parte con Adorno. No son estos medios de información vattimianos los que multiplican interpretaciones sino son más bien los que reducen la realidad de la Historia, de esa historia decimonónica y de un tiempo lineal, a la realidad de los medios de información como la única y verdadera realidad, como el Ojo Instantáneo del Mundo. Yo no he visto que los medios de información se presenten como “explícitamente interpretativos”. Bastante alejados están de esta conciencia porque cómo podrían presentar sus contenidos inéditos y novedosos si solamente los presentan como “interpretaciones” de la realidad.
Ellos juran que son hechos, presentan la imagen en tiempo real y la imagen en video digital sustituye a la palabra. Ya no hay explicación ni comprensión, no hay contextualización sólo una serie de sensaciones simultáneas de “mimetismo mediático”, todos los media dicen lo mismo, se contagian, mimetizan su agenda informativa y sus contenidos, los sentimientos se imponen a la razón, la rapidez con que presentan las cosas es más importante que la veracidad de lo que presentan, como bien lo saben los jefes de información de los media, es mejor presentar una revelación más o menos confirmada de manera inmediata que una investigación que me va a tardar meses, la información deja su sitio a la declaración, que las pasiones del televidente acompañan al escándalo, la política, es decir, la cosa pública se vuelve telenovela.
Finalmente, podríamos decir que a pesar de que ese "punto de vista supremo" justificado por la racionalidad del mundo, por la idea de progreso o por algún tipo de historicismo, ha sido devaluado por la pluralidad de puntos de vista narrativos, esto, quizás en algún momento generó un espacio democrático pero, eso sólo duró un instante, ese vacío de la razón y de la historia ha sido llenado por los media. Pero no por cualquier tipo de media sino por un media hegemónico y totalitario.
Ya sé que a muchos les va a sonar a discurso demodé pero de todos modos hay que decirlo: la fase más elaborada del capitalismo implica que ahora los medios de producción son los medios de producción de significados donde los significados se vuelven al mismo tiempo una mercancía y una heroína mediática. Los televidentes son junkees.
Los nuevos media justifican una serie de lugares comunes. Hace un mes par de meses asistí a un taller sobre blogs. El expositor, el webologo José Luis Orihuela de la Universidad de Navarra, predicaba de la escritura del blog como si hablara de las reglas para escribir un soneto. Orihuela sostenía que sólo hay que escribir párrafos breves, claros, de sintaxis simple para que los motores de búsqueda de la world wide web puedan encontrar rápidamente la información e incluirte en sus diccionarios.
La infancia del acontecimiento
Frente a la postura optimista de Gianni Vattimo sobre los mass media hay otra postura que me parece más interesante y enriquecedora. Es la postura de Jean-François Lyotard que resumimos en una cita y que seguramente le parecerá a Vattimo “simplista” y “apocalíptica”.
La Novlengua no guarda lugar para los idiomas, como la prensa y los medios no guardan sitio para la escritura. A medida que se extiende la Novlengua, la cultura declina. El basic language es la lengua de la rendición y del olvido.
Lyotard le da cuerpo a esta intuición conservadora al final de “La Postmodernidad Ilustrada a los Niños” sobre de qué manera la escritura es un acto de resistencia en una sociedad totalitaria.
Para el filósofo francés el hecho de que el novelista británico George Orwell haya escrito una novela como 1984 demuestra cómo la escritura literaria escapa a los mecanismos de dominación. Es así, plantea Lyotard, que Orwell no quiso escribir un tratado de teoría política sino un relato debido a la resistencia del relato frente a la influencia burocrática.
La defensa de Lyotard es sin duda apasionada. “Decir lo que ella ya sabe decir, eso no es escribir”, afirma Lyotard. Si aceptamos la máxima lyotardiana nos encontramos con un freno al optimismo de Vattimo con respecto a los media. “Decir lo que ella ya sabe decir”, es precisamente lo que realizan los media y sin duda alguna toda aquella escritura mediática o NovLengua que Lyotard define como la desaparición del deseo de poder decir algo distinto a lo que sabe decir, “cuando la lengua es sentida como impenetrable e inerte”, es por eso, que la escritura es aquel momento para que surja la singularidad, el instante, la iniciación, aquello que no puede ser cicatrizado, como dice Lyotard la singularidad que capta la “infancia del acontecimiento”.
