domingo, enero 18, 2004

Las Olas de Woolf
La edición de Las Olas, por la editorial Pengüin, en su versión de bolsillo, presenta en la portada un detalle de Cliffs and Breakers de James Mcneil Whistler, de la colección de la Hunterian Art Gallery de Glasgow.
La versión de bolsillo, obsequia al lector con una breve introducción de Kate Flint, especialista en ficción de los siglos xix, y principios del xx. Su introducción inicia con una cita: The greater impersonality of women´s lives will encourage the poetic spirit, and it is in poetry that women´s fictions it´s still weaknes.
Y remata: Autobiography it might be called.
Es, una de las consecuencias de las Olas, refutar a través de la escritura, esta debilidad de la que habla Virginia Woolf . Si en la poesía la debilidad de las ficciones femeninas es todavía débil, la misión de las Olas, será condenar al olvido esta flaqueza.
La autobiografía no es un género menor. ¿Qué significa en estos términos que la autobiografía sea un asunto de géneros? ¿Podría mirarse a la autobiografía como este impulso del espíritu poético? Pongamos las preguntas de otra manera, entre la Confesión, el Diario Personal y la Autobiografía, se establecen semejanzas; el descubrimiento de la verdad de la propia vida, ya sea, desde el arrepentimiento por insistir en el camino equivocada, San Agustín, o Santa Teresa de Avila. Llevada hacia tonos alejados de la tensión religiosa, Rousseau. Aún, con esta intencionalidad manifiesta, la de confesar, encontramos, en el intercambio epistolar, rastros, indicios, pistas, tendencias, márgenes y riberas, donde la confesión se presenta involuntaria, y quizás por esto, con una amplitud no hallada en las piezas dirigidas, expresamente, para lograr tal propósito.
En el diario personal, los excesos de la intimidad, los escarceos sentimentales, emotivos; la pugna, a veces, recurrente, de la conciencia, que oscila, ante la justificación desanimada y el éxito de la culpa. La transgresión se vuelca en unísona escritura, en reconocimiento de la posibilidad de explorar territorios limítrofes. El riesgo, de esta escritura testimonial por cronológica y urgida de un espacio íntimo, es cierto aire de cursilería.
Las historias del encuentro de los diarios, (o de manuscritos que se daban por descontados) es el hallazgo milagroso, inesperado, y que a final de cuentas, resulta revelador. Los diarios secretos de fulanito, esperaban el fuego consumidor. Encontraron, la divulgación pública, el hartazgo del detalle, la masificación del acontecimiento. Por eso, la hipótesis de los diarios sinópticos. Narrar el acontecimiento, desde diversas voces. Platicar el acontecimiento para públicos diversos. He aquí, y no en la criptografía del diario, la posibilidad de convertirlo en un evento privado.
La autobiografía, es un ejercicio de la memoria. Como toda escritura, se templa en la memoria. Las palabras, sus caracterizaciones, efectúan recorridos que aran el pasado, y al mismo tiempo lo estructuran, lo construyen, lo edifican. La autobiografía, es una elegía de la retrospección.
De este modo, uno se percata de cierta constitución humana: los actos de habla, para decirlo con Austin, nos conforman. Somos, no únicamente, una sustancia, sino una colección de adjetivos, y de verbos. Los sustantivos, podemos mirarlos como haces de adjetivaciones, de modificadores de la acción; y como acciones.
Somos historia, no sólo en la dirección de lo que instauramos, y nos apropiamos. No sólo en esa recepción-dialéctica del hecho social. Construimos el hecho social que nos construye. En un tiempo, y en un espacio concretos, identificables, reconstruibles; un tiempo y un espacio, del cual podemos hablar. Hablar, aquí aparece, con esa fuerza de lo informativo, de cierta referencialidad; o como dirían, los positivistas del Círculo de Viena, apegado a un criterio de significatividad.
Así, es que la confesión, el diario, y la autobiografía son escritura del pasado. Son la vertiente individualizada de la Historia, con mayúsculas, y con su sana ventisca de metarelato; de historia, a veces anecdótica, por momentos, atrapada en la Edad de Bronce, épica, y de inmortales héroes. Siguiendo esta analogía, de los distintos tipos de historia, o de su evolución, ¿cuál, entonces, sería, la historia crítica? Creo, que estos elementos críticos, aparecen en la escritura de una vida que se evalúa. No es tan evidente, pero la evaluación de una vida, es un desperdicio del verbo evaluar ¿cómo podemos evaluar algo que no es nunca acabado, la vida? Y si fuera acabado, ¿cómo podríamos evaluarlo? Los términos tajantes y absolutos, son ofuscados por la misma vida.

