lunes, marzo 26, 2007

cronistas en Zacapoaxtla

Publiqué en Intolerancia Diario la versión "oficial" del foro de cronistas en Zacapoaxtla.
Espero que al rato pueda escribir la versión otra del foro.
Por mientras los dejo con esta.

domingo, marzo 25, 2007

El cronista en su misión frente a la historia


* ponencia escrita para el Primer Foro de cronistas e historiadores realizado en Zacapoaxtla el 23,24 y 25 demarzo


Para la academia, la diferencia entre el historiador y el cronista es abismal; además, para la academia, esta diferencia es una diferencia esencial, natural, casi eterna, es decir, ahistórica.

A estos dos personajes los divide un abismo metodológico y por lo tanto, científico. Ya que mientras el historiador realiza su trabajo a través de una metodología, propone una hipótesis la cual debe sostener con documentación de primera mano o testimonios, el cronista apela a algo que no requiere sistematizar: la memoria colectiva o comunitaria, las tradiciones, la vida cotidiana o la tradición oral.

Mientras una a toda costa busca probar, la otra sin la presión de la prueba pero recurriendo a ella, intenta describir pero más aún narrar. Frente a la “prueba” la descripción y la narración palidecen.

Los dos surgen para recuperar los orígenes de una comunidad o de un grupo social.

Sin embargo, la historia ha desdeñado a la crónica por su ausencia de rigor científico. Esto, es un hecho reciente. Curiosamente, también es un hecho histórico, que esta diferencia surge en los momentos en los que la ciencia gana una reputación especial entre los saberes y en que las llamadas ciencias duras relegan a las humanidades de su pertenencia a este selecto club si es que éstas no se amoldan a los modelos de ciencias como la física.

Es así que Herodoto queda atrapado por las ambiciones de Newton.

La historia se mira a sí misma y en su deseo de reconocimiento social cumple los exigentes requisitos para su inclusión en el reino de los saberes.

Lo anterior data de apenas unos siglos atrás. Sólo que la historia lo ha olvidado. Las razones de esta desmemoria son sin duda ideológicas. La historia cuenta de sí misma versiones heroicas y casi míticas.

Es cierto, que así cuando el historiador busca las causas o la explicación de algún evento el cronista se contenta con la recuperación de un relato o en relatar él mismo algo que pasaría inadvertido.

El mito

Pero la pretensión de “hacer un relato” no es poca cosa. En la antigüedad, la sociedad giraba en torno a los mitos. Como se intuye un mito es un relato sobre los orígenes. Dicen los psicoanalistas que el mito es la narración que muestra una explicación para la cual no hay otra explicación. Para Rollo May en su libro La necesidad del Mito: “un mito es una forma de dar sentido a un mundo que no lo tiene. Los mitos son patrones narrativos que dan sentido a nuestra existencia (…) Son como las vigas de una casa, no se exponen al exterior, son la estructura que aguanta el edificio para que la gente pueda vivir en el. (…) son el relato que unifica nuestra sociedad”.[1]

Llos mitos son estructuras narrativas dotadoras de sentido. Un sentido que no es descriptible en términos científicos porque carece de cuantificación y por lo tanto no es predictible.

Frente a esto no nos quedaría más que renunciar al mito y quedarnos con la ciencia o en otras palabras renunciar a la crónica y quedarnos con la Historia.

Pero dicha renuncia nos dejaría muy lejos de lo humano.

Paul Ricoeur es muy conciente de cómo el mito es una forma de saber que sin las restricciones de la ciencia apunta también a una serie de saberes. Es decir, que sin perder su racionalidad mantiene también un amplio terreno para otro tipo de reflexión que no se ajusta a los estrictos canones de la ciencia.

Ricoeur destaca la importancia de los símbolos: “El símbolo da que pensar”, acuña Ricoeur esta frase cuyo significado entraña que sin renunciar a la reflexión el ser humano construye y encuentra su sentido.

Pero esta no es una reflexión inmediatista o medible porque cómo lo sabe Ricoeur no se trata de un premio sorpresa: “el símbolo no guarda entre sus pliegues ninguna enseñanza disfrazada que se pueda desenmascarar con sólo recorrer una cremallera y dejar caer el ropaje caduco de la imagen.”[2]

Como nos lo recuerda el filósofo Paul Ricoeur en el relato lo que se ha de comprender no es “lo que está detrás del texto” sino “el tipo de mundo que la obra despliega de alguna manera delante del texto”. Y al escribirse un relato se realiza una “mimesis”, es una “una imitación creadora de la acción de los hombres.”

Por lo tanto, si la Historia quiere reencontrarse con los hombres y las mujeres deben recuperar la conciencia de aquellos lugares a dónde se dirige. Sus ambiciones metodológicas surten un efecto mágico para los especialistas, sus notas al pie de página y su aparato crítico los dotan de un rigor para dialogar entre iguales. Pero en su renuncia al mito la Historia abandonó su capacidad para recuperar la memoria y los sentidos olvidados por el avance demoledor de la modernidad, la industrialización, el progreso y la ciencia.

Lo que los dioses hicieron en sus comienzos

Sin duda, así tenemos todo un catálogo de lenguas oficiales. La estructura narrativa para el novelista, la metodología científica para el investigador, la forma piramidal y los datos duros para el reportero, la melancolía putrefacta o el gozo estéril para el poeta.