Lyotard termina su argumentación explicando la relación que guardan los nuevos medios de expresión con su énfasis en la “infancia del acontecimiento”.
Con ellos y por ellos, uno procura testimoniar lo único que cuenta, la infancia del encuentro, la acogida, que se hace a la maravilla que sucede (algo), el respeto por el acontecimiento. No olvides que tú has sido y eres eso mismo, la maravilla acogida, el acontecimiento respetado, las infancias unidas de tus padres.
Es sin duda, esta “infancia del acontecimiento” una hipótesis estética, una recomendación pero no un imperativo o una descripción de un estado de cosas. Posee un carácter más bien sugerente más no reduccionista de lo que puede ser la escritura cuando escapa en su “contingencia incontrolable” de la “lengua de la rendición y del olvido” para decir lo que ella no sabe.
El fragmento
Lo que está en juego en el momento de la escritura es más que la identidad de un supuesto autor y mucho menos productivo que el “mimetismo mediático” de los mass media. Volviendo a las ideas anteriores, la escritura se encuentra en un callejón sin salida. Si aspira a la “infancia del acontecimiento” de Lyotard entonces la escritura es vieja, es decir, sólo es moderna porque el respeto del acontecimiento es un respeto por el pasado y la tradición por lo que asume parcialmente los valores de la posmodernidad, especialmente, la novela y la poesía, géneros de escritura que no pueden desligarse de sus tradiciones y del lenguaje en su forma más plástica y como materia prima. Es sin duda en la narrativa y en la poesía donde la palabra se presta a un manejo plástico y moldeable, donde se difumina la distinción forma y contenido, donde el ritmo narrativo emerge de la violencia incontenible de la escritura. Veáse por ejemplo lo que Roland Barthes dice en El Grado Cero de la Escritura cuándo se pregunta sobre la existencia de una escritura poética.
Pero si la escritura aspira a representar los valores de la posmodernidad entonces poco tiene qué hacer porque siguiendo el dictum de Vattimo son los mass media los que conforman esta muerte de la Historia y la irrupción de relatos de las subculturas y las minorías, pero no la poesía ni la narrativa, sino más bien de un modo genérico, la narrativa se expande, se infla, engorda al aceptar entre sus filas cosas tan disímbolas como las ideologías en desuso, los argumentos filosóficos de la Ilustración y hasta los eventos mediáticos que se han vuelto episodios de la Telebasura.
Aunque pudiera parecer que esto no conlleva a un desenlace trágico una reciente conferencia en la FFyL del crítico brasileño Antonio Candido (Río de Janeiro, 1918) y que reseña el periódico Reforma puede ayudarnos a superar este dilema:
El fragmento no es un trozo de texto, es aquel texto corto que quiere intencionalmente no tener ni comienzo ni final y pretende con esa especie de momento único e intermedio sugerir lo que el poeta quiere decir.
Sin duda, no es que el crítico brasileño crea que el fragmento es mejor que otras formas de escritura. Es simplemente que este carácter inconcluso del fragmento permite, quizás, lo que Lyotard le adjudica a la escritura literaria y encuentra en Orwell, a saber, una naturaleza capaz de escapar a los mecanismos de dominación, de resistir la uniformidad y la homologación que vislumbra Adorno en los mass media pero al mismo tiempo permita como quiere Vattimo que se multipliquen los “agentes de la interpretación” para que emerjan relatos alternativos de las minorías y subculturas no obligadas por la lógica del mercado en su búsqueda de lo inédito y novedoso para elevar el rating sino como señala Lyotard para evitar que se cicatrice ese instante maravilloso que es la infancia del acontecimiento.
Es así que el fragmento se ofrece como un puente entre una pluralidad de escrituras. Lo que se presenta como otro género más de las escrituras se vuelve así una conjunción entre éstas para que deje de pensar a lo híbrido como la única categoría posible de convivencia de los opuestos o por lo menos de los presuntos géneros literarios opuestos.
Poesía y periodismo: desde el desfiladero de la nota