Quizás, en este término medio de evaluación, la impersonalidad de la cita de Woolf, nos permitiría una salida provechosa.


La ficción y la historia apuntan a destinos disímbolos. Pero esta diferencia de destinos, es lo que se encuentra en crisis. ¿Cómo distinguimos, únicamente a partir de su estructura, de su organización, de su forma, ambos tipos de viajes? El viaje hacia la verdad. El viaje hacia la verosimilitud. ¿Qué hay en un texto que nos indique la verdad del mismo?
Podemos apelar, a las intenciones del autor (nótese este ejercicio de lo interpretado); a su honestidad, a la cercanía con el hecho, a su carácter testimonial. Podemos decir, que es un narrador que ha participado de los hechos. Entonces, cotejar con otras fuentes, y subsanar nuestras incertidumbres.
Desde el texto mismo, sólo podemos apuntar a la verosimilitud; a eso, que parece, pero que no es la verdad.
Los géneros testimoniales, nos proporcionan un nuevo destino. El de la verdad particular. No el de la opinión. No el de mi opinión. ¿Quién puede hablar “mejor” de nosotros mismos que nosotros?
Hay que tomar prudentes distancias.
Es aquí donde la impersonalidad tiene su ámbito.

Ii
Leamos de nuevo a Kate Flint: Woolf moved away from conventional patterns of plot… and claiming that the novel´s true task is the complex one of representing character.

Iii
Jaako Hintika ha escrito dos ensayos sobre Virginia Woolf. Uno, incidental, El viaje filosófico más largo. La búsqueda de la realidad como tema común en Bloomsbury. El otro, incide sobre el realismo de Russell y su representación en la literatura, el título es por demás conmovedor, Virginia Woolf y nuestro conocimiento del mundo externo.
En nuestro pesado mundo intelectual, la relación entre filosofía y literatura, no deja de ser tratada con languidez. Quienes poseen rigor filosófico, rigor del ejercicio de la argumentación filosófica, rara vez se asoman al mundo de la ficción. Quienes ejercen sobre la literatura, ya en la línea de la crítica, ya en el ejercicio de la escritura de ficción, cuando se lanzan a consensar estos territorios escindidos obturan sus motores.

La separación entre literatura y filosofía es peligrosa. Cuando se lee el Banquete, no es gratuita la intervención de poetas, médicos, legisladores. No son, nada más, personajes, cuyo trabajo es dar a conocer ciertos argumentos.
Cuando se lee el Tractatus, uno se encuentra ante una urbanización lingüística. Ante el rigor de la escritura de la contención.
El prólogo de Descartes en las Meditaciones, es una recuperación de la estilística epistolar; puede justificar, la misma demolición de aquello ante quien se justifica.

En las circunstancias, en que la filosofía ha querido acompañar a la ciencia, disciplina exitosa, heredera de los fracasos de la filosofía, es flexible al desligarse de la misma. Si la filosofía, ha buscado la verdad, y la ciencia, es quien la ha encontrado, (en este esquema superficial), entonces, el deslinde también debe dar al traste con las humanidades, con todo y literatura por delante. El existencialismo, y en menor medida, la fenomenología, cita de dos casos, son aves ajenas al estudio de la filosofía, de la filosofía de la ciencia.
En mucho ha contribuido, el desarrollo positivista a marginar los encargos de la literatura, exabruptos de la emotividad; la fantasía, como sentido sin referencia; o de plano, sin sentido.
Por otro lado, la literatura, quienes ejercen la literatura como profesión, ha dicho, basta ya al ninguneo de la modernidad. Nosotros, también estamos aquí, y también nos constituimos en conocimiento. Conocimiento, con este acento, de lo medible, lo cuantificable, lo unitario. De algún modo restrictivo, limitador de los devaneos de la opinión, del oportunismo crítico, se ha asentado una reflexión sobre la literatura con carácter metodológico, y de ahí a lo científico, no existe gran trecho.

Propongo una distinción mínima e irrisoria, que la cientificidad de la literatura, recupere la diferencia del objeto estudiado. Nueva distinción, decir objeto estudiado, implica, ya un corte, y estas tijeras, que aceptamos a priori, automáticamente, merecen también un escarceo previo.
¿Qué tijeras ocupamos para asignarle un lugar al objeto literario? ¿Las mismas para el humus literario? Escarbemos en Hintika: Virginia Woolf no está buscando a tientas tan sólo un método para representar la concepción del mundo de este o aquel personaje, diferente de la suya o de algún lector.
El texto no es una representación de una realidad. Digamos, en Virginia Woolf, sus textos, no representan una realidad, sino son la búsqueda de un método para representar la concepción del mundo en común.

Bertrand Russell no participó directamente en las reuniones del grupo de Bloomsbury. Fue G.E. Moore, quien sí lo hizo. En Certidumbre, Wittgenstein discute las posibilidades del realismo. Del realismo que Moore considera inexpugnable. Que dudar representa la aceptación de este juego de lenguaje, deplora ya la conducta del refutador sistemático. (Vaya oxímoron epistémico: alguien que duda ordenadamente, bajo ciertas reglas; para que el escéptico fuera consistente, necesitaría brincar al sinsentido o guarecerse en el silencio). Russell es un realista persistente, desde su concepción atomista de la realidad, hasta su búsqueda de universales en las relaciones (Pedro ama a María; Córdoba está al sur del Distrito Federal). Divide el conocimiento en conocimiento directo y conocimiento por descripción. El conocimiento directo es el que poseemos por nuestras percepciones de data-senses.

Traicionemos a Hintika. ¿Cómo conocemos? Memoria y conocimiento nunca se dislocan. Memoria, historia y lenguaje. La narrativa, entreverada, en la tensión de la poesía, y de la memoria. Memoria constituida, por millares de instancias, de minúsculos granos de acción, actividades que podemos codificar en una oración, actividades a las que les damos forma, a las que atrapamos, como pescadores, en una categoría; el mundo de la memoria, del lenguaje y de la historia, se condensa en la conciencia, conciencia no sólo de la fragmentación, como actividad independiente de un sujeto, sino de la fragmentación que conforma la conciencia. No es filosofía de la mente llevada a la literatura; o una relectura del problema de la identidad en Hume. No es tampoco, una reconfiguración psicológica.
En Las Olas, el fluir de conciencia, aparece no únicamente como un recurso narrativo. No. Narrativo entendido en la tesitura de lo que está en el mundo. Narratividad como fluir del mundo. El mundo fluye al nivel en que se percibe. El mundo se percibe y fluye. No estamos ante una polifonía (tan de modo con Kundera, o con ciertos momentos de una narratividad sinóptica, y limitante); estamos ante la conversión de la narrativa en episteme. Acotemos esto último, pensemos en la analogía entre Las Olas y su propia construcción.

sábado, enero 17, 2004

Va de nuevo Smith
Ahí se encontraba de nuevo, a un costado, en uno de los espacios donde la mirada obsesiva de la TelePantalla no podía llegar. Entonces, —relata la novela— Winston Smith hizo lo que estaba aguardando desde varios días atrás azuzado por el hueco destinado a guardar libros que lo sacaba del campo visual de la TelePantalla. Todo había empezado como un juego: sacar de su mesa una botella de tinta, un manguillo de acero y una libreta con un forro estilo de mármol y lomo rojo. De ahí, había hecho lo que había pensado con antelación borrosamente, lo que lejanamente había intuido: trasladar su monólogo de conciencia a las amarillentas hojas de la libreta que había comprado en el mercado negro.
Relata la novela que no fue sólo la distribución de la habitación lo que indujo a Winston a escribir su diario sino también el papel cremoso y liso del cuaderno, la vejez del objeto y la manera en qué lo había encontrado en la tienda de una zona miserable de la ciudad entre objetos inservibles.
El deseo de poseerlo lo abrumó.
Y en el momento de comprarlo no supo para que lo quería.
....
La cirugía sobre el texto había sido insistente. Lo había escrito de tantas maneras, había regresado una y otra vez al texto, lo había desgranado del párrafo a la palabra, había omitido frases enteras que un principio le parecieron generosas, explicativas y contundentes; había añadido cláusulas ahí donde el único modo de decirlo había sido colocar esas prótesis; las amputaciones no habían sido dolorosas servían al propósito objetivo de evitar cualquier trazo cosmético, y encapsular aquello inutilizable. Se había anestesiado con música electrónica, luego con la banda sonora de una trilogía cinematográfica de un autor polaco y había dejado que las cosas se acomodaran, que lo leído se asentara, en esa zona de placidez, se distendiera para dejar el paso a la oxigenación, a los sedantes, a la desescritura.
....
Había escrito hace más de un año en la soledad de su oficina. “Su rebelión inicia en la escritura cuando escribe la fecha 4 de abril de 1984 pero este acontecimiento culmina cuando en su locura visita a O´Brien, un camarada del partido interior quien primero lo seut Caracas, her mythical line of mountains obscuring or filtering the sea. He had only lived there a total of seven years, divided into various seasons throughout different zones of the valley metropolis.


II

They parked the car at a Cada supermarket in La Florida, walked several blocks to a por puesto van stop and rode along an avenue into el Centro. They reached the DIEX building after crossing a thick morning street near the former Universidad Central and Biblioteca Nacional building, crowds of buhoneros setting up their low tables and stands under tarps along the sidewalk, under the sculpted white facade of the walls, closed wooden window shutters. Crossing the street he watched an ancient tree jutting from the street, its lower trunk painted white as it intersected the crosswalk, diverting traffic into two lanes of metal. He was trying to write the book of that city he was also trying to leave. It seemed heavy prose crowded his talent as a reader of fictions and a minimalist tendency eroded his stanzas. Or was he imagining the city again?

The doctors at the DIEX were multiple and for the most part blessedly reasonable and responsive. Having expected talibanes grinning at his U.S. passport, what actually ensued were hours of nervous, patient, humbling waiting under dull lights in dilapidated office clusters on three different floors. Following one doctor to another's office, leading finally to the doctor in charge of managing Venezuela's borders. During these hours, he had noticed the dozens of lines for various documents throughout the building, permits and approval stamps at a stand-still pace ("I had not thought death had undone so many."). Eventually, their explanations and waiting were fruitful, and the doctors reached an agreement, granting them a temporary permit to leave the country anytime within the next week.

III

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ose who have betrayed the ideal of fair competition. You have to be more hopeful and growth-oriented than your oppon
Va de nuevo Smith
Ahí se encontraba de nuevo, a un costado, en uno de los espacios donde la mirada obsesiva de la TelePantalla no podía llegar. Entonces, —relata la novela— Winston Smith hizo lo que estaba aguardando desde varios días atrás azuzado por el hueco destinado a guardar libros que lo sacaba del campo visual de la TelePantalla. Todo había empezado como un juego: sacar de su mesa una botella de tinta, un manguillo de acero y una libreta con un forro estilo de mármol y lomo rojo. De ahí, había hecho lo que había pensado con antelación borrosamente, lo que lejanamente había intuido: trasladar su monólogo de conciencia a las amarillentas hojas de la libreta que había comprado en el mercado negro.
Relata la novela que no fue sólo la distribución de la habitación lo que indujo a Winston a escribir su diario sino también el papel cremoso y liso del cuaderno, la vejez del objeto y la manera en qué lo había encontrado en la tienda de una zona miserable de la ciudad entre objetos inservibles.
El deseo de poseerlo lo abrumó.
Y en el momento de comprarlo no supo para que lo quería.
....
La cirugía sobre el texto había sido insistente. Lo había escrito de tantas maneras, había regresado una y otra vez al texto, lo había desgranado del párrafo a la palabra, había omitido frases enteras que un principio le parecieron generosas, explicativas y contundentes; había añadido cláusulas ahí donde el único modo de decirlo había sido colocar esas prótesis; las amputaciones no habían sido dolorosas servían al propósito objetivo de evitar cualquier trazo cosmético, y encapsular aquello inutilizable. Se había anestesiado con música electrónica, luego con la banda sonora de una trilogía cinematográfica de un autor polaco y había dejado que las cosas se acomodaran, que lo leído se asentara, en esa zona de placidez, se distendiera para dejar el paso a la oxigenación, a los sedantes, a la desescritura.
....
Había escrito hace más de un año en la soledad de su oficina. “Su rebelión inicia en la escritura cuando escribe la fecha 4 de abril de 1984 pero este acontecimiento culmina cuando en su locura visita a O´Brien, un camarada del partido interior quien primero lo seduce elogiando su capacidad para dar giros inéditos del a los documentos que Smith redacta en novlingua, y luego, lo purifica de su ideadelito en la habitación 101. Esa visita a O´Brien lo descubre en su deseo de rebelión. Smith únicamente concibe la rebelión orquestada por un líder, por una doctrina y una organización. Esa, es una concepción positivista de lo acrático porque al delimitarlo lo derrota. Eso, es lo falsamente acrático.”
Pero en esos párrafos no estaba el campo de futbol terregoso, ni la sensación de que todo lo que estaba ahí podía construir un video, un video de la gente que jugaba futbol una tarde en la que todo el mundo trabajaba, ni la caligrafía de la rodada de las bicicleta en la media cancha, tampoco los cachorros de hienas desatadas que perseguían a sus víctimas jugando encantados, ni el balón que del manchón de penalty, es decir, ahí donde debía estar un manchón de penalty, y partía pateado por una pierna morena —joven pero que seguramente sería varicosa— mientras el portero esperaba atajar el lance, ni el paso del tren a unos metros de las casas de los paracaidistas. Y ahora se preguntaba si en aquella tarde mientras leía la novela de Orwell tirado en ese escenario le había prestado realmente a la lectura la concentración necesaria y si aquellos subrayados de la sección de la novela que había trazado con sincera emoción —así lo había recordado durante varios años cada vez que se sentía impelido a escribir sobre el asunto, a reencontrarse con el guión esperado que no ha escrito—no habían sido más que una ilusión provocada por la calidez de la tarde y otros recuerdos menos gratos.
...
Alguna vez también había mirado un programa de televisión sobre Orwell, lo había atrapado —y no sabía porqué pero era un punzante recuerdo— la soledad con la que Orwell ya enfermo había escrito 1984 en una casa de la campiña irlandesa. ¿Irlandesa? ¿Británica? No era la tranquilidad de la cabaña donde Martín Heiddeger pasaba días enteros escribiendo “Ser y Tiempo.” Era más parecida a los desnudos cuartos donde Wittgenstein daba vueltas hasta topar con el hilo para desenmadejar las hebras atoradas de “Principia Matemática”. Poseía la intimidad de la habitación que Charrington le había rentado a Winston Smith en algún barrio pobre pero era seca y fría como el departamento de Smith en las Mansiones Victoria .
Un diario es más que un bloque de notas.
Winston Smith anotaba en su diario: “Si hay alguna esperanza está en los proles.” Para algunos la anotación de esta frase iniciaba ya la rebelión, colocar en el papel viejo esta concatenación de signos, haber garrapeteado de su propio puño y letra que los proles eran el futuro alimentaba su “ideadelito.”
Esto ya era otra cosa. Había empezado como una relatroría, como un encuentro casual, como un bloque de similitudes y ahora se encontraba con que lo que había escrito sobre la novela le parecía o demasiado cauteloso o simplemente cuadrado y temía pasar de un juicio sobre el texto a un juicio sobre él mismo, y así había inconcluido varias historias, dejado truncos algunos poemas y anestesiado amistades y proyectos.
El nivel de exigencia lo había rebasado, ahí dónde sólo había que colocar algunas comas.
....
La novela de Orwell da pocos detalles .


1984

La novlingua no guarda lugar para los idiomas,
como la prensa y los media no guardan
sitio para la escritura.
Jean-Francois Lyotard


Mientras Winston Smith piensa que los mejores libros son los que nos dicen lo que ya sabemos Julia sube la escalera al cuarto que el señor Charrington les renta; Smith percibe la tibieza del aire, se acomoda para leer y escucha cantar a una gorda caderona que tiende su ropa.
El libro ha sido hojeado por muchas manos. Winston le comenta a Julia que los miembros de la Hermandad deben leer. Ella no le presta mucha atención cuando él lo lee en voz alta, es más la lectura la adormece, ella, semidesnuda, queda dormida a su lado, en esa cama donde saltan las chinches después de hacer el amor hasta que las botas militares despiertan a los amantes.

El diario
Winston Smith anota en su diario: “Si hay alguna esperanza está en los proles”. Su rebelión inicia en la escritura solitaria de su diario cuando escribe la fecha de su primera confesión en su cuaderno de lomo rojo: “4 de abril de 1984”. Este acontecimiento que abre las puertas al ideadelito culmina cuando visita a O´Brien, un camarada del Partido Interior quien primero lo seduce con elogios sobre sus capacidad para redactar documentos en novlingua y luego lo limpia de su ideadelito en la Sala 101.
En su impulso por rebelarse Smith acude a la casa de O´Brien y ahí en la búsqueda de la conspiración de Goldstein le descubre a O´Brien su deseo de rebelarse. Rebelión que únicamente concibe dirigida por una organización clandestina: la Hermandad. Lo delata su forma positivistas de concebir la rebelión.
Para Winston Smith la rebelión sólo es posible cuando se conoce la doctrina de la Hermandad. El acto de buscar a O´Brien lo aparta de la rebelión y lo consagra para la Hermandad, que con su doctrina, su ideario y sus líderes, es la institución de la rebeldía. Se trata de una concepción positivista de la rebeldía, de una rebeldía institucionalizada — los ejemplos de cómo el poder se rearticula para absorber la rebeldía ante el “poder” son numerosos — ávida de la bendición del poder para sentirse legitimada como un “margen del poder”. Esto, cuando logra su cometido es lo “falsamente acrático”.
Winston Smith necesita adeptos para su rebelión positivista, por eso le pide a Julia que lo acompañe a casa de O´Brien, y una vez que el integrante del Partido Interior le entrega el libro, se siente a las puertas de la revuelta.
Smith le reprocha a Julia, su amante, su indiferencia ante la rebelión con la que él sueña: “Tú sólo eres una rebelde de la cintura para abajo”. Le responde Julia a los discursos de Smith sobre el socing, la novlingua y la mutabilidad del pasado. A Julia sólo le interesa lo que pueda pasar entre Smith y ella, pero a él hacer el amor no es un acto político ya que cree que el acto depende no del acto mismo sino de los efectos de su acción.

Ya al final de la novela, el proyecto de rebelión de Winston Smith se ha convertido en una pesadilla. Su deseo de rebelión ha parado en amor al Gran Hermano: “Amo al Gran Hermano” repite Smith en el Café del Nogal donde arrastra las piezas de un vetusto ajedrez sobre los escaques. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo traicionó a Julia? ¿Por qué O´Brien logró la purificación de Smith? Quizás la respuesta pueda hallarse en cómo percibe Smith a los demás. Educado en la lógica de individualización, el tránsito del odio al amor es una consecuencia necesaria.

domingo, enero 04, 2004

Con dificultad pudo atravesar la ciudad. Había pasado la tarde caminando, hormando los nuevos zapatos azules que había comprado para sustituir sus botas cómodas, apestosas, que le habían servido durante todo el año anterior. Ahora, pasaba de una idea a otra, de un acto de conciencia al siguiente, y aunque todos ellos eran sumamente distintos, conforme tomaban forma, conforme se hacían visibles a través de alguna conversación, de una secuencia uniforme de gestos, o del cambio, eso era, de estado de ánimo, en esa medida, se sentía pleno de sí, constituido por una verdad: la de él mismo recorriendo la ciudad esa tarde soleada de domingo. Podía argumentar con honestidad que él era él mismo. Que él, a pesar de lo disimbolo de cada estado de ánimo. Del tránsito efímero de la alegría al error, del ingreso al foro del desánimo para regresar debido a algún leve brote de alegría que de mantenerlo en vilo frente a su estado de ánimo actual lo angustiaba para cederle el control a la alegría operada por el juego de sombras en la calle, o por el recuerdo,y de eso también podía estar por completo seguro, que emergía y lo despojaba de todo desaliento para dejarlo varado en la orilla de la alegría. ¿Cómo podían -pensó- esos estados de ánimo dispares constituir una persona? Estaba seguro que él era él mismo. Y esto era un dato inmediato: No, no lo era, era algo que podía inferir, algo que podía saber. Pero no. No era ya él. El ser el mismo era algo a lo que se había simplemente acostumbrado. Un asunto de economía.
Lo escribía porque lo había leído: él era una historia. La trama de un tejido que al deshilarlo no queda nada.
...
También lo había hecho hace algunos días en otra ciudad, en otro clima, en Córdoba. Poderosamente lo había atraído esa atm+osfera tibia, semilenta, a punto de caer en el sueño pero que con una dosis invisible de tensión lo mantenía en la vigilia. Ahí, en el Zócalo de la ciudad -donde las palmeras crecian ahora igual que en las postales viejas que había mirado en su infancia y vigilaban desde su altura la tranquilidad de la ciudad- mientras el sol boceteaba sus sombras con la agilidad de un cotidiano visitante, con el trazo deshinibido de un habilidoso dibujante marcaba la zona luminoso de su contraparte sombría.
Ese umbral era el de un nuevo año que empezaba.
Y eso, si bien era una convención social: era también el indicio de una oportunidad para cambiar su vida.
...



hola

Hola. Vamos a hablar del cuadro de oposición.