Pero ninguna de estas lenguas oficiales le pertenece por naturaleza propia al cronista. Sino que más bien el cronista está en la posición de ocuparlas todas y deshecharlas todas porque la misión del cronista es insalvable. Es muy parecida a la del poeta, me atrevo a sugerir. Y cuando el historiador quiera renunciar a sus privilegios de científico social podría también incorporarse. La crónica, la poesía y la historia confluyen en una recuperación de nuestra misión perdida: “Debemos hacer aquello que los dioses hicieron en sus comienzos”, dice Mircea Eliade. [3]

Por lo que ahora surge la pregunta ¿y qué es aquello que “los dioses hicieron en sus comienzos”? Esa es, quizás, la más profunda de las misiones del cronista. La de recuperar el tiempo original, el tiempo, si se puede decir así, del caos, aquel en que los dioses aún moraban con los hombres, en que los hombres aún dialogaban con los dioses.

Pero en nuestros “tiempos de penuria”, ahora que los “dioses nos han abandonado”, en nuestro afán de controlar y dominar al mundo, de decir la “verdad” a través de metodologías, de expulsar a la imaginación y a la especulación de la scientia para volverla ciencia, quizás lo único que nos queda es recuperar el “pensamiento del símbolo”.

Recuperación que sólo es posible desde las viejas formas narrativas, aquellas que la crónica, la historia y la poesía pueden encontrar y al mismo tiempo decir.

El teólogo e historiador Ruben Alvez relata esta experiencia del descubrimiento del símbolo y compara al historiador con un “sembrador de esperanzas” más que como un “arqueólogo de memorias”. Si algo nos dice Alvez es que la recuperación de la memoria es como el encuentro del “amante con una carta que lo haría feliz” o el hallazgo del “testamento olvidado”:

“El historiador así, es alguien que recupera memorias perdidas y las distribuye, como si fuera un sacramento, a aquellos que perdieron la memoria. En verdad, ¿qué mejor sacramento comunitario existe que las memorias de un pasado común, marcadas por la existencia del dolor, del sacrificio y de la esperanza? Recoger para distribuir. Él no es sólo un arqueólogo de memorias. Es un sembrador de visiones y de esperanzas. ...¿Puede un historiador ser objetivo y desapasionado? ¿No hace él sus investigaciones como alguien que busca una carta de amor perdida, carta que haría al amante feliz para siempre, como alguien que busca un testamento olvidado, testamento que haría rico al pobre que lo busca?”

Lo otro, lo multicultural

La crónica siempre nos presenta un rostro. O vamos. A esto debería aspirar. A presentarnos uno o más rostros; a mostrarnos en su mundo la interacción de otros seres humanos. El cronista sólo puede relatar un acontecimiento en su integridad no cuando lo relata desde distintos puntos de vista o perspectivas sino cuando lo hace desde el corazón de alguno de los participantes. El cronista cuando aspira a volverse un panóptico se equivoca; su mirada no es la del explorador que atisba un lejano territorio desde lontananza. Tampoco el cronista es un apegado al microscopio que observa frenéticamente algún compuesto químico. La crónica es más bien una mirada, entre otras, al mundo. Pero su capacidad de entrecruzar los géneros, de marchar entre la comprensión y la explicación, de ser conscientemente un ejercicio de interpretación —más al estilo de un danzante, de un actor de teatro o de un cocinero— le impide los excesos del historiador positivista o del sociólogo del posestructuralismo en turno, las ficciones holográficas del narrador desenraizado o del poeta melancólico y que disfraza su falta de oficio con los rebuscamientos de un pesimismo cursi.

Pero tampoco una suerte de misión para el cronista de volverse un buscador de la verdad o un reivindicador de las identidades; estas se reivindican a si mismo.

Muchas veces el cronista está del otro lado. Del lado de la imaginación y de la invención. Para el cronista la realidad no está ahí afuera, tal y cómo sucede, objetivamente, lista para ser descrita. Ahí afuera, vamos, en ese “exterior social” hay muchas voces, percepciones, testimonios, descripciones, tantas como sujetos o subjetividades existan, no se trata de volverse un juez de las percepciones

El cronista, como “Para mi es fundamental que un reportero esté entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. La mayoría de la gente en el mundo vive en muy duras y terribles condiciones y si no las compartimos no tenemos derecho, según mi moral y mi filosofía, a escribir.”

El extinto periodista polaco Ryzard Kapuzcinski nos recuerda como la empatía nos permite reconocer las diferencias entre las mujeres y los hombres del planeta: “ Para mi una de las características del reportero es la empatía, esa habilidad de sentirse inmediatamente como uno de la familia. Compartir los dolores, los problemas, los sufrimientos, las alegrías de la gente, que de inmediato reconocen

Creo yo que frente a las grandes narrativas o meta-relatos de la historia uno encuentra en la crónica una serie de discursos capaces de desmontar el aparato estatal de la verdad.

Es propio de este momento histórico y filosófico, de este Zeitgeist la ocupación de la narrativa o de relatos alternativos para lanzarse en pos de nuevos mundos. Vulgarmente se creía que la crónica era el recuento de los hechos del pasado. Pero en esta tesitura nos encontramos con que la crónica es la recuperación del símbolo, el que se acerca al mito, la crónica es un diálogo permanente con el mito.

En su tesis VI sobre la Historia, Walter Benjamín nos recuerda lo que podría hoy en día ser la misión del cronista que “en cada época deben realizarse nuevas tentativas para arrancar a la tradición del conformismo que pretende dominarla. El Mesías no viene sólo como el Redentor: él viene también para derrotar al Anticristo. Sólo aquel historiador que esté firmemente convencido de que hasta los muertos no estarán a salvo si el enemigo gana tendrá el don de alimentar la chispa de esperanza en el pasado. Pero este enemigo no ha dejado de vencer” .



[1] Rollo May, La Necesidad del Mito, Paidós, Buenos Aires, p. 17

[2] Ricoeur Paul, Finitud y Culpabilidad, Madrid, Taurus, p. 490

[3] Mircea Eliade, Tratado de Historia de las Religiones, Era, 1992, p. 372

hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.