El poeta norteamericano Ezra Pound lo avizoró diciendo que el objetivo de la poesía es “to keep the language efficient” que no es sino otro modo de decir que la poesía debe ser la que funda al ser mediante la palabra, en cliché heideggereano, o el que le da sentido a las palabras de la tribu, como lo diría Mallarmé. Esto no es más que otra forma de decir que la poesía o la narrativa —ocupo estos términos de manera muy laxa a propósito y casi de manera indistinta— permiten darnos cuenta que el lenguaje es un conjunto de metáforas en constante movimiento, es como dirían los poetas concretistas como Augusto de Campos, una rebelión contra la infuncionalidad y la formulización del lenguaje, contra su apropiación para que el lenguaje de la literatura se vuelva una fórmula, o sea, evitar que el lenguaje deje su estado salvaje para volverse ese lenguaje de novedades como el de los mass media.
Pero este propósito de evitar la fosilización del lenguaje, su purulencia, es el aire de familia entre cosas tan distantes como los poetas o los novelistas y los periodistas de los medios impresos. Que lo mismo está presente en novelistas como Charles Dickens que en Gabriel García Márquez. Dice el periodista colombiano Tomas Eloy Martínez en su conferencia “Periodismo y Narración” pronunciada a asamblea de la SIP el 26 de octubre de 1997, en Guadalajara que un dualismo para el periodista-escritor es imposible porque su unidad es el lenguaje y les resulta inconcebible la traición a la palabra:
(…) para los escritores verdaderos, el periodismo nunca es un mero modo de ganarse la vida sino un recurso providencial para ganar la vida. En cada una de sus crónicas, aun en aquellas que nacieron bajo el apremio de las horas de cierre, los maestros de la literatura latinoamericana comprometieron el propio ser tan a fondo como en sus libros decisivos. Sabían que, si traicionaban a la palabra hasta en la más anónima de las gacetillas de prensa, estaban traicionando lo mejor de sí mismos.
Tomas Eloy Martínez rechaza que un periodista-escritor pueda dividirse entre el gacetillero y el poeta de medianoche, a costa de una traición a lo más valioso de si mismo, el respeto a la palabra, es decir, a la “infancia del acontecimiento”.
Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueve a doce de la noche y el reportero indolente que deja caer las palabras sobre las mesas de redacción como si fueran granos de maíz. El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa. Puede que un periodista convencional no lo piense así. Pero un periodista de raza no tiene otra salida que pensar así.
Y si esto es así, podríamos entonces reformular la máxima lyotardiana aceptando que por lo menos, y así lo espero yo de manera vehemente, al mismo tiempo ingenua, que en la prensa y en algún tipo de media (pienso en los weblogs) si hay lugar todavía para la escritura.
Cuanta razón tiene Tomas Eloy Martínez cuando nos advierte en contra de la visión empresarial de los dueños de los medios impresos que creen que la prensa tiene que competir con la televisión o los medios electrónicos haciendo “notas digeribles”, de fácil acceso exegético, al estilo de pildoritas informativas:
¿Qué hizo suponer a muchos empresarios inteligentes que, para enfrentar el avance de la televisión y del internet, era preciso dar noticias en forma de píldoras porque la gente no tenía tiempo para leerlas? ¿Por qué se mutilan noticias que, según los jefes de redacción, interesan sólo a una minoría, olvidando que esas minorías son, con frecuencia, las mejores difusoras de la calidad de un periódico? Que un diario entero está concebido en forma de píldoras informativas es no sólo aceptable sino también admirable, porque pone en juego, desde el principio al fin, un valor muy claro: es un diario hecho para lectores de paso, para gente que no tiene tiempo de ver siquiera la televisión.
Para lo que Eloy Martínez propone una reformulación de este tipo de escritura: “El lenguaje del periodismo futuro no es una simple cuestión de oficio o un desafío estético. Es, ante todo, una solución ética.”
Al cerrar este apartado, sólo me basta decir un par de cosas que pueden resultar harto cuestionables a estas alturas. Como diría Milán Kundera la novela debe ajustarse a aquello que puede decir, y si la poesía quiere mantenerse a la altura de los tiempos esto es contradictorio consigo misma porque lejos de ser una búsqueda de novedades necesita mantenerse como una crítica radical del lenguaje. Es como dirían algunos versos, de ese poeta beatnik avecindado en Xalapa, Veracruz, Ramón Rodríguez, en su libro Cuartel de Invierno (1987) “palabras de barro, afiladas sílabas de obsidiana, la soledad no es mala compañía, sigue danzando”. Esa quizás es una de las misiones de la poesía en un mundo poblado de relatos donde Hercules, Dionisio y Cristo —diría Hölderlin— abandonaron el mundo.

miércoles, noviembre 02, 2005

Había pensado en todas esas formas de escritura que podían llenarlo todo. Como un retablo barroco. Como los trebejos en el sótano de la casa. Ahí estaba de pronto, sentado en esa mesa de café en una ciudad vieja, en una ciudad que se sabía vieja y que además lo presumía a gritos en las fotografías que colgaban de la pared del “Wimpys”. Pero ¿no era en realidad el mismo quién lo miraba todo viejo? ¿No eran en realidad sus ojos los que hacían que mirara todo viejo?
Pero él se afanaba, con ese afán anegado, tonto y lamentable en buscar esas “formas de escritura” que creía él, iban a dejarlo seco y desértico.
Naufrago de quién sino de si mismo, rastrojos de ese presente lo quería todo como si de veras existiera y su lamento le diera fuerzas para seguir buscando una “forma secreta de escritura”.
Es como la versión psicológica de la ética de Levinas.

La palabra asoma, es decir “se asoma” sobre la visión para descubrirnos en nuestra desnudez como personas, ante lo que estamos no es una diferencia que nos constituye empíricamente sino que se trata de una inscripción en otro espacio. A veces se trata de la inscripción en la página en blanco pero en otras ocasiones es nuestra inscripción en un discurso.
Todo lo que afirmamos en un momento dado no es más que un momento del discurso-diálogo.
Necesitamos hacer una inscripción estratégica en el corpus de la Gestell.

Cito:

"Porque mira cuando lo miro y sobre todo me habla".

Hay aquí algo que parece tan normal que las personas nos hablen y nos miren cuando las miramos. Pero esta imposibilidad —yo no sé si ontológica o natural— de reducir a las personas a un objeto, a una cosa, a un instrumento es el fundamento de nuestras relaciones en el mundo. Un fundamento así me parece que es gratuito. Es gratuito se da, se concede, se otorga de entrada. Luego, esto es algo que a veces perdemos.
...
Me encontré esta cita de Fritz S. Perls en el blog de mi amigo Arturo Aquino.

Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo.
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas
Y tú no estás en este mundo para llenar las mías.
Yo soy yo y tú eres tú.
Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso.
Si no, no puede remediarse.
Es como si construyera un discurso precisamente para evitar un contacto con las cosas. O para tocar sólo aquellas que pudiera manejar o que no me dañaran, es así que no sólo el lenguaje es un mediador de la realidad sino que registra sólo aquello que deseo. Hay una gramática del deseo inserta en el discurso. Pero deseo y quiero infinitamente. Siempre deseo y siempre quiero.

